jueves, 28 de febrero de 2013

Epilogo: 19 años despues


El otoño pareció llegar repentinamente ese año. La mañana del uno de Septiembre era crispada y dorada como una manzana y mientras la pequeña familia se apresuraba a cruzar la ajetreada calle hacia la grandiosa y sombría estación, el humo de los tubos de escape de los coches y el aliento de los caminantes centelleaban como telas de araña en el aire frío. Dos grandes jaulas descansaban en lo alto de los carritos de equipaje que los padres empujaban, las lechuzas dentro de ellas ululaban indignadamente, y la pequeña pelirroja se demoraba temerosamente tras sus hermanos, aferrada al brazo de su padre.
-No pasará mucho tiempo, y también tú iras, -le dijo Harry.
-Dos años, -resopló Lilly-. ¡Yo quiero ir ahora!
Los transeuntes miraban curiosamente a las lechuzas mientras la familia se abría paso hasta la barrera entre los andenes nueve y diez. La voz de Albus llegó hasta Harry por encima del clamor que les rodeaba; sus hijos habían reasumido la discusión que habían empezado en el coche.
-¡No! ¡No estaré en Slytherin!
-¡James, dale un respiro! -dijo Ginny.
-Yo solo digo que podría ser, -dijo James, sonriendo a su hermano menor-. No hay nada de malo en ello. Podría estar en Slyth...
Pero James captó la mirada de su madre y se quedó en silencio. Los cinco Potters se aproximaron a la barrera. Con una mirada ligeramente autosuficiente sobre el hombro hacia su hermano menor, James tomó el carrito de manos de su madre y echó a correr. Un momento después, se había desvanecido.
-Me escribiréis, ¿verdad? -preguntó Albus a sus padres inmediatamente, aprovechando la momentanea ausencia de su hermano.
-Cada día, si quieres que lo hagamos, -dijo Ginny.
-No cada día, -dijo Albus rápidamente-. James dice que la mayoría de la gente solo recibe cartas de casa una vez al mes.
-Escribimos a Jemes tres veces por semana, -dijo Ginny.
-Y no deberías creer todo lo que te cuenta de Hogwarts -añadió Harry-. A tu hermano le gusta gastar bromas.
Lado a lado, empujaron el segundo carrito hacia adelante, cobrando velocidad. Cuando se aproximaron a la barrera, Albus hizo una mueca, pero no se produjo ninguna colisión. En vez de eso, la familia emergió a la plataforma nueve y tres cuartos, que estaba oscurecida por el vapor blanco que surgía del expreso escarlata de Hogwarts. Figuras confusas se movían como un engambre a través de la neblina, en la que James ya había desaparecido.
-¿Dónde están? -preguntó Albus ansiosamente, espiando hacia las nebulosas formas que pasaban mientras se abrían paso andén abajo.
-Los encontraremos -dijo Ginny tranquilizadoramente.
Pero el vapor era denso, y resultaba dificil discernir la cara de nadie. Desconectadas de sus propietarios, las voces sonaban antinaturalmente ruidosas. Harry creyó haber oído a Persy discurriendo ruidosamente acerca de las regulaciones de escobas, y se alegró la excusa que se le presentaba para no pasar y saludar...
-Creo que esos son ellos, Al, -dijo Ginny de repente.
Un grupo de cuatro personas emergió de la niebla, de pie junto a un carrito muy grande. Sus caras solo se enfocaron cuando Harry, Ginny, Lily, y Albus llegaron justo ante ellos.
-Hola, -dijo Albus, que sonaba inmensamente aliviado.
Rose, que ya vestía su nueva túnica de Hogwarts, le sonrió.
-¿Todo bien al aparcar entonces? -preguntó Ron a Harry-. Para mí si. Hermione no se creía que pudiera pasar un exámen de conducir muggle, ¿verdad? Pensó que había Confundido al examinador.
-No, no es cierto, -dijo Hermione-. Tenía una fé absoluta en ti.
-Para que quede claro, le Confundí. -susurró Ron a Harry mientras juntos alzaban el baúl de Albus y la lechuza hasta el vagón-. Solo olvidé mirar por el retrovisor, y mira tú. Puedo utilizar un Encantamiento Supersensorial para eso.
De vuelta en la plataforma, encontraron a Lilly y Hugo, el hermano menor de Rose, teniendo una animada conversación sobre en qué casa serían seleccionados cuando finalmente fueran a Hogwarts.
-Si no entras en Gryffindor, te desheredaremos, -dijo Ron- pero sin presiones.
-¡Ron!
Lilly y Hugo rieron, pero Albys y Rose parecían solemnes.
-No lo dice en serio, -dijeron Hermione y Ginny, pero Ron ya no estaba prestando atención. Captando la atención de Harry, asintió subcepticiamente hacia un punto a unas cincuenta yardas de distancia. El vapor se había disipado por un momento y tres personas estaban de pie en un espacio libre de la cambiante niebla.
-Mira quién está ahí.
Draco Malfoy estaba allí de pie con su esposa e hijo, con un abrigo oscuro abonotado hasta la garganta. Su pelo estaba peinado hacia atrás de tal forma que enfatizada la barbilla puntiaguda. El nuevo chico se parecía a Draco tanto como Albus se parecía a Harry. Draco captó un vistazo de Harry, Ron, Hermione y Ginny mirándole, asintió cortesmente, y se alejó.
-Así que ese es el pequeño Scorpius, -dijo Ron por la bajo-. Asegúrate de machacarle en cada exámen, Rosie. Gracias a Dios heredaste el cerebro de tu madre.
-Ron, por amor de Dios, -dijo Hermione medio severa, medio divertida-. ¡No intentes volverlos uno contra otro antes de que empiecen siquiera la escuela!
-Tienes razón, lo siento, -dijo Ron, pero incapaz de contenerse, añadió-. No seas muy amigable con él, Rosie. El abuelo Wesley nunca te perdonaría que te casaras con un sangre pura.
-¡Ey!
James había reaparecido, se había librado a sí mismo de su baúl, lechuza y carrito, y evidentemente estaba que explotaba con nuevas noticias.
-Teddy está de vuelta, -dijo sin respiración, señalando sobre el hombro hacia las vaporosas nubes-. ¡Acabo de verle! Y adivinad que está haciendo. ¡Morreándose con Victoire!
Fulminó con la mirada a los adultos, evidentemente decepcionado por su falta de reacción.
-¡Nuestro Teddy! ¡Teddy Lupin! ¡Morreándose con nuestra Victoire! ¿Nuestra prima? Y le pregunté a Teddy que estaba haciendo...
-¿Les interrumpiste? -dijo Ginny- Te pareces tanto a Ron...
-... ¡y dijo que había venido a verla! Y después me dijo que me largara. ¡La estaba morreando! -Añadió James como preocupado de no haber sido lo bastante claro.
-¡Oh, sería adorable que se casaran! -murmuró Lilly soñadoramente-. ¡Entonces Teddy sería realmente parte de la familia!
-Ya viene a casa a cenar casi todos los días -dijo Harry, .... falla mi imaginación pero supongo que dice algo así como qué más da que se quede todo el rato.
-¡Si! -dijo James entusiamado-. No me importaría compartir cuarto con Al... Teddy podría quedarse mi habitación.
-No, -dijo Harry firmemente-. Al y tú os estaríais peleando a cada rato y no quiero que la casa acabe demolida.
Comprobó... ni pajolera idea de lo que viene aquí, es una frase nada más, algo así como que comprobó el carrito.
-Son casi las once, será mejor que subáis.
-¡No olvides darle recuerdos a Neville! -dijo Ginny a James y le abrazó.
-¡Mamá! No puedo hacer eso con un profesor.
-Pero conoces a Neville...
James puso los ojos en blanco.
-Fuera, si, pero en la escuela es el Profesor Longbotton, ¿verdad? No puedo entrar en Herbología y darle recuerdos...
Sacudiendo la cabeza ante las tonterías de su madre, se apresuró a adelantarse para dar una patada a Albus.
-Luego te veo, Al. Vigila a los Thestrals.
-Creía que eran invisibles. Dijiste que eran invisibles.
Pero James simplemente se rio, permitió que su madre le besara, dio un abrazo rápido a su padre, después saltó rápidamente al tren. Le vieron avanzar, después alejarse vagón arriba hacia sus amigos.
-Los Thestrals no son nada de qué preocuparse, -dijo Harry a Albus-. Son criaturas gentiles, no hay nada que asuste en ellos. De otodos modos, vosotros no vais a llegar a la escuela en los carruajes, iréis en botes.
Ginny se despidió de Albus.
-Te veremos en Navidad.
-Adios, Al, -dijo Harry mientras su hijo le abrazaba-. No olvides que Hagrid te ha invitado a tomar el té el próximo viernes. No te metas en lios con Peeves. Nada de duelos con nadie hasta que hayas aprendido como hacerlo. Y no dejes que James se meta contigo.
-¿Y si acabo en Slytherin?
El susurro era solo para su padre, y Harry sabía que solo el momento de la partida podría haber obligado a Albys a revelar lo grande y sincero que era su temor.
Harry se agachó para que la cara de Albus estuviera ligeramente por encima de la suya. Solo Albus entre los tres hijos de Harry, había heredado los ojos de Lilly.
-Albus Severus, -dijo Harry quedamente, para que nadie más que Ginny pudiera oirle, y ella tenía suficiente tacto como para fingir que estaba escuchando a Rose, que ya estaba en el tren-, te pusimos ese nombre por dos directores de Hogwarts. Uno de ellos era un Slytherin y fue probablemente el hombre más valiente que nunca haya conocido.
-Pero y si...
-... entonces la Casa Slytherin habrá ganado un excelente estudiante, ¿verdad? A nosotros no nos importa, Al. Pero si a ti te importa tanto, podrás elegir Gryffindor en vez de Slytherin. El Sombrero Seleccionador toma en cuenta tu elección.
-¡De veras!
-Lo hizo en mi caso, -dijo Harry.
Nunca antes había contado eso a sus hijos, y vio la maravilla en la cara de Albus cuando lo dijo. Pero ya las puertas se estaba cerrando a lo largo de todo el tren escarlata, y los sonidos señalaban el momento de partir para los últimos rezagados.
Albus saltó al vagón y Ginny cerró la puerta tras él. Los estudiantes colgaban de las ventanas que tenían más cerca. Un gran engambre de caras, sobre y fuera del tren, parecían estar vueltas hacia Harry.
-¿Por qué están todos mirando? -exigió Albus mientras Rose y él se giraban alrededor para mirar al resto de los estudiantes.
-No dejes que eso te preocupe, -dijo Ron-. Soy yo. Soy extremadamente interesante.
Albus, Rosie, Hugo, y Lily rieron. El tren empezó a moverse, y Harry caminó junto a él, observando la delgada cara de su hijo, ya sonrojada por la excitación. Harry siguió sonriendo y saludando, incluso aunque era un poco embarazoso, observando como su hijo se alejaba de él...
El último rastro de humo se evaporó en el aire otoñal. El tren había doblado una esquina. La mano de Harry estaba inmóvil, alzada en un adiós.
-Estará bien, -murmuró Ginny.
Cuando Harry miró hacia ella, bajó la mano ausentemente y se tocó la cicatriz en forma de relámpago de la frente.
-Lo sé.
La cicatriz no le había dolido a Harry en diecinueve años. Todo iba bien.

FIN

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Capitulo 34: El Bosque Otra Vez

Al fin la verdad. Tirado con la cara contra la polvorienta alfombra de la oficina donde una vez creyó estar aprendiendo los secretos de la victoria, Harry entendió al fin que no estaba destinado a sobrevivir. Su tarea suponía ir tranquilamente en busca de un abrazo de bienvenida dado por la muerte. A lo largo del camino, debía deshacerse de los vínculos que mantenían a Voldemort vivo, de modo que cuando se interpusiera él en su camino, sin levantar la varita a modo de defensa, el final fuera limpio, y el trabajo que debería haber sido hecho en el Valle de Godric, quedara acabado. Ninguno viviría, ninguno podía sobrevivir.Sentía el corazón palpitándole ferozmente en el pecho. Qué extraño era que, en medio del pavor de la muerte, palpitara con máximo esfuerzo, manteniéndolo gloriosamente vivo. Pero habría de parar, y pronto. Sus latidos estaban contados. ¿Cuánto tiempo le quedaba para, mientras se levantaba y caminaba a través del castillo por última vez, atravesar los terrenos e ir al bosque?
El terror lo cubría mientras se tiraba en el suelo, con el latido fúnebre de su interior. ¿Dolería el morir? Todas esas veces que había pensado que estaba a punto de ocurrir pero había escapado, no había pensado realmente en ello: su voluntad de vivir había sido siempre más fuerte que su miedo a morir. Con todo, en ese momento no se le ocurrió intentar escapar, correr más que Voldemort. Se había acabado, lo sabía, y todo lo que quedaba era morir.
¡Si hubiera muerto aquella noche de verano en que abandonó el número cuatro de Privet Drive por última vez, cuando la noble varita de pluma de Fénix le salvó! ¡Si hubiera muerto como Hedwig, tan rápido que no se hubiera dado cuenta de qué sucedía! O si hubiera podido interponerse entre una varita y alguien a quien amara... Ahora envidiaba incluso las muertes de sus padres. Esta despiadada caminata hacia su propia destrucción requería una clase distinta de valentía. Sentía que sus dedos temblaban levemente e hizo un esfuerzo por controlarlos, aunque nadie podía verlo, pues los retratos de las paredes estaban todos vacíos.
Lentamente, muy lentamente, se incorporó, y al hacerlo se sintió más vivo y más consciente de su propio cuerpo que nunca. ¿Por qué nunca había apreciado el gran milagro que él mismo era, el cerebro, los nervios, el palpitante corazón? Todo eso desaparecería… o, al menos, desaparecería de él. Su respiración se volvió lenta y profunda, y su boca y su garganta se quedaron totalmente secas, pero más lo estaban sus ojos.
La traición de Dumbledore no era casi nada. Por supuesto que había un plan mayor: Harry había sido simplemente demasiado estúpido para verlo, ahora se daba cuenta. Nunca se había preguntado por qué Dumbledore lo quería vivo. Ahora veía que sus años de vida los habia determinado cuánto tiempo tardara en eliminar todos los Horrocruxes. ¡Dumbledore le había pasado el trabajo de destruirlos, y él, obedientemente, había continuado acabando con los vínculos que ataban, no sólo a Voldemort sino a sí mismo, a la vida! Cuán hábil y elegante había sido, para no perder más vidas, pero sí darle la peligrosa tarea al muchacho que ya había sido marcado para la matanza, y cuya muerte no sería una calamidad, sino un soplo contra Voldemort.
Y Dumbledore sabía que Harry no iba a eludir su responsabilidad, que llegaría hasta el final, aunque fuera su final, porque se había tomado la molestia de conocerlo bien, ¿o no? Dumbledore sabía, igual que Voldemort, que Harry no dejaría que ninguna otra persona muriera por él ahora que había descubierto que la fuerza para parar todo aquello estaba en sí mismo. Se forzo a recordar las imágenes de Fred, Lupin y Tonks cayendo muertos en el Gran Comedor, y por un momento apenas pudo respirar. La muerte estaba impaciente...Pero Dumbledore lo había sobrestimado. Había fallado: la serpiente sobrevivió. Un Horrocrux aún ataba a Voldemort a la tierra, incluso después de haber matado a Harry. Cierto, eso significaría un trabajo más fácil para alguien. Se preguntaba quién lo haría... Ron y Hermione sabían qué debía hacerse, por supuesto... Ése debía ser el por qué de que Dumbledore quisiera que confiara en ellos dos... De modo que si él cumplía su destino un poco antes, ellos pudieran continuar...
Al igual que la lluvia en una ventana fría, esos pensamientos repiquetearon contra la fría superficie de la innegable verdad, que él debía morir. Debo morir. Debo terminar.Ron y Hermione parecían algo muy lejano ya, en un país remoto; sentía como si se hubiera separado de ellos hacía mucho tiempo. No habría despedidas ni explicación alguna, estaba decidido. Este era un viaje que no podrían emprender juntos, y los intentos que ellos pudieran hacer para pararlo sólo le harían perder un valioso tiempo. Miró hacia el estropeado reloj de oro que había recibido por su decimoséptimo cumpleaños. La mitad de la hora que Voldemort le había dado para su rendición casi había transcurrido.
Se incorporó. Su corazón golpeaba contra sus costillas como un pájaro frenético. Quizás él sabía que le quedaba poco tiempo, quizás estaba decidido a cumplir con los últimos latidos antes del final. No miró hacia atrás cuando cerró la puerta de la oficina.
El castillo estaba vacío. Se sentía como un fantasma al cruzarlo solo, como si ya hubiera muerto. La gente de los cuadros todavía estaba ausentes de sus marcos; el lugar al completo aún resultaba espeluznante, como si el resto de su sangre estuviera concentrada en el Gran Comedor, donde se apiñaban los muertos y los moribundos.
Se puso la capa de invisibilidad y descendió varios pisos, hasta que en el último descendió la escalera de mármol del vestíbulo. Quizás una minúscula parte de sí mismo esperaba ser detectado, ser visto, ser detenido, pero la capa era, como siempre, impenetrable, perfecta, y alcanzó las puertas delanteras fácilmente.
Entonces Neville pasó caminando muy cerca de él. Estaba trasladando un cuerpo desde los terrenos junto con otra persona. Harry echó un vistazo hacia abajo y sintió otro soplo de tristeza en el estómago: Colin Creevey, aunque menor de edad, debía haber entrado furtivamente, tal y como lo habían hecho Malfoy, Crabbe y Goyle. Era diminuto aun estando muerto.
–¿Sabes qué? Puedo llevarlo solo, Neville –dijo Oliver Wood, y levantó a Colin sobre su hombro en un movimiento de bombero, cargándolo hasta el Gran Comedor.
Neville se inclinó contra el marco de la puerta por un momento y se limpió la frente con la parte posterior de su mano. Parecía un hombre mayor. Entonces miró de nuevo hacia atrás, en la oscuridad, en busca de más cuerpos para recuperar.
Harry echó un vistazo por detrás de la entrada del Gran Comedor. La gente se movía alrededor, intentando reconfortarse unos a otros, bebiendo, arrodillándose al lado de los muertos, pero no podía ver a nadie a quien amara, ninguna pista de Hermione, Ron, Ginny, o cualquier otro Weasley, ni tampoco de Luna. Sentía que habría dado todo el tiempo que le quedaba con tal de verlos por última vez; pero, entonces, ¿habría tenido fuerzas para dejar de mirar? Era mejor así.
Bajó los escalones y se adentró en la oscuridad. Eran casi las cuatro de la mañana, y la calma mortal de los terrenos era como si también ellos estuvieran respirando, esperando para ver si él podría hacer lo que debía hacer.
Harry se movió hacia Neville, que se doblaba sobre otro cuerpo.
–Neville. –¡Ostras, Harry, casi haces que me dé un ataque!
Harry se había quitado la capa: la idea le había surgido de repente, nacida del deseo de estar totalmente seguro.
–¿A dónde vas solo? –preguntó Neville suspicazmente.
–Es todo parte del plan –dijo Harry. –Hay algo que tengo que hacer. Escucha... Neville...
–¡Harry! –Neville parecía asustado de repente-.Harry, ¿no estarás pensando en entregarte?
–No –mintió Harry con facilidad-. Por supuesto que no... Esto es algo diferente. Pero tal vez desaparezca de la vista durante un rato. ¿Conoces a la serpiente de Voldemort, Neville? Él tiene una serpiente enorme... Se llama Nagini...
–He oído hablar sobre ella, sí... ¿Qué pasa con eso?
–Hay que matarla. Ron y Hermione lo saben, pero en caso de que ellos...
El horror de esa posibilidad le aturdió durante un momento, le hizo imposible seguir hablando. Pero volvió a recomponerse: era algo crucial, debía ser como Dumbledore, mantener la cabeza fría, asegurarse de que habría reemplazos, otros que continuarían. Dumbledore había muerto sabiendo que quedaban tres personas que sabían lo de los Horrorcruxes; ahora Neville ocuparía el lugar de Harry: quedarían tres que conocerían el secreto.
–¿Matar a la serpiente?–
–Matar a la serpiente –repitió Harry.
–De acuerdo, Harry... ¿Estás bien, verdad? –
–Estoy bien. Gracias, Neville –
Pero Neville le agarró la muñeca, cuando Harry quise ponerse en movimiento.
–Todos vamos a seguir luchando, Harry. Lo sabes, ¿cierto? –
–Sí, yo…–
Un sentimiento sofocante extinguió el final de la frase; no podía continuar. Neville no pareció encontrarlo extraño. Acarició el hombro de Harry, le soltó y se alejó en busca de más cuerpos.
Harry volvió a ponerse la Capa y echó a andar. Alguien se movía no muy lejos, observando otra figura tendida en los campos. Estaba a sólo unos metros de ella cuando se dio cuenta de que era Ginny.
Se detuvo. Se inclinaba sobre una chica que susurraba llamando a su madre.
–Tranquila –decía Ginny. –Todo va bien. Vamos a llevarte dentro.
–Pero quiero ir a casa –susurró la chica –¡Ya no quiero luchar más!.
–Lo sé –dijo Ginny, y su voz se quebró. –Todo irá bien.
Corrientes de aire frío le recorrían. Quería gritar a la noche, quería que Ginny supiera que él estaba allí, quería que ella supiera a dónde iba. Quería que le detuvieran, que le sujetaran, que le arrastraran de vuelta a casa...
Pero estaba en casa. Hogwarts era el primer y el mejor hogar que había conocido. Tanto él como Voldemort y Snape, los niños abandonados, habían encontrado su hogar allí.
Ginny estaba arrodillada al lado de la chica herida, sosteniéndole la mano. Con un enorme esfuerzo, Harry se obligó a seguir. Creyó ver que Ginny miraba a su alrededor cuando pasó a su lado, y se preguntó si había sentido algo moviéndose cerca de ella, pero no le habló y tampoco miró atrás.
La cabaña de Hagrid apareció en la oscuridad. No había luces, ni se oía a Fang arañando la puerta, dando la bienvenida con ladridos. Todas esas visitas a Hagrid, el brillo de la tetera de cobre puesta al fuego, los pasteles como piedras y las larvas gigantes, y Ron vomitando babosas, y Hermione ayudándole a salvar a Norberto... Siguió andando, alcanzó el borde del bosque y entonces se detuvo.
Un enjambre de Dementores volaba entre los árboles; podía sentir el frío que emanaban, y no estaba seguro de que pudiera pasar con seguridad entre ellos. No le quedaban fuerzas suficientes para lanzar un Patronus. Ya no podía controlar más sus temblores. Después de todo, no era tan fácil morir. Cada segundo que respiraba, el olor de la hierba, el aire fresco en su cara, eran tan deliciosos... Saber que la gente tenía años y años, tanto tiempo que desperdiciar, tanto tiempo para vivir lentamente, y él se aferraba a cada segundo. Al mismo tiempo que pensaba que no iba ser capaz de continuar, sabía que debía hacerlo. El interminable juego llegaba a su fin, la snitch dorada había sido atrapada, ya era hora de dejar el aire...
La snitch. Sus nerviosos dedos juguetearon durante un momento con la bolsita de piel de topo, que colgaba de su cuello y la sacó.
Me abro al llegar el final.
Respirando fuerte y rápido, se quedó observándola. Ahora que deseaba que el tiempo pasara lo más lentamente posible, se sentía acelerado, y la comprensión le llegaba tan rápido que parecía atravesarle. Éste era el final. Éste era el momento.
Presionó el metal dorado contra sus labios y susurró: "Estoy a punto de morir".
El caparazón de metal se rompió y se abrió. Bajó su temblorosa mano, alzó la varita de Draco por debajo de la capa y murmuró: "Lumos".
La piedra negra con la grieta irregular que le atravesaba por el centro contemplaba las dos mitades de la snitch. La Piedra de la Resurrección se había agrietado más, siguiendo la línea vertical que representaba a la Antigua Varita. Todavía podían verse el triángulo y el círculo que representaban a la Capa y a la Piedra.
Y de nuevo Harry lo comprendió sin siquiera pensarlo. No se trataba de hacerles volver, pues estaba a punto de unirse a ellos. No tenia que atraerlos, eran ellos los que le estaban llamando.
Cerró los ojos y giró la piedra en su mano tres veces.
Supo lo que había sucedido porque oyó suaves movimientos a su alrededor, que sugerían la presencia de frágiles cuerpos pisando el terreno arenoso, lleno de ramas, que marcaba el borde exterior del bosque. Abrió los ojos y miró a su alrededor.
No eran ni fantasmas ni cuerpos vivientes, eso podía verlo. A lo que más se parecían era al Riddle que había escapado del diario hacía ya tanto tiempo, y había sido una memoria casi sólida. Con menos sustancia que cuerpos vivientes, pero mucho más que simples fantasmas, se movieron hacia él. Y en cada cara, la misma cariñosa sonrisa.
James era exactamente de la misma estatura que Harry. Llevaba la misma ropa que cuando murió, con el pelo despeinado y revuelto, y las gafas un poco ladeadas, como las del señor Weasley.
Sirius parecía alto y guapo, y muchísimo más joven de lo que Harry le había visto en su vida. Caminaba a zancadas con estilo, las manos en los bolsillos y una amplia sonrisa en su cara.
Lupin también tenía un aspecto más joven y mucho menos desgastado, su pelo estaba más espeso y oscuro. Parecía feliz de haber regresado a ese lugar tan familiar, escenario de tantos vagabundeos adolescentes.
La sonrisa de Lily era la más amplia de todas. Se echó atrás la melena mientras se acercaba a él, y sus ojos verdes, tan parecidos a los de él, exploraron su cara con ansia, como si jamás fuera a ser capaz de haberle mirado lo suficiente.
–Has sido tan valiente...
Él no podía hablar. Sus ojos se recrearon en ella, y pensó que le gustaría quedarse allí y mirarla eternamente, y que no querría nada más.
–Ya casi has llegado –dijo James. –Estás muy cerca. Estamos... tan orgullosos de ti.
–¿Duele?
La pregunta infantil había salido de los labios de Harry sin poder evitarlo.
–¿Morir? Nada en absoluto –dijo Sirius. –Es más rápido y más fácil que quedarse dormido.
–Y él querrá que sea rápido. Quiere que esto acabe ya –dijo Lupin.
–No quería que murieras –dijo Harry. Estas palabras le salieron sin querer- –Ni ninguno de vosotros. Lo siento... –se dirigió especialmente a Lupin, suplicándole –...justo después de nacer tu hijo... Remus, lo siento...
–Yo también lo siento -dijo Lupin. –Siento no poder conocerle... Pero él sabrá porqué morí y espero que lo entienda. Intentaba que el mundo fuera uno en el que pudiera vivir una vida mejor.
Una fría brisa que parecía emanar del corazón del bosque llevó el aire hasta la frente de Harry. Supo que no le dirían que continuara, que tendría que ser su decisión.
–¿Os quedaréis conmigo?
–-Hasta el final -dijo James.
–¿No podrán veros? -preguntó Harry.
–Somos parte de ti -dijo Sirius, –invisibles a cualquier otro.
Harry miró a su madre.
–Quédate cerca de mí –dijo suavemente.
Y empezó a moverse. El frío de los dementores no le atemorizó; pasó a través de ellos junto con sus compañeros, que actuaron como Patronus para él, y juntos marcharon entre los viejos árboles que crecían apretadamente, sus ramas se enredaban, sus raíces se retorcían y enroscaban bajo sus pies. Harry sujetó fuertemente la Capa a su alrededor mientras avanzaban en la oscuridad, viajando a lo más profundo del bosque, sin saber en realidad dónde estaba exactamente Voldemort, pero seguro de que le encontraría. A su lado, sin hacer apenas ruido, caminaban James, Sirius, Lupin y Lily, y su presencia le daba coraje, y era lo que le permitía seguir poniendo un pie enfrente del otro.
Notaba su cuerpo y su mente extrañamente desconectados, con las costillas trabajando sin instrucciones conscientes, como si fuera un pasajero y no el conductor del cuerpo que estaba a punto de abandonar. Los muertos que caminaban a su lado, atravesando el bosque, eran mucho más reales para él, en ese momento, que los vivos que habia dejado atrás en el castillo; Ron, Hermione, Ginny y todos los demás eran fantasmas, mientras caminaba como atontado hacia el final de su vida, hacia Voldemort...
Un golpe y un susurro: alguna otra criatura viviente se había agitado muy cerca. Harry se detuvo bajo la Capa, atisbando a su alrededor, escuchando, sus padres, Lupin y Sirius se detuvieron también.
–Hay alguien ahí –sonó un áspero susurro muy, muy cerca. –Tiene una Capa de Invisibilidad. ¿No será...?
Dos figuras aparecieron desde detrás de un árbol cercano: sus varitas resplandecieron, y Harry vio a Yaxley y Dolohov escudriñando la oscuridad, directamente hacia el lugar en que estaban Harry, sus padres, Sirius y Lupin. Daba la impresión de que no podían ver nada.
–He oido algo, seguro –dijo Yaxley. –¿Crees que habrá sido un animal?
–Ese grandullón de Hagrid guardaba un enorme montón de cosas raras en su casa –dijo Dolohov, echando un vistazo sobre su hombro. Yaxley bajó la mirada hasta su reloj.
–Ya casi es el momento. Se ha cumplido la hora de Potter. Y no viene.
–Será mejor que volvamos –dijo Yaxley. –Nos enteraremos de cuál es ahora el plan.
Dolohov y él se volvieron y se adentraron más en el bosque. Harry les siguió, sabiendo que le guiarían exactamente a donde quería ir. Miró de un lado a otro, su madre le sonrió y su padre asintió, dándole ánimos.
Habían avanzado durante sólo unos minutos cuando Harry vio luz frente a él, Yaxley y Dolohov llegaron a un claro, que Harry reconoció como el lugar donde el monstruoso Aragog había vivido en otra época. Aún quedaban restos de su gigantesca red, pero su enjambre de descendientes había sido expulsado de allí por los Mortífagos, para que luchara por su causa.
Había un fuego ardiendo en el medio del claro, y su luz parpadeante iluminaba una multitud de mortífagos completamente silenciosos y vigilantes. Algunos de ellos aún llevaban máscara y capucha; otros mostraban sus caras. Dos gigantes estaban sentados en el extremo del grupo, arrojando enormes sombras en la escena, de caras crueles y rugosas, como talladas vastamente en roca. Harry vio a Fenrir, merodeando, mordiéndose las largas uñas; el enorme y rubio Rowle estaba tocándose delicadamente su labio, que sangraba. Vio a Lucius Malfoy, que parecía derrotado y aterrado, y a Narcissa cuyos ojos estaban hundidos y llenos de aprehensión.
Cada ojo estaba fijo sobre Voldemort, que estaba parado, con su cabeza inclinada, y sus manos blancas dobladas sobre la Varita Mayor delante de sí. Tal vez estaba rezando o contando silenciosamente en su mente, y Harry, parado en la orilla de la escena, pensó absurdamente en un niño contando, jugando al escondite. Detrás de su cabeza, todavía enrollándose y girando, la gran serpiente Nagini flotaba en su brillante jaula encantada, como un halo monstruoso. Cuando Dolohov y Yaxley se reunieron en el círculo, Voldemort miraba hacia arriba.
–Ninguna señal de él, mi Señor –dijo Dolohov. La expresión de Voldemort no cambió. Los ojos rojos parecían brillar junto a la luz del fuego. Lentamente, extrajo la Vieja Varita entre sus dedos largos.
–Mi señor –Bellatrix había hablado. Se sentó lo más cerca posible de Voldemort, despeinada, con la cara un poco ensangrentada pero ilesa. Voldemort levantó la mano para silenciarla, y ella no soltó una palabra más, lo miró con fascinación, adorándole.
–Pensé que vendría –dijo Voldemort con voz fuerte y clara, sus ojos aún en las llamas saltarinas. –Esperaba que viniera–.
Nadie habló. Parecían estar tan asustados como Harry, cuyo corazón estaba palpitando contra sus costillas, tratando de escapar de aquel cuerpo que estaba a punto de caer a un lado. Sus manos sudaban mientras se quitaba la capa de Invisibilidad y la guardaba junto a su túnica, con su varita. No quería verse tentado a pelear.
–Parece que he sido… engañado –dijo Voldemort.
–¡No lo has sido! –dijo Harry con la voz más alta que pudo, con toda la fuerza que pudo reunir. No deseaba sonar asustado. La Piedra de la Resurrección se deslizó por entre sus dedos entumecidos, y por el rabillo de sus ojos vio que sus padres, Sirius y Lupin desaparecieron cuando caminó hacia delante de la luz del fuego. En ese momento sentía que nadie importaba excepto Voldemort. Eran simplemente los dos.
La ilusión se fue tan pronto como llegó. Los gigantes rugieron como los Mortífagos y se levantaron juntos, había muchos gritos, lamentos, incluso risas. Voldemort estaba congelado donde estaban parados, sus ojos rojos se habían encontrado con los de Harry, y miró fijamente en cuanto se movió hacia él, con nada más que el fuego entre ellos. Entonces una voz gritó:
–¡HARRY! ¡NO! –
Se dio vuelta y vio a Hagrid, estaba atrapado y atado a un árbol cercano. Su cuerpo macizo agitó las ramas sobre la cabeza cuando luchó por zafarse, desesperado.
–¡NO! ¡NO! HARRY, ¿QUÉ HACES…?
–¡CÁLLATE! –gritó Rowle, y con un golpecito de su varita, Hagrid fue silenciado.
Bellatrix, que había saltado sobre sus pies, miraba con impaciencia de Voldemort a Harry, su pecho se agitaba.
Las únicas cosas que se movieron eran las llamas y la serpiente, enrollandose y desenrollándose en la jaula que brillaba detrás de la cabeza de Voldemort.
Harry podía sentir la varita contra su pecho, más no hizo ningun intento de cogerla. Él sabía que la serpiente estaba demasiado protegida, sabía que si conseguía apuntar a Nagini, cincuenta maldiciones lo golpearían primero. Entretanto, Voldemort y Harry se miraban el uno al otro, y ahora Voldemort inclinaba su cabeza un poco para un lado, considerando lo que tenía en frente, y una sonrisa particularmente decepcionada surgió de sus labios.
–Harry Potter –dijo muy suavemente. Su voz podría ser parte del fuego que saltaba. –El muchacho que vivio….
Ninguno de los Mortífagos se movieron. Esperaban: Todos esperaban. Hagrid se debatia, y Bellatrix jadeaba, y Harry pensó inexplicablemente en Ginny, y su mirada ardiente, y la sensación de sus labios en los suyos.
Voldemort había levantado su varita. Su cabeza todavía estaba inclinada de lado, como un niño curioso, preguntándose qué sucedería si procedía. Harry devolvió la mirada a los ojos rojos, y deseó que sucediera de una vez, rápido, mientras aún podía permanecer de pie, antes de que perdiera el control, antes de que le traicionara el miedo...
Vio cómo se movía la boca y un rayo de luz verde, y todo desaparecio.

Capítulo 29: La diadema perdida

-Neville… que demo…. ¿Como?
Pero Neville había divisado a Ron y Hermione, y con gritos de alegría los estaba abrazando a ellos también. Cuanto más miraba a Neville, peor lo veía: uno de sus ojos estaba hinchado y de un tono violeta amarillento, tenía marcas de arañazos que le estropeaban el rostro, y el aire general de descuido sugería que había estado viviendo duramente. A pesar de su aspecto maltratado brillaba de felicidad al soltar a Hermione diciendo nuevamente,
-¡Sabía que vendríais! ¡Le dije a Seamus que era una cuestión de tiempo!
-¿Neville, que te ha ocurrido?
-¿Qué? ¿Esto? –Neville deshechó sus heridas con una sacudida de la cabeza-. Esto no es nada, Seamus está peor. Ya lo veras. ¿Nos vamos entonces? Oh, -se dio la vuelta-. Ab, puede que haya un par de personas más en camino.
-¿Un par más? –repitió Aberforth ominosamente-. ¿Que quieres decir con un par más, Longbottom? ¡Hay un toque de queda y un Encanto Aullador sobre todo el pueblo!
-Lo sé, por eso se van a Aparecer directamente dentro del bar, -dijo Neville-. Mándalos por el pasaje cuando lleguen, ¿quieres? Muchas gracias.
Neville le tendió la varita a Hermione y la ayudó a subir a la repisa de la chimenea y a entrar en el túnel; Ron subió a continuación y luego Neville. Harry se dirigió a Aberforth.
-No sé como agradecértelo. Nos has salvado la vida dos veces.
-Cuida de ellos entonces, -dijo Aberforth malhumorado-. Puede ser que no sea capaz de salvaros una tercera vez.
Harry se encaramó a la repisa de la chimenea y se metió en el agujero que había detrás del retrato de Ariana. Había peldaños de lisa piedra al otro lado: Parecía como si el pasadizo hubiera estado allí durante años. De las paredes colgaban lámparas de metal y el piso de tierra estaba desgastado y suave; mientras caminaban, sus sombras ondeaban sobre la pared formando un abanico.
-¿Cuanto tiempo ha estado esto aquí? –preguntó Ron mientras avanzaban-. No figura en el mapa del merodeador, ¿verdad Harry? Pensaba que solo había siete pasadizos que comunicaban con el colegio
-Todos esos fueron sellados antes de que comenzara el curso -dijo Neville-. Ahora no hay forma de pasar por ninguno de ellos, no con las maldiciones que colocaron en las entradas y los mortífagos y dementores esperando en las salidas. Se dio la vuelta y empezó a caminar hacia atrás, radiante, bebiendo de ellos-. Eso no importa… ¿Es verdad? ¿Entrasteis en Gringotts? ¿Escapasteis a lomos de un dragón? Lo escuchas por todos lados, todo el mundo habla de ello, ¡Carrow golpeó a Terry Boot por gritarlo en el Gran Comedor durante la cena!
-Si, es verdad. –dijo Harry.
Neville se echó a reír alegremente.
-¿Qué hicisteis con el dragón?
-Lo dejamos en libertad, -dijo Ron-. Hermione quería quedárselo como mascota.
-No exageres, Ron…
-¿Pero que habéis estado haciendo? La gente decía que habías huido, Harry, pero yo no lo creí. Supuse que estabas planeando algo.
-Tenias razón, -dijo Harry-, pero cuéntanos algo de Hogwarts, Neville, no hemos oído nada.
-Ha sido… bueno, ya no es Hogwarts, -dijo Neville, la sonrisa desvaneciéndose del rostro mientras hablaba-. ¿Conoces a los Carrow?
-¿Esos dos mortífagos que enseñan aquí?
-Hacen más que enseñar, -dijo Neville-. Están a cargo de la disciplina. A los Carrow le gustan los castigos.
-¿Cómo a Umbridge?
-Nah, comparada con ellos es mansa. Se supone que los otros profesores deben recurrir a los Carrow si hacemos las cosas mal. Aunque no lo hacen, si pueden evitarlo. Se nota que todos los odian tanto como nosotros.
-Amycus, el hombre, enseña lo que antes solía ser Defensa Contra las Artes Oscuras, salvo que ahora es simplemente Artes Oscuras. Se supone que debemos practicar la Maldición Cruciato con las personas que han merecido una detención…
-¿Qué? –las voces de Harry, Ron y Hermione hicieron eco al mismo tiempo a lo largo del pasadizo.
-Si, -dijo Neville-. Así fue como me hicieron esto -dijo apuntando a un corte particularmente profundo que tenía en la mejilla-, No quise hacerlo. Aunque alguna gente lo hace; a Crabbe y Goyle les encanta. Supongo que es la primera vez que sobresalen en algo.
-Alecto, la hermana de Amycus, enseña Estudios Muggles, lo cual es obligatorio para todos. Todos tenemos que escuchar sus explicaciones de cómo los muggles son como animales, estúpidos y sucios, y como obligan a los brujos a permanecer escondidos, siendo despiadados con ellos, y como esta siendo restablecido el orden natural. Este me lo hicieron -dijo indicando otro corte en el rostro-, por preguntarle cuanta sangre de muggle tenían ella y su hermano
-Caramba, Neville, -dijo Ron-, hay momentos y lugares para hacerte el listo.
-No la has visto, -dijo Neville-. Tampoco lo hubieras soportado. Lo que pasa es que ayuda cuando la gente se pone firme, les da esperanzas a todos. Solía notar eso cuando tú lo hacías Harry.
-Pero te han usado como afilador de cuchillos, -dijo Ron, encogiéndose levemente cuando pasaron una lámpara y pudo ver las heridas de Neville en todo su esplendor.
Neville se encogió de hombros.
–No importa. No desean derramar demasiada sangre pura, así que si somos bocazas nos torturan un poco pero realmente no nos matan.
Harry no sabía que era peor, las cosas que estaba contando Neville o el tono de resignación en el que las decía.
-Las únicas personas que corren peligro son aquellas cuyos amigos y parientes están dando problemas fuera de aquí. Se los llevan como rehenes. El viejo Xeno Lovegood estaba siendo un demasiado franco en lo que publicaba en El Quisquilloso, por lo que a Luna la sacaron a rastras del tren cuando regresaba de las vacaciones de Navidad.
-Neville, ella está bien, la hemos visto…
-Si. Lo se, se las arreglo para enviarme un mensaje.
De su bolsillo sacó una moneda dorada, y Harry la reconoció como uno de los falsos galeones que el Ejército de Dumbledore había usado para mandarse mensajes entre ellos.
-Nos han venido genial, -dijo Neville, sonriéndole a Hermione-. Los Carrow nunca han sabido como nos comunicábamos, se volvían locos. Solíamos salir furtivamente por la noche y poníamos graffitis en las paredes: El Ejército de Dumbledore sigue reclutando, cosas como esa. Snape lo odiaba.
-¿Solían? –dijo Harry, que había notado el tiempo pasado utilizado en la oración.
-Bueno, se hizo cada vez más difícil, -dijo Neville-. Perdimos a Luna en Navidad, Ginny no regresó después de la Pascua, y nosotros tres éramos los supuestos líderes. Los Carrow parecieron darse cuenta de que yo estaba tras muchas de las cosas que estaban sucediendo, así que empezaron a lanzarse sobre mi despiadadamente, y luego atraparon a Michael Corner liberando a un alumno de primer año al que habían encadenado, y lo torturaron muy duramente. Eso asustó a la gente.
-No me digas -murmuró Ron, en el momento que el pasadizo comenzaba a elevarse formando una pendiente.
-Si, bueno, no podía pedirle a las personas que pasaran por lo mismo que había pasado Michael, así que dejamos de hacer ese tipo de cosas. Pero aún seguíamos luchando, haciendo cosas clandestinas justo hasta hace un par de semanas. Supongo que en ese momento fue cuando decidieron que había solo una manera detenerme, y fueron en busca de mi abuela.
-¿Qué hicieron que? –dijeron Harry, Ron y Hermione al mismo tiempo.
-Si, -dijo Neville, jadeando un poquito ahora, debido a que el pasadizo se había vuelto muy empinado, -Bueno, puedes adivinar su forma de pensar. El plan de secuestrar niños para forzar a sus familiares a comportarse había funcionado realmente bien. Supongo que era solo cuestión de tiempo antes de que lo hicieran al revés. El asunto fue que -se volvió hacia ellos, y Harry se quedó pasmado al ver que estaba sonriendo- mordieron un poco más de lo que podían masticar cuando fueron a buscar a la abuela. Probablemente pensaron que para atrapar a una pequeña y vieja bruja que vivía sola, no necesitarían mandar a alguien particularmente poderoso. Sin embargo -Neville se echó a reír-, Dawlish todavía está en St. Mungo y la abuela se dio a la fuga. Me mando una carta -Se palmeo el bolsillo superior de la túnica con la mano-, diciéndome que estaba orgullosa de mi, y que era digno hijo de mis padres, y que siguiera así.
-Genial, -dijo Ron.
-Si -dijo Neville alegremente-. El único problema fue que cuando se dieron cuenta de que no tenían por donde agarrarme, decidieron que después de todo, Hogwarts podría arreglárselas sin mi. No sé si planeaban matarme o enviarme a Azkaban, de cualquier manera, sabía que era el momento de desaparecer.
-Pero, -dijo Ron, viéndose completamente confundido-, ¿no vamos… no vamos directamente hacia Hogwarts?
-Por supuesto, -dijo Neville-. Ya veréis. Ya llegamos.
Doblaron en una esquina y allí delante de ellos estaba el final del pasadizo. Otro corto tramo de escalones llevaban a una puerta igual a la que estaba escondida detrás del retrato de Ariana. Neville la abrió y pasó a través de ella. Mientras Harry lo seguía, pudo oír a Neville gritándole a unas personas que estaban todavía fuera de su vista: -¡Mirad quien es! ¿No os lo había dicho?
Cuando Harry emergió del pasadizo adentrándose en la habitación, se oyeron varios gritos y alaridos: ¡HARRY! ¡Es POTTER! ¡Ron! ¡Hermione!
Tuvo una confusa impresión de colgaduras de colores, de lámparas y varios rostros. Al instante, él, Ron y Hermione fueron achuchados, abrazados, palmeados en la espalda, sus cabellos alborotados, sus manos estrechadas, por lo que parecían ser más de veinte personas. Bien podría haberse tratado de una celebración por haber ganado la final de Quidditch.
-¡Ok, Ok, calmaros! –gritó Neville, y mientras la multitud se alejaba, Harry fue capaz de apreciar lo que lo rodeaba.
No reconocía el dormitorio. Era enorme, y parecía más bien como el interior de una particularmente suntuosa casa de árbol, o tal vez un gigantesco camarote de barco.
Hamacas multicolores colgaban del techo y de la galería que corría a lo largo de las paredes cubiertas de paneles de madera y sin ventanas, que estaban cubiertas por brillantes tapices. Harry vio el león dorado de Gryffindor, engalanado de rojo; el tejón negro de Hufflepuff, contrastando sobre un fondo amarillo; y el águila color bronce de Ravenclaw, sobre fondo azul.
El plata y verde de Slytherin era el único que estaba ausente. Había estanterias repletas, unas pocas escobas apoyadas contra las paredes, y en una esquina una gran radio inalámbrica recubierta en madera.
-¿Dónde estamos?
-¡La Sala de Menesteres, por supuesto! –dijo Neville-. Se supero a si misma, ¿verdad? Los Carrow me estaban persiguiendo, y sabía que tenía solo una oportunidad de encontrar un refugio: ¡Me las ingenié para encontrar la puerta y esto fue lo que encontré! Bueno, no era exactamente así cuando yo llegué, era mucho más chica, había solo una hamaca y los tapices eran todos de Gryffindor. Pero se fue expandiendo a medida que iban llegando más integrantes del ED.
-¿Y los Carrow no pueden entrar? –preguntó Harry, mirando alrededor buscando la puerta.
-No, -dijo Seamus Finnigan, a quien Harry no había reconocido hasta que habló: El rostro de Seamus estaba amoratado e hinchado-. Es un refugio apropiado, siempre y cuando uno de nosotros permanezca dentro, no pueden llegar a nosotros, la puerta no se abre. Todo gracias a Neville. Realmente entiende esta habitación. Tienes que pedir exactamente lo que necesitas… como por ejemplo, “No quiero que ningún partidario de los Carrow sea capaz de entrar”… ¡y lo hace para ti! Solo tienes que asegurarte de ser preciso y prestar atención a los detalles. ¡Neville es genial!
-En realidad es bastante sencillo, -dijo Neville modestamente-. Había estado aquí alrededor de un día y medio, estaba realmente hambriento, y deseando conseguir algo de comer, y ahí fue cuando el pasadizo hacia Hog’s Head se abrió. Lo atravesé y conocí a Aberforth. Nos ha estado abasteciendo de comida, porque por alguna razón, esa es realmente la única cosa que la habitación no fabrica.
-Si, bueno, la comida es una de las cinco excepciones a la Ley de Gamp sobre Transfiguración Elemental, -dijo Ron para asombro de todo el mundo.
-Así que nos hemos estado escondiendo aquí durante casi dos semanas, -dijo Seamus-, y simplemente fabrica más hamacas cada vez que necesitamos espacio, y hasta hizo brotar un baño bastante decente cuando empezaron a venir chicas…
-… ya que a ellas les gusta asearse, verdad, -añadió Lavender Brown, a quien Harry no había visto hasta ese momento. Ahora que miraba detenidamente a su alrededor, reconoció varios rostros familiares. Ambas mellizas Patil estaban allí, y Terry Boot, Ernie Macmillan, Anthony Goldstein, y Michael Corner.
-No obstante, cuéntanos que has estado haciendo, -dijo Ernie-. Ha habido tantos rumores, hemos tratado de seguirte el rastro con Potterwatch. -Dijo apuntando hacia la radio inalámbrica-. ¿No irrumpiste en Gringotts?
-¡Lo hicieron! –dijo Neville-. ¡Y lo del dragón también era cierto!
Hubo unos pocos aplausos e incluso algunos gritos; Ron hizo una reverencia.
-¿Qué estabais buscando? –preguntó Seamus ávidamente.
Antes de que alguno de ellos pudiera eludir la pregunta con una propia, Harry sintió un terrible dolor punzante en la cicatriz con forma de relámpago. Mientras le daba la espalda velozmente a los rostros curiosos y deleitados, la Sala de Menesteres se desvaneció, y se encontró de pie dentro de una ruinosa cabaña de piedra, las podridas tablas del piso que estaban a sus pies habían sido arrancadas, y una caja dorada que había sido desenterrada yacía abierta y vacía al lado del agujero, y el grito de furia de Voldemort vibraba dentro de su cabeza.
Con un enorme esfuerzo se arrancó de la mente de Voldemort nuevamente, regresando a la Sala de Menesteres donde permanecía de pie tambaleándose, el sudor corriéndole por el rostro mientras Ron lo sujetaba.
-¿Estás bien, Harry? –Estaba diciendo Neville-. ¿Quieres sentarte? Supongo que estarás cansado, ¿verdad…?
-No, -dijo Harry. Miro a Ron y a Hermione, tratando de decirles con la mirada que Voldemort acababa de descubrir la pérdida de uno de sus otros Horrocruxes. El tiempo corría deprisa: Si Voldemort elegía visitar Hogwarts a continuación, perderían su oportunidad.
-Es necesario que nos pongamos en marcha, -dijo, y sus expresiones le dieron a entender que habían comprendido.
-¿Entonces, que vamos a hacer, Harry? –preguntó Seamus-. ¿Cuál es el plan?
-¿Plan? –repitió Harry. Estaba empleando toda su fuerza de voluntad para evitar ser arrastrado nuevamente por la furia de Voldemort: Su cicatriz aún ardía-. Bueno, hay algo que -Ron, Hermione y yo- debemos hacer, y luego nos largaremos.
Ya nadie se reía ni alentaba. Neville se veía confundido.
-¿Qué quieres decir con “nos largaremos”?
-No hemos venido a quedarnos, -dijo Harry, frotándose la cicatriz, tratando de aliviar el dolor-. Hay algo importante que debemos hacer…
-¿Qué?
-No… no puedo decírtelo.
Ante esto se alzo un murmullo generalizado: Las cejas de Neville se contrajeron.
-¿Por qué no puedes decírnoslo? Tiene algo que ver con la lucha contra Tu-sabes-quien, ¿verdad?
-Bueno, si…
-Entonces te ayudaremos.
Los otros miembros del Ejercito de Dumbledore asentían, algunos con entusiasmo otros solemnemente. Un par de ellos se levantó de sus sillas para demostrar su disposición para entrar inmediatamente en acción.
-No lo entendéis -a Harry le parecía que había dicho lo mismo muchas veces en las pasadas horas.
-No… no podemos decíroslo. Debemos hacerlo… solos.
-¿Por qué? –preguntó Neville.
-Porque… -en su desesperación por empezar a buscar el Horrocrux que les faltaba o al menos tener una conversación privada con Ron y Hermione acerca de donde podían comenzar a buscar, Harry encontraba difícil coordinar sus pensamientos. La cicatriz todavía le quemaba-. Dumbledore nos dejó una tarea a nosotros tres, -dijo cuidadosamente-, y se supone que no debemos divulgarlo… quiero decir, deseaba que la hiciéramos nosotros, solamente nosotros tres.
-Nosotros somos su ejército -dijo Neville-. El Ejército de Dumbledore. Estábamos todos juntos en esto, lo mantuvimos funcionando mientras vosotros tres os fuisteis por vuestra cuenta…
-No ha sido exactamente un paseo por el campo, compañero, -dijo Ron.
-Nunca dije eso, pero no veo porque no podeis confiar en nosotros. Cada uno de nosotros ha estado luchando, y nos hemos visto forzados a venir aquí porque los Carrow nos estaban cazando. Todo el mundo aquí dentro ha probado su lealtad a Dumbledore… su lealtad a ti.
-Mira, -comenzó Harry, sin saber muy bien que iba a decir, pero no importó. La puerta que daba al túnel se acababa de abrir detrás de él.
-¡Recibimos tu mensaje, Neville! ¡Hola a vosotros tres, pensé que podrían estar aquí!
Eran Luna y Dean. Seamus soltó un gran rugido de felicidad y corrió a abrazar a su mejor amigo.
-¡Hola, a todo el mundo! –dijo Luna alegremente-. ¡Oh, es grandioso estar de vuelta!
-Luna, -dijo Harry distraído-, ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo supiste…?
-Yo la mande a buscar, -dijo Neville, sosteniendo el falso galeón-. Le prometí a Ginny y a ella que si aparecías se lo haría saber. Todos pensamos que si volvías, iba a significar la revolución. Que íbamos a derrotar a Snape y a los Carrow.
- Por supuesto que eso es lo que significa, -dijo Luna vivamente-. ¿No es así, Harry? ¿Lucharemos para expulsarlos de Hogwarts?
-Escuchad, -dijo Harry con un creciente sentimiento de pánico-. Lo siento, pero no he vuelto para eso. Hay algo que debemos hacer y después…
-¿Nos vas a dejar en este enredo? –reclamó Michael Corner.
-¡No! –dijo Ron-. Lo que estamos haciendo beneficiará a todo el mundo al final, se trata de intentar librarnos de Ya-sabes-quien…
-¡Entonces dejadnos ayudar! –dijo Neville enfadado-. ¡Queremos tomar parte en ello!
Hubo otro ruido detrás de ellos, y Harry se giró. Pensó que se le paraba el corazón: Ginny estaba saliendo del agujero en la pared, siguiéndola de cerca venían Fred, George y Lee Jordan. Ginny obsequió a Harry con una radiante sonrisa. Se había olvidado, o nunca había apreciado realmente lo guapa que era, pero nunca se había sentido menos contento de verla.
-Aberforth está un poco enfadado, -dijo Fred, levantando la mano en respuesta a varios gritos de bienvenida-. Quiere dormir un poco, y su bar se ha convertido en una estación de trenes.
Harry se quedó con la boca abierta. Justo detrás de Lee Jordan venía la antigua novia de Harry, Cho Chang. Le sonrió.
–Me llegó el mensaje, -dijo, sosteniendo en alto su propio galeón falso y avanzó para sentarse al lado de Michael Corner.
-¿Así que cual es el plan, Harry? –dijo George.
-No hay un plan, -dijo Harry, aún desorientado por la súbita aparición de toda esa gente, incapaz de absorberlo todo mientras la cicatriz continuaba ardiéndole fieramente.
-Lo haremos a medida que vayamos progresando, ¿verdad? Esos son mis preferidos, -dijo Fred.
-¡Teneis que detener todo esto! –le dijo Harry a Neville-. ¿Para que les has pedido que volvieran? Esto es una locura…
-Vamos a luchar, ¿verdad? –dijo Dean, sacando su falso galeón-. ¡El mensaje decía que Harry había regresado, y que íbamos a luchar! Aunque tengo que conseguir una varita…
-¿No tienes varita? –comenzó Seamus.
Repentinamente Ron se volvió hacia Harry.
-¿Por qué no pueden ayudarnos?
-¿Qué?
-Pueden ayudar. –bajo la voz, para que nadie aparte de Hermione, que estaba parada entre los dos, lo escuchara, y dijo-. No sabemos donde está. Debemos encontrarlo rápido. No tenemos que decirles que es un Horrocrux.
Harry miró de Ron a Hermione, que murmuró
-Creo que Ron tiene razón. Ni siquiera sabemos que es lo que estamos buscando, los necesitamos. –y como Harry no parecía muy convencido, añadió-, No tienes que hacerlo todo tú solo, Harry.
Harry pensó rápido, su cicatriz aún ardiendo, su mente amenazando con volver a dividirse. Dumbledore le había advertido que no le contara a nadie lo de los Horrocruxes exceptuando a Ron y Hermione. Secretos y mentiras, así era como había crecido, y en Albus… era innato… ¿Se estaba convirtiendo en Dumbledore, manteniendo secretos apretados en el pecho, temiendo confiar? Pero Dumbledore había confiado en Snape, y ¿Adonde lo había llevado eso? A ser asesinado en la cumbre de la torre más alta…
-Está bien, -dijo en voz baja a los otros dos-. Ok, -gritó hacia la totalidad de la habitación, y todo ruido cesó: Fred y George, que habían estado gastando bromas a aquellos que tenían más cerca, se quedaron en silencio y todos permanecían alerta, excitados.
-Hay algo que debemos encontrar, -dijo Harry-. Algo… algo que nos ayudara a derrocar a Ya-sabes-quien. Está aquí en Hogwarts, pero no sabemos donde. Puede haber pertenecido a Ravenclaw. ¿Alguien ha oído hablar acerca de un objeto como ese? ¿Por ejemplo, alguien ha visto algún objeto que llevara su águila?
Miro esperanzadamente hacia el pequeño grupo de Ravenclaws, a Padma, Michael, Terry y Cho, pero fue Luna, que estaba encaramada sobre el brazo de la silla de Ginny, la que contestó.
-Bueno, está su diadema perdida. Te hable sobre ello, ¿recuerdas Harry? ¿La diadema perdida de Ravenclaw? La que papá estaba tratando de duplicar.
-Si, pero la diadema perdida, -dijo Michael Corner, poniendo los ojos en blanco-, está perdida, Luna. Es lo malo.
-¿Cuándo se perdió? –preguntó Harry.
-Dicen que hace siglos, -dijo Cho, y Harry sintió que se le hundía el corazón-. El Profesor Filtwick dice que la diadema se desvaneció junto con la misma Ravenclaw. La gente la ha buscado, pero –apeló a sus compañeros de Ravenclaw-. Nadie ha encontrado ni rastro de ella, ¿verdad?
Todos asintieron.
-Lo siento pero, ¿Que es una diadema? –preguntó Ron.
-Es una especie de corona, -dijo Terry Boot-. Se supone que la de Ravenclaw tenía propiedades mágicas, acrecentaba la sabiduría del portador.
-Si, los Wrackspurt siphons de papá…
Pero Harry interrumpió a Luna.
-¿Y ninguno de vosotros ha visto nunca nada parecido?
Todos sacudieron la cabeza nuevamente. Harry miró a Ron y Hermione y su propia desilusión se vio reflejada en ellos. Un objeto que había estado perdido tanto tiempo, y aparentemente sin dejar rastro, no parecía un buen candidato para ser el Horrocrux escondido en el castillo… Sin embargo, antes de que pudiera formular la siguiente pregunta, Cho habló nuevamente.
-Si quieres hacerte una idea de cómo se supone que es la diadema, puedo llevarte a nuestra sala común y mostrártela, Harry. Ravenclaw la lleva puesta en la estatua que tenemos de ella.
La cicatriz de Harry ardió nuevamente. Por un momento la Sala de Menesteres osciló ante el, y en cambio se vio volando con la negra tierra debajo de él y sintió a la gran serpiente enrollada sobre sus hombros. Voldemort estaba volando otra vez, si hacia el lago subterráneo o hacia aquí, al castillo, no lo sabía. De cualquier forma, apenas le quedaba tiempo.
-Se está moviendo, -dijo quedamente a Ron y Hermione. Miró a Cho y luego volvió su vista hacia ellos-. Escuchad, se que no es una gran pista, pero voy a echarle un vistazo a esa estatua, al menos para saber como es la diadema. Esperadme aquí y manteneros a salvo.
Cho se había puesto de pie, pero Ginny dijo bastante ferozmente,
-No, Luna guiará a Harry, ¿verdad Luna?
-Oooh, si, me gustaría, -dijo Luna alegremente, mientras Cho se sentaba nuevamente, desilusionada.
-¿Cómo salimos? –le preguntó Harry a Neville.
-Por aquí.
Llevó a Harry y a Luna hacia un rincón, donde un pequeño armario se abría hacia una empinada escalera. -Cada día aparece en un lugar distinto, por eso nunca han podido encontrarla, -dijo-. El único problema es que nunca sabemos exactamente donde vamos a terminar cuando salimos. Ten cuidado, Harry, siempre patrullan los corredores por la noche.
-No hay problema, -dijo Harry-. Nos vemos en un rato.
Luna y el se apresuraron a subir la escalera, que era larga, estaba alumbrada por antorchas, y presentaba esquinas en lugares inesperados. Al final llegaron a lo que aparentaba ser una pared sólida.
-Ponte aquí debajo, -le dijo Harry a Luna, sacando la capa de invisibilidad y colocándola por encima de ambos. Le dio un pequeño empujón a la pared.
Cuando la tocó se desvaneció y se deslizaron afuera. Harry miró hacia atrás y vio que se había vuelto a cerrar herméticamente. Estaban de pie en un oscuro corredor. Harry tiró de Luna hasta estar entre las sombras, busco dentro del bolsito que tenía alrededor del cuello y saco el Mapa del Merodeador. Sosteniéndolo cerca de la nariz busco y al fin localizó los puntitos que eran él y Luna.
-Estamos en el quinto piso, -susurró, mirando como se movía Filtch alejándose de ellos a un corredor de distancia. –Vamos, por aquí.
Partieron.
Harry había merodeado muchas veces por el castillo de noche antes, pero nunca le había latido el corazón tan rápidamente, nunca nada tan importante había dependido de que realizara su travesía a salvo por él.
A través de cuadrados de luz de luna que brillaban en el piso, pasaron frente a piezas de armadura cuyos cascos crujían ante el sonido de sus suaves pisadas, doblando esquinas al otro lado de las cuales quien sabía lo que acechaba.
Harry y Luna caminaron, examinando el Mapa del Merodeador cada vez que la luz lo permitía, deteniéndose dos veces para permitir que un fantasma siguiera su camino sin prestarles atención. Esperaba encontrar algún obstáculo en cualquier momento; su peor temor era que apareciera Peeves, y a cada paso aguzaba los oídos para ver si oía alguna señal que le indicara que el poltergeist se aproximaba.
-Por aquí, Harry, -jadeó Luna, agarrándole la manga y tirando de él hacia una escalera en espiral.
Subieron siguiendo cerrados, vertiginosos círculos; Harry nunca había estado allí arriba antes. Al final llegaron a una puerta. No había pestillo ni agujero de cerradura: nada, solo una lisa extensión de madera antigua, y una aldaba de bronce en forma de águila.
Luna sacó la pálida mano, que parecia sobrenatural flotando en el medio de la nada, sin estar aparentemente conectada a un brazo o un cuerpo. Golpeó una vez, y en el silencio sonó como lo que a Harry le pareció un disparo de cañón. En seguida el águila abrió el pico, pero en vez de un piar de pájaro, una voz suave y musical, dijo, -¿Qué fue primero, el fénix o la llama?
-Hmm… ¿Que piensas, Harry? –dijo Luna, pareciendo pensativa.
-¿Qué? ¿No tienen una contraseña?
-Oh no, tienes que responder una pregunta, -dijo Luna.
-¿Qué pasa si das la respuesta incorrecta?
-Bueno, tienes que esperar a alguien que de la respuesta correcta, -dijo Luna-. De esa forma aprendes, ¿te das cuenta?
-Si… el problema es que no nos podemos permitir el lujo de esperar a nadie más, Luna.
-No, ya veo lo que quieres decir, -dijo Luna seriamente-. Bueno entonces, creo que la respuesta es que un círculo no tiene comienzo.
-Bien razonado, -dijo la voz, y la puerta se abrió.
El desierto salón común era una habitación amplia y circular, más etérea que cualquier otra que Harry hubiera visto nunca en Hogwarts. Graciosas ventanas abovedadas resaltaban sobre las paredes, de las que colgaban sedas de color azul y bronce. Durante el día, los Ravenclaw debían gozar de una vista espectacular de las montañas que los rodeaban. El techo era abovedado y tenía estrellas pintadas, que se repetian en la alfombra color azul medianoche. Había mesas, sillas y estanterias, y en un nicho que estaba en frente de la puerta se elevaba una alta estatua de mármol blanco.
Harry reconoció en ella a Rowena Ravenclaw por el busto que había visto en la casa de Luna.
La estatua estaba al lado de una puerta que, supuso, llevaba a los dormitorios en el piso superior. Caminó a zancadas derecho hacia la mujer de mármol, que pareció devolverle la mirada con una burlona media sonrisa grabada en el hermoso aunque algo intimidante rostro. Sobre la cabeza llevaba una diadema de aspecto delicado que había sido reproducida en mármol. No era muy distinta de la tiara que Fleur había usado en su casamiento. Había diminutas palabras grabadas en ella. Harry salió de debajo de la capa y se trepó sobre el zócalo de la estatua para poder leerlas.
-Sabiduría más allá de toda medida, es el mayor tesoro del hombre.
-Lo que significa que tú eres bastante pobre, tonto, -dijo una voz cascada.
Harry se giró, se resbaló del zócalo, y aterrizó en el piso. La figura de hombros inclinados de Alecto Carrow estaba de pie frente a él, e incluso mientras Harry levantaba la varita, presionó el rechoncho dedo índice sobre el cráneo y la calavera grabados en su antebrazo.

Capítulo 28: El espejo perdido

Los pies de Harry tocaron la carretera. Vio la ansiadamente familiar calle principal de Hogsmeade, las fachadas oscuras de las tiendas, la línea de neblina en las montañas negras tras la aldea, la curva adelante en el camino que conducía directamente a Hogwarts, y luz que salía de las ventanas de Las Tres Escobas, y con una sacudida de la cabeza, recordó con exactitud desgarradora, como había aterrizado aquí hacia casi un año, sosteniendo a un Dumbledore desesperadamente débil; todo esto en un segundo, durante el aterrizaje…y entonces mientras relajaba su apretón sobre los brazos de Ron y Hermione, sucedió.
El aire fue rasgado por un grito que sonó igual que el de Voldemort al descubrir que la copa había sido robada. Resonó en cada uno de los nervios del cuerpo de Harry, y supo que había sido causado por su aparición.
Mientras miraba hacia los otros bajo de la Capa, la puerta de Las Tres Escobas se abrió de golpe y una docena de mortifagos encapuchados y enmascarados salieron a la calle, con las varitas en alto.
Harry agarro la muñeca de Ron cuando éste alzó su varita. Había demasiados para correr. Incluso intentarlo revelaría su posición. Uno de los mortifagos alzó su varita, y el grito se detuvo, haciendo eco a través de las montañas distantes.
—¡Accio Capa!, —rugió uno de los mortiagos.
Harry aferró los pliegues, pero la Capa no hizo ningún intento por escapar. El hechizo convocador no había funcionado.
—¿No estas bajo tu envoltorio, entonces, Potter? —grito el mortifago que había intentado el encantamiento, y despuéss hacia sus compañeros, —Dispersáos ahora. Esta aquí.
Seis de los Mortifagos corrieron hacia ellos, Harry, Ron y Hermione retrocedieron tan rápido como fue posible hacia la calle lateral más cercana y los Mortifagos no los encontraron por milímetros. Esperaron en la oscuridad, oyendo los pasos corriendo arriba y abajo, haces de luz de las varitas de los mortifagos que buscaban volaban a lo largo de la calle.
—¡Vamos sin más! —susurró Hermione—. ¡Desaparezcamos ahora!
—¡Excelente idea! —dijo Ron, pero antes de que Harry pudiera responder, un mortifago grito,
—¡Sabemos que estas aquí, Potter, y no hay salida posible! ¡Te encontraremos!
—Estaban preparados para nosotros, —susurro Harry—. Montaron ese hechizo para que les avisara cuando vinieramos. Supongo que han hecho algo para mantenernos aquí, atraparnos…
—¿Y que hay de los dementores? —habló otro Mortifago—. ¡Dadles rienda suelta, ellos los encontrarán rapidamente!
—El Señor Oscuro no quiere a Potter muerto por ninguna mano que no sea la suya…
—¡… los dementores no le matarán! El Señor Oscuro quiere la vida de Potter, no su alma. ¡Será más fácil de matar si ha sido Besado antes!
Se produjeron muestras de conformidad. El pavor inundó a Harry, para repeler a los dementores tendrían que hacer Patronus que les descubrirían inmediatamente.
—¡Vamos a tener que intentar desaparecer, Harry! —susurró Hermione.
Mientras lo decía, sintió ese frió antinatural extendiéndose por la calle. La luz fue succionada del ambiente, hasta las estrellas se desvanecieron. En medio de la oscuridad, sintió a Hermione tomar y sujetar su brazo y juntos, se dieron la vuelta en el lugar.
El aire por el que necesitaban moverse, parecía haberse vuelto solidó. No podían desaparecerse, los mortifagos habían realizado bien sus encantamientos. El frió penetrando mas y mas profundamente en la carne de Harry. Ron, Hermione y él retrocedieron hacia atrás por la calle lateral, andando a tientas a lo largo de la pared, intentando no hacer ruido. Entonces, a la vuelta de la esquina, deslizándose silenciosamente, llegaron los dementores, diez o más de ellos, visibles porque eran de una oscuridad más densa que sus alrededores, cubiertos con sus negras capas y con sus manos en descomposición y con pústulas. ¿Podían detectar miedo en las cercanías? Harry estaba seguro de ello. Parecían estar acercándose mas rápido ahora, con esas pesadas y ruidosas respiraciones que detestaba, probando la desesperación en el aire, acercándose…
Alzó su varita. No podía, no sufriría el beso de los dementores, sin importar lo que ocurriera después. Era en Ron y Hermione en lo que pensaba mientras susurraba, —¡Expecto Patronum!
El ciervo plateado surgió de su varita y embistió. Los dementores se dispersaron y se oyó un grito triunfante en alguna parte fuera de vista.
—¡Es él, allá abajo, allá abajo, he visto su Patronus, era un ciervo!
Los dementores se había retirado, las estrellas destellaban de nuevo y los pasos de los mortifagos se hacían mas fuertes, pero antes de que Harry en su pánico pudiera decidir que hacer, se oyó un rechinar de goznes cerca, una puerta se abrió en el lado izquierdo de la estrecha calle, y una voz áspera dijo: —¡Potter, aquí adentro, rápido!
Obedecieron sin vacilación, los tres se apresuraron a través del umbral abierto.
—¡Escaleras arriba, dejáos la capa puesta, manteneos en silencio! —murmuró una figura alta, pasando junto a ellos mientras salía a la calle y cerrando la puerta tras él.
Harry no había tenido ni idea de donde se metían, pero ahora veía, a la luz temblorosa de una simple vela, reconoció el mugriento suelo recubierto de aserrín del bar de la posada La Cabeza de Cerdo. Corrieron detrás de la barra y a través de una segunda puerta, que conducía a una engañosa escalera de madera, que subieron tan rápido como pudieron. Las escaleras daban a una sala de estar con una alfombra raída y una pequeña chimenea, sobre la cual colgaba un retrato grande al óleo de una chica rubia que miraba hacia el cuarto con una especie de dulzura ausente.
Llegaron gritos desde las calles abajo. Aun llevando la Capa de Invisibilidad puesta, se acercaron a la mugrienta ventana y miraron hacia abajo. Su salvador, a quien Harry había reconocido como el cantinero de La Cabeza de Cerdo, era la única persona que no vestía una capucha.
—¿Qué? —bramaba hacia una de las caras encapuchadas—. ¿Qué? ¡Enviáis dementores a mi calle, yo respondo un Patronus! ¡No permitiré que se acerquen a mi! !Os lo he dicho! ¡No lo permitiré!
—Ese no era tu Patronus, —dijo un mortifago—. Era un ciervo. ¡Era el de Potter!
—¡Ciervo! —gruño el cantinero, y saco su varita—. ¡Ciervo! Idiota, ¡Expecto Patronum!
Algo enorme y con cuernos salió de la varia. Con la cabeza baja, embistió porHigh Street, hasta perderse de vista.
—Eso no es lo que yo vi, —dijo el mortifago, aunque parecía ahora menos seguro.
—Violaron el toque de queda, ya oiste el ruido, —dijo uno de sus compañeros al cantinero—. Alguien estaba afuera en la calle contra las regulaciones…
—¡Si quiero dejar salir a mi gato, lo haré, y al diablo tu toque de queda!
—¿Tu activaste el encantamiento aullido?
—¿Y qué si lo hice? ¿Vais a llevarme a Azcaban? ¿Asesinarme por asomar la nariz fuera de mi propia puerta principal? ¡Hacedlo entonces, si queréis! Pero espero por vuestro bien que no hayais presionado vuestrass pequeñas Marcas Oscuras, convocándolo. No le va a gustar que le hagan venir aquí por mi y mi viejo gato, ¿o si?
—¡No te preocupes por nosotros, —dijo uno de los mortifagos—, preocupate por ti mismo, ¡violando el toque de queda!
—¿Y en donde traficaréis con pociones y venenos cuando mi bar sea clausurado? ¿Qué pasara entonces vuestra pequeña actividad suplementaria?
—¿Nos estas amenazando?
—Mantengo la boca cerrada, por venís aquí, ¿o no?
—¡Sigo diciendo que vi un Patronus con forma de ciervo! —grito el primer mortifago.
—¿Ciervo? —rugió el cantinero—. ¡Es una cabra, idiota!
—Vale, cometimos un error, —dijo el segundo mortifago—. ¡Viola el toque de queda de nuevo y no seremos tan clementes!
Los mortifagos avanzaron a zancadas de vuelta hacia High Street. Hermione gimió de alivio, saliendo de debajo de la capa, y se sentó en una silla de patas bamboleantes. Harry corrió las cortinas y después retiro la capa de Ron y de sí mismo. Podían oir al cantinero abajo, ehando los cerrojos de la puerta del bar, y después subiendo las escaleras.
La atención de Harry fue capturada por algo que habia en la repisa de la chimenea, un pequeño espejo rectangular, colocado de pie, justo debajo del retrato de la chica.
El cantinero entró en el cuarto.
—Malditos tontos, —dijo bruscamente, mirando de uno a otro—. ¿En qué estaban pensando al venir aquí?
—¡Gracias! —dijo Harry—. ¡No podemos agradecerselo lo suficiente! !Salvo nuestras vidas!
El cantinero gruñó. Harry se aproximó mirándole a la cara, tratando de ver mas allá del largo, fibroso y canoso pelo de la barba. Llevaba gafas. Tras los sucios cristales, los ojos eran de un azul brillante y penetrante.
—¡Es su ojo el que he estado viendo en el espejo!
Se hizo el silencio en la habitación. Harry y el cantinero se miraban uno a otro.
—¡Usted envió a Dobby!
El cantinero asintió y busco al elfo alrededor.
—Pensé que estaría contigo. ¿Dónde lo dejasteis?
—Está muerto, —dijo Harry—, Bellatrix Lestrange lo mató.
La cara del cantinero permaneció indiferente. Después de unos momentos dijo,
—Lamento oirlo. Me gustaba ese elfo.
Se dio la vuelta, encendiendo lamparas con golpecitos de su varita, sin mirar a ninguno de ellos.
—Usted eres Aberforth, —dijo Harry a la espalda del hombre.
Él no lo confirmó ni negó, sino se agachó para encender la chimenea.
—¿Cómo conseguió esto? —preguntó Harry, caminando hacia el espejo de Sirius, el gemelo del que él había roto casi dos años antes.
—Se lo compré a Dung hace cosa de un año, —dijo Aberforth—. Albus me dijo lo que era. Intentaba mantener un ojo en ti.
Ron jadeó.
—La cierva plateada, —dijo excitadamente—. ¿Fue tambien usted?
—¿De que estas hablando? —pregunto Aberforth.
—¡Alguien nos envio un Patronus en forma de cierva!
—Con un cerebro así, podrias ser mortifago, hijo. ¿No acabo de probar que mi Patronus es una cabra?
—¡Oh, —dijo Ron—, vale… bueno, tengo hambre! —agregó a la defensiva mientras su estomago soltaba un enorme gruñido.
—Iré a por comida —dijo Aberforth, y salió de la habitación, reapareciendo momentos mas tarde con una hogaza grande de pan, algo de queso, y una jarra de estaño con aguamiel, los puso sobre una pequeña mesa frente al fuego. Hambrientos, comieron y bebieron, y durante un rato solo hubo silencio, excepto por los crujidos del fuego, los golpes de las copas, y el sonido producido al masticar.
—Bien entonces, —dijo Aberforth cuando hubieron comido su ración y Harry y Ron se sentaron encorvados y somnolientos en sus sillas—. Tenemos que pensar en la mejor forma de sacaros de aquí. No puede ser de noche, ya oísteis lo que pasa si alguien se mueve en el exterior en la oscuridad. El encantamiento aullido se activa, saldrán tras vosotros como bowtruckles sobre huevos de doxy. No considero que vaya a ser capaz de hacer pasar un ciervo por una cabra una segunda vez. Esperad a que amanezca cuando el toque de queda termine, entonces os podréis poner vuestra Capa de Invisibilidad de nuevo y salir a pie. Salid directamente de Hogsmeade, hacia las montañas, y podréis desaparecer allí. Tal vez veais a Hagrid. Se ha estado escondiendo en una cueva allá arriba con Grawp desde que intentaron arrestarlo.
—No nos iremos, —dijo Harry—. Tenemos entrar en Hogwarts.
—No seas estúpido, chico, —dijo Aberforth.
—Tenemos que hacerlo, —dijo Harry.
—Lo que tenéis que hacer, —dijo Aberforth, inclinándose hacia adelante—, es iros tan lejos de aquí como podáis.
—No lo entiende. No hay mucho tiempo. Tenemos que conseguir entrar en el Castillo. Dumbledore… quiero decir, su hermano, quería que nosotros…
La luz de la chimenea hizo que las mugrientas gafas de Aberforth se volvieron momentáneamente opacas, de un parejo blanco brillante, y que a Harry le recordaron a los ojos ciegos de la araña gigante, Aragog.
—Mi hermano Albus quería un montón de cosas, —dijo Aberforth— y la gente tenia el hábito de salir malparada mientras el llevaba a cabo sus grandes planes. Mantente alejado de ese colegio, Potter, y fuera del país si puedes. Olvida a mi hermano y sus astutas intrigas. Él se ha ido a donde ya nada de esto puede herirle, y no le debéis nada.
-Usted no lo entiende -dijo Harry de nuevo.
-Oh, ¿no? -dijo Aberforh con calma-. ¿Crees que no entendía a mi propio hermano? ¿Crees conocer a Albus mejor que yo?
-No quería decir eso -dijo Harry, cuyo cerebro se sentía entumecido por el cansancio y el exceso de comida y vino-. Él... me dejó un trabajo.
-¿De veras? -dijo Aberforth-. Un trabajo agradable, espero. ¿Cómodo? ¿Fácil? ¿La clase de cosas que esperarías que un mago niño no cualificado pudiera hacer sin abusar de sí mismo?
Ron soltó una risa sombía. Hermione parecía cansada.
-N-no es fácil, no -dijo Harry-. Pero tengo que...
-¿Tienes? ¿Por qué? Él está muerto, ¿no? -dijo Aberforth rudamente-. ¡Lárgate, chico, antes de que le sigas! ¡Sálvate a ti mismo!
-No puedo.
-¿Por qué no?
-Yo... -Harry se sentía superado; no podía explicarlo, así que tomó la ofensiva en vez de eso-. Pero usted también luchó, estaba en la Orden del Fénix.
-Lo estaba -dijo Aberforth-. La Orden del Fénix está acabada. Quien-tú-ya-sabes ha ganado, se acabó, quien pretenda otra cosa se engaña a sí mismo. Aquí nunca estarás a salvo, Potter, él te tiene muchas ganas. Vete al extranjero, escóndete, sálvate a tí mismo. Será mejor que te lleves a estos dos contigo. -Lanzó el pulgar hacia Ron y Hermione-. Estarán en peligro mientras vivan ahora que todo el mundo sabe que han estado ayudándote.
-No pudo marcharme -dijo Harry-. Tengo un trabajo...
-¡Que lo haga otro!
-No puedo. Tengo que ser yo. Dumbledore lo explicó todo...
-Oh, ¿lo hizo? ¿Y te lo contó todo, fue honesto contigo?
Harry deseó con todo su corazón decir "Si", pero de algún modo esa sencilla palabra no llegaba a sus labios. Aberfoth pareció saber lo que estaba pensando.
-Conocía a mi hermano, Potter. Aprendió secretismo en el regazo de mi madre. Secretos y mentiras, así es como crecimos, y Albus... estaba en su naturaleza.
Los ojos del viejo viajaron hasta la pintura de la chica sobre el chimenea. Era, ahora que Harry se fijaba apropiadamente, la única foto de la habitación. No había ninguna foto de Albus Dumbledore, ni de nadie más.
-Señor Dumbledore, -dijo Hermione bastante tímidamente-. ¿Es esa su hermana Ariana?
-Si -dijo Aberfoth tensamente-. ¿Has estado leyendo a Rita Skeeter, verdad, señorita?
Incluso a la luz pálida del fuego se notó claramente que Hermione se había ruborizado.
-Elphias Doge nos la mencionó, -dijo Harry, intentando cubrir a Hermione.
-Ese viejo imbécil, -murmuó Aberforth, tomando otro trago de aguamiel-. Creía que el sol salía y se ponía a voluntad de mi hermano, desde luego. Bueno, igual que mucha gente, incluídos vosotros tres por lo que se ve.
Harry siguió callado. No quería expresar la dudas e incertidumbres que le habían carcomido durante meses. Había hecho su elección mientras cavaba la tumba e Dobby, había decidido continuar por el sinuoso y peligroso camino señalado por Albus Dumbledore, aceptar que no se le había contado todo lo que quería saber, pero simplemente confiando. No tenía ningún deseo de volver a dudar; no quería oir nada que pudiera desviarle de su propósito. Encontró la mirada de Aberforth que era tan penetrante como la de su hermano. Los brillantes ojos azules daban la misma impresión, como si estuvieran atravesando con rayos X al objeto de su escrutinio, y Harry creyó que Aberforth sabía lo que estaba pensando y le despreciaba por ello.
-El Profesor Dumbledore se preocupaba por Harry, muchísimo -dijo Hermione en voz baja.
-¿De veras? -dijo Aberforth-. Es curioso como muchas de las personas a las que apreciaba tanto mi hermano han terminado en peor estado que si les hubiera dejado en paz.
-¿Qué quiere decir? -preguntó Hermione sin respiración.
-No importa, -dijo Aberforth.
-¡Pero eso es algo realmente serio para decir! -dijo Hermione-. ¿Está hablando de su hermana?
Aberforth la miró fijamente. Sus labios se movían como si estuviera mordiendo las palabras para contenerlas. Entonces rompió a hablar.
-Cuando mi hermana tenía seis años, fue atacada, por tres chicos muggles. La habían visto hacer magia, espiando a través del seto del jardín trasero. Era una niña, no podía controlarlo, ninguna bruja o mago puede a esa edad. Lo que vieron, les asustó, supongo. Se abrieron paso a través del seto, y cuando ella no les mostró el truco, fueron un poco lejos intentando detener lo que la pequeña mostruito hacía.
Los ojos de Hermione estaban enormes a la luz del fuego. Ron parecía ligeramente enfermo.
Aberforth se puso en pie, tan alto como Albus, y repentinamente terrible en su furia y la intensidad de su dolor.
-Eso la destruyó, lo que le hicieron. Nunca volvió a estar bien. No utilizaba la magia, pero no podía librarse de ella; la interiorizó y eso la volvió loca, explotaba cuando ya no podía controlarla más, y a veces era extraña y peligrosa. Pero principalmente era dulce, asustadiza e inofensiva.
-Y mi padre fue a por los bastardos que lo hicieron, -dijo Aberfoth-, y les atacó. Y le encerraron en Azkaban por ello. Nunca dijo por qué lo había hecho, porque si el Ministerio hubiera sabido en qué se había convertido Ariana, la habrían encerrado en St Mungo por su bien. La hubieran visto como una seria amenaza contra el Estatuto Internacional de Secreto, desequilibrada como estaba, con la magia explotando de ella por momentos cuando no podía contenerla más.
-Nosotros la mantuvimos a salvo y tranquila. Nos mudamos de casa, pero eso hizo que enfermara, y mi madre se ocupaba de ella, e intentaba manterla tranquila y feliz.
-Ella era su favorita, -dijo él, y mientras lo decía, un escolar desaliñado pareció surgir a través de mugrienta y enredada barba-. No Albus, que siempre estaba en su dormitorio cuando estaba en casa, leyendo sus libros y contando sus premios, manteniendo correspondencia con "los más notables nombres mágicos de la actualidad" -gruñó Aberforth-. No quería molestarse con ella. A ella le gustaba más yo. Yo podía llevarle la comida cuando no podía mi madre, la calmaba cuando tenía uno de sus ataques de rabia, y cuando estaba tranquila, solía ayudarme a alimentar a las cabras.
-Entonces, cuando tenía catorce años... Veréis, yo no estaba allí -dijo Aberfoth-. Si hubiera estado allí, podría haberla calmado. Tuvo una de sus rabietas, y mi madre ya no era tan joven como antes, y... fue un accidente. Ariana no pudo controlarlo. Pero mi madre murió.
Harry sintió una horrible mezcla de pena y repulsión, no quería oír nada más, pero Aberfoth siguió hablando, y Harry se preguntó cuanto hacía que no hablaba de esto; de hecho, si alguna vez había hablado de ello.
-Así que eso dio al traste con el viaje de Albus alrededor del mundo con el pequeño Doge. Los dos volvieron a casa para el funeral de mi madre y después Doge se fue por su cuenta, y Albus se quedó como cabeza de familia. ¡Ja!
Aberforth escupió en el fuego.
-Yo me habría ocupado de ella, así se lo dije, no me importaba la escuela. Me hubiera quedado en casa y lo hubiera hecho. Él me dijo que tenía que terminar mi educación y que él ocuparía el lugar de mi madre. Un poco bajo para el Señor Brillante, no había ningún logro en ocuparse de tu hermana medio loca y evitar que volara la casa un día si y otro también. Pero lo hizo muy bien durante unas semanas... hasta que llegó él.
Y ahora una mirada positivamente peligrosa se arrastró hasta la cara de Aberforth.
-Grindelwald. Y al fin mi hermano tenía un igual con el que hablar, alguien tan brillante y talentoso como él. Y ocuparse de Ariana pasó a ocupar un lugar secundario, mientras tramaban sus planes para un Nuevo Orden Mágico y buscaban Reliquias, y lo que fuera en lo que estaban interesados. Grandes planes en beneficio de toda la raza mágica, ¿y si se era negligente en el cuidado de una jovencia, que importaba, cuando Albus estaba trabajando por el bien mayor?
-Pero después de unas semanas, yo ya había tenido suficiente. Casi me había llegado el momento de volver a Hogwarts, así se lo dije, a los dos, cara a cara, como os lo estoy diciendo ahora, -y Aberfoth bajó la mirada hasta Harry, y requirió poca imaginación verle como un adolescente, tieso y enfadado, enfrentando a su hermano mayor-. Le dije, será mejor que despiertes ahora. No puedes moverla, no en su estado, no puedes llevártela contigo adonde quiera que estés planeando ir cuando estás haciendo tus astutos discursos, intentando reunir seguidores. No le gustó eso, -dijo Aberforth y sus ojos se opacaron brevemente por la luz del fuego sobre los cristales de las gafas. Se volvió blanco y ciego de nuevo-. A Grindelwald no le gustó en absoluto. Se enfadó. Me dijo que era un estúpido muchachito, intentando interponerme en el camino de mi brillante hermano... ¿Es que yo no entendía que mi pobre hermana tendría que permanecer oculta, una vez ellos cambiaran el mundo, y lideraran a los magos abandonando el ocultamiento, y enseñaran a los muggles cual era su lugar?
-Y hubo una discusión... y yo saqué mi varita, y él la suya, y me encontré sufriendo una Maldición Cruciatus a manos del mejor amigo de mi hermano... y Albus estaba intentando detenerle, y entonces los tres nos ensarzamos en un duelo, y los destellos de luces y los ruidos la atrayeron, no pudo quedarse...
El color desapareció de la cara de Aberfoth, como si hubiera sufrido una herida mortal.
-... y creo que quería ayudar, pero en realidad no sabía qué estaba haciendo, y no sé cual de nosotros lo hizo, pudo haber sido cualquiera... y estaba muerta.
Su voz se rompió en la última palabra y se dejó caer en la silla más cercana.
La cara de Hermione estaba bañada en lágrimas, y Ron estaba casi tan pálido como Aberfoth. Harry no sentía nada más que repulsión. Deseó no haberlo oído, deseó poder limpiarlo de su mente.
-Yo... lo.. lo siento mucho, -susuró Hermione.
-Desaparecida -graznó Aberfoth-. Desaparecida para siempre.
Se limpió la nariz con la manga y se aclaró la garganta.
-Por supuesto, Grindelwald puso pies en polvorosa. Ya tenía un historial, allá en su país, y no quería que Arianna se sumara a su cuenta también. Y Albus estaba libre, ¿verdad? Libre de la carga de su hermana, libre para convertirse en el más grande de los magos de...
-Nunca fue libre -dijo Harry.
-¿Perdón? -dijo Aberforth.
-Nunca -dijo Harry-. La noche en que su hermano murió, bebió una poción que le volvió loco. Empezó a gritar, suplicando a alguien que no estaba allí-. No les hagas daño, por favor... házmelo a mí.
Ron y Hermione miraban fijamente a Harry. Nunca había entrado en detalles sobre lo que había ocurrido en la isla del lago. Los eventos que habían tenido lugar después de que él y Dumbledore volvieran a Hogwarts lo habían eclipsado concienzudamente.
-Creyó estar de vuelta allí con usted y con Gridelwald, lo sé -dijo Harry, recordando a Dumbledor susurrando y suplicando-. Creyó estar viendo como Grindelwald les hacía daño a usted y a Ariana... Fue una tortura para él. Si le hubiera visto entonces, no diría que era libre.
Aberfoth parecía perdido en la contemplación de sus propias manos nudosas y venosas. Después de una larga pausa dijo,
-¿Cómo puedes estar seguro, Potter, de que mi hermano no estaba más interesado en el bien mayor que en ti? ¿Cómo puedes estar seguro de que no eres prescindible, como mi hermanita?
Un afilado trozo de hielo atravesó el corazón de Harry.
-Yo no lo creo. Dumbledore quería a Harry, -dijo Hermione.
-¿Por qué no le dijo que se ocultara entonces? -disparó Aberforth. ¿Por qué no le dijo "Cuida de ti mismo, así es como sobrevivirás"?
-¡Porque, -dijo Harry antes de que Hermione pudiera responder-, algunas veces tienes que pensar en algo más que en tu propia seguridad! ¡Algunas veces tienes que pensan en el bien mayor! ¡Esto es una guerra!
-¡Tienes diecisiete años, chico!
-¡Soy mayor de edad, y voy a seguir luchando incluso si usted se ha rendido!
-¿Quién dice que me haya rendido?
-La Orden del Fénix está acabada, -repitió Harry-. Quien-tu-ya-sabes ha ganado, se acabó, y cualquiera que finja lo contrario se engaña a sí mismo.
-¡No dije que me gustara, pero es la verdad!
-No, no lo es -dijo Harry-. Su hermano sabía cómo terminar con Quien-usted-ya-sabe y me pasó a mí el conocimiento. Voy a seguir adelante hasta que tenga éxito... o muera. No crea que no sé como podría terminar esto. Lo sé desde hace años.
Esperó a que Aberfoth se quejara o discutiera, pero no lo hizo. Simplemente se movió.
-Tenemos que entrar en Hogwarts -dijo de nuevo Harry-. Si no puede ayudarnos, esperaremos hasta que sea de día, le dejaremos en paz, e intentaremos encontrar una forma de entrar por nuestra cuenta. Si puede ayudarnos... bueno, sería un gran momento para mencionarlo.
Aberforth permaneció pegado a su silla, mirando a Harry a los ojos, con esos ojos que se parecían tan extraordinariamente a los de su hermano. Al fin se aclaró la garganta, se puso en pie, rodeó la mesa, y se aproximó al retrato de Ariana.
-Ya sabes qué hacer -dijo él.
Ella sonrió, se giró, y salió, no como hacia normalmente la gente por el costado de sus marcos, sino a lo largo de lo que parecía un largo túnel pintado tras ella. Observaron su pálida figura retraerse hasta que finalmente fue tragada por la oscuridad.
-Er... ¿qué...? -empezó Ron.
-Ahora hay solo un camino -dijo Aberforth-. Debéis saber que todos los pasadizos secretos han sido tapiados por los dos extremos, hay dementores alrededor de los muros exteriores, y patrullas regulares dentro de la escuela por lo que mis fuentes me dicen. El lugar nunca ha estado tan bien guardado. Cómo esperáis hacer algo una vez consigáis entrar, con Snape al cargo y los Carros en sus puestos... bueno, eso es cosa vuestra, ¿no? Os digo que os preparéis a morir.
-¿Pero qué...? -dijo Hermione, frunciendo el ceño a la pintura de Ariana.
Un diminuto punto blanco reaparecía al final del tunel de la pintura, y ahora Ariana volvía hacia ellos, haciéndose más y más grande mientras llegaba. Pero había alguien más con ella ahora, alguien más alto que ella, que avanzaba cogeando, con aspecto excitado. Llevaba el pelo más largo de lo que Harry le había visto nunca. Estaba pálido y agotado. La dos figuras se hicieron más y más grandes, hasta que solo sus cabezas y hombros llenaron el retrato.
Entonces toda la cosa se separó de la pared como si fuera una pequeña puerta, y la entrada a un auténtico tunel se reveló. Y de él, con su pelo demasiado largo, la cara cortada, la túnica desgarrada, surgió trepando el auténtico Neville Longbotton, que soltó un rugido de alegría, saltó de la chimenea y gritó.
-¡Sabía que volverías! ¡Lo sabía, Harry!

Capítulo 27: El último lugar donde esconderlo

No había forma de dirigirlo, el dragón no podía ver a donde iba, y Harry sabia que si giraba repentinamente o daba una vuelta en medio del vuelo encontrarían imposible sujetarse a su amplio lomo. Sin embargo, mientras subían más y más alto, Londres se desplegaba debajo como un mapa en gris y verde. El sentimiento que abrumaba a Harry era de gratitud por una fuga que había parecido imposible. Agachándose sobre el cuello de la bestia, se aferró con fuerza a las metálicas escamas, mientras la fresca brisa aliviaba su piel quemada y ampollada, las alas del dragón batían el aire como las velas de un molino de viento. A su espalda, ya fuera por deleite o miedo, no podría decirlo, Ron seguía jurando en voz alta y Hermione parecía estar sollozando.
Después de cinco minutos o así, Harry perdió algo del instantáneo pavor a que el dragón fuera a tirarlos, ya que al parecer este no intentaba más que alejarse tanto como fuera posible de su prisión en el subsuelo, pero la cuestión de cómo y cuando iban a desmontar continuaba resultando aterradora. No tenia idea de cuando tiempo podían volar los dragones sin tomar tierra, ni como este dragón en particular, que apenas podía ver, podría localizar un buen lugar para aterrizar. Miraba alrededor constantemente, imaginándose que podía sentir su cicatriz hormigueando…
¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Voldemort se enterara de que habían irrumpido en la bóveda de Lestranges? ¿Cuánto tardarían los duendes de Gringotts en notificarlo a Bellatrix? ¿Con cuanta rapidez descubrirían qué era lo que se habían llevado? Entonces, cuándo descubrieran que la copa dorada no estaba… Voldemort sabría, finalmente, que estaban buscando los Horrocruxes…
El dragón parecía tener ganas de aire mas fresco y limpio, subió sin parar hasta que estubieron volando entre volutas de nubes frías, y Harry no pudo seguir observando los puntos de colores, eran coches que fluían hacia dentro y hacia fuera de la capital. Siguieron y siguieron volando sobre la campiña dividida en parches de verde y marrón, sobre caminos y ríos que serpenteaban a través del paisaje como franjas de cintas mateadas y satinadas.
—¿Qué crees que está buscando? –chilóo Ron mientras seguían volando más y más hacia el norte.
—Ni idea, –gritó Harry en respuesta. Sus manos estaban entumecidas por el frió pero no hizo ningún intento por soltar su asidero. Llevaba un rato preguntándose que harían si veían la costa aparecer bajo de ellos, si el dragón se dirigiera hacia mar abierto. Estaba congelado y entumecido, eso sin mencionar que estaba desesperadamente hambriento y sediento. ¿Cuando, se preguntaba, había disfrutado la propia bestia de su última comida? ¿Seguramente necesitaría alimento pronto? ¿Y si, en ese momento, se diera cuenta de que llevaba a tres humanos muy comestibles sentados en el lomo?
El sol se deslizó mas abajo en el cielo, que estaba volviéndose de color índigo, y el dragón siguió volando, ciudades y pueblos desaparecían de vista bajo de ellos, su enorme sombra se deslizaba sobre la tierra como si fuera una gran nube oscura. Cada parte de Harry se resentía por el esfuerzo que suponía sostenerse sobre el lomo del dragón.
—¿Es mi imaginación, —gritó Ron después de un considerable rato de silencio—, o estamos perdiendo altura?
Harry miro hacia abajo y vio montanas verde profundo y lagos, cobrizos por el atardecer. El paisaje parecía hacerse mas grande y mas detallado mientras miraba por sobre el costado del dragón, y se preguntaba si este había adivinado la presencia de agua fresca por los destellos de la luz del sol reflejándose en ella.
El dragón voló más y más bajo, en grandes círculos en espiral, sobre lo que al parecer era uno de los lagos más pequeños.
—¡Yo digo que saltemos cuando baje lo suficiente! –grito Harry a los otros—. ¡Directo al agua antes de que se de cuenta que estamos aquí!
Estuvieron de acuerdo, Hermione un poco débilmente, y Harry podía divisar ahora el amplio vientre amarillo del dragón ondeando en la superficie del agua.
—¡AHORA!
Se deslizo por el costado del dragón y cayó en picado con los pies por delante en la superficie del lago, la caída fue más grande de lo que había estimado y golpeó el agua con fuerza, hundiéndose como una piedra en un mundo helado, verde y lleno de juncos. Pataleó hacia la superficie y emergió, resoplando.Vio enormes ondas emanando en círculos desde los lugares donde Ron y Hermione habían caído. El dragón no parecía haber notado nada. Estaba ya cincuenta pies mas allá, descendiendo en picado sobre el lago para tomar agua por su terrorífico morro. Mientras Ron y Hermione emergían del el fondo del lago jadeando y escupiendo, el dragón remontó el vuelo, batiendo sus alas con fuerza, y aterrizó finalmente en un montículo distante.
Harry, Ron y Hermione arremetieron hacia la orilla opuesta. El lago no parecía ser profundo. Pronto fue mas una cuestión de buscar la salida a través de juncos y fango, que de nadar, y finalmente se desplomaron, empapados, resoplando, y exhaustos sobre hierba resbaladiza.
Hermione se derrumbó, tosiendo y estremeciéndose. Aunque Harry podría haberse echado felizmente y dormir, se puso en pie tambaleante, saco su varita, y empezó a recitar los hechizos de protección habituales alrededor de los tres.
Cuando hubo terminado, se unió a los demás. Era la primera vez que podía verlos bien desde que habían escapado de la bóveda. Ambos tenían feas quemaduras rojizas por todo el rostro y brazos, y su ropa colgaba hecha tirones. Hacían muecas de dolor mientras se aplicaban suavemente esencia de dictamo en sus muchas heridas. Hermione le pasó a Harry el frasco, después sacó tres botellas de zumo de calabaza, que había traído de Shell Cottage; y túnicas secas y limpias para los tres. Se cambiaron y después engullir el zumo.
—Bien, mirándolo por el lado bueno, —dijo Ron finalmente, estando sentado y examinando como la piel de las manos le volvía a crecer—, conseguimos el Horrocrux. Por el malo…
—…no tenemos la espada, —dijo Harry apretando los dientes, mientras dejaba caer dictamo a través de un agujero chamuscado en sus vaqueros hasta la fea quemadura debajo.
—No tenemos la espada, —repitió Ron—. Esa pequeña rata traicionera…
Harry sacó el Horrocrux del bolsillo de la chaqueta empapada que acababa de quitarse y se sentó en la hierba frente a ellos. Destellaba bajo el sol, y atrajo sus miradas mientras bebían a tragos sus botellas de zumo.
—Al menos no podemos llevarla puesta en esta ocasión, luciría un poco rara colgando alrededor de nuestros cuellos, —dijo Ron, limpiándose la boca con el dorso de la mano.
Hermione miró hacia el otro lado del lago, al distante montículo donde el dragón seguía bebiendo.
—¿Qué pasara con él, ya sabéis? —preguntó—. ¿Estará bien?
—Suenas como Hagrid, —dijo Ron—, es un dragón, Hermione, puede cuidar de sí mismo. Es por nosotros por quien debemos preocuparnos..
—¿Qué quieres decir?
—Bueno no sé como explicártelo, —dijo Ron—, pero creo que tal vez hayan notado que irrumpimos en Gringotts.
Los tres estallaron en carcajadas, y una vez empezaron, fue difícil parar. A Harry le dolían las costillas, se sentía débil por el hambre, pero se recostó sobre la hierba bajo el cielo rojizo y rió hasta tener la garganta en carne viva.
—¿Qué vamos a hacer, al respecto? —dijo Hermione finalmente, hipando y retomando la seriedad. —Él lo sabrá, ¿ono? Quien-vosotrros-ya-sabéis sabrá que sabemos lo de sus Horrocruxes.
—¡Tal vez tendrán demasiado miedo como para decírselo! —dijo Ron esperanzado—, tal vez lo encubran…
El cielo, el olor del agua del lago, el sonido de la voz de Ron se extinguieron. Dolor atravesó la cabeza de Harry como el golpe de una espada. Estaba de pie en una habitación débilmente iluminada, y un semicírculo de magos estaba de cara a él, y en el suelo a sus pies estaba arrodillada una pequeña y temblorosa figura.
—¿Qué acabas de decirme? —Su voz era fría y fuerte, pero furia y temor ardían dentro de él. Lo único que había temido… pero no podía ser cierto, no podía entender cómo…
El duende estaba temblando, incapaz de encontrar la mirada de los ojos rojos que estaban por encima de los suyos.
—¡Repítelo! —murmuró Voldemort—. ¡Repítelo de nuevo!
—¡M… mi Señor, —tartamudeó el duende, sus ojos negros muy abiertos de terror—, m… mi Señor… t… tratamos de de… detenerlos. Im… impostores, mi Señor irrumpieron… irrumpieron dentro de la… dentro de la bóveda de los Lestrages…
—¿Impostores? ¿Qué impostores? ¿Creía que Gringotts tenía formas de descubrir a los impostores? ¿Quiénes eran?
—Eran… eran… el ch… chico P… Potter y sus d… dos cómplices…
—¿Y se llevaron? —dijo, su voz se elevó, un terrible temor le inundó—, ¡Dime! ¿Qué se llevaron?
—U… una p… pequeña c… copa dorada m… mi Señor…
Gritó de furia, de negación, le sonó como si hubiera surgido de un extraño. Estaba enloquecido, frenético. No podía ser cierto, era imposible, nadie se había enterado. ¿Cómo era posible que el chico hubiera descubierto su secreto?
La Varita de Sauco cruzó rotundamente el aire y luz verde estalló por toda la habitación, el arrodillado duende cayó de lado muerto. Los magos que observaban se dispersaron detrás de el, aterrorizados. Bellatrix y Lucius Malfoy aventaron a otros en su carrera hacia la puerta, y una y otra vez su varita caía y aquellos que quedaron atrás fueron asesinados, todos ellos, por llevarle la noticia, por oir hablar de la copa dorada…
Solo, en medio de la muerte que había dispensado a diestro y siniestro, pasaron ante sus ojos: sus tesoros, sus salvaguardas, sus anclas a la inmortalidad, el diario había sido destruido y la copa robada. ¿Y si… y si el chico sabía lo de los demás? ¿Podría saberlo, habría hecho ya algo al respecto, habría encontrado más de ellos? ¿Había sido Dumbledore el origen de esto? Dumbledore, que siembre había sospechado de él; Dumbledore, muerto a sus órdenes; Dumbledore, cuya varita era suya ahora, que se alzaba más allá de la ignominia de la muerte a través del chico, el chico…
Pero seguramente si el chico hubiera destruido cualquiera de sus Horrocruxes, él, Lord Voldemort, ¿lo hubiera sabido, lo hubiera sentido? Él, el mago más grandioso de todos, él, el más poderoso, él, el asesino de Dumbledore y de muchos otros de menor valía, hombres sin nombre. ¿Cómo podría Lord Voldemort no haber sabido, que él, su ser, lo más importante y preciado, había sido atacado, mutilado?
Cierto, no había lo sentido cuando el diario había sido destruido, pero había creído que eso se debía a que no tenía un cuerpo con que sentir, al ser menos que un fantasma… No, seguramente el resto estaba a salvo… Los otros Horrocruxes tenían que estar intactos…
Pero tenía que saber, tenía que estar seguro… Se paseó por la habitación, apartando de una patada el cadáver del duende al pasar, y las imágenes se desdibujaron y ardieron en su cerebro en ebullición: el lago, la casa y Hogwarts…
Una pizca de calma enfrió su furia ahora. ¿Cómo podría el chico averiguar que había ocultado el anillo en la casa de los Gaunt? Nadie supo nunca que estuviera relacionado con los Gaunt, había ocultado la conexión, los asesinatos nunca habían sido rastreados hasta él. El anillo, seguramente, estaba a salvo.
¿Y cómo podría el chico, o cualquiera, averiguar lo de la cueva o penetrar su protección? La idea del medallón siendo robado era absurda…
En cuanto al colegio, solo él sabía en donde había guardado el Horrocrux de Hogwarts, porque solo él había penetrado los secretos más profundos de ese lugar…
Y todavía quedaba Nagini, quien ahora debía permanecer cerca, sin ser enviada a cumplir más órdenes, bajo su protección…
Pero para estar seguro, completamente seguro, debía regresar a cada uno de sus escondites, debía redoblar la protección alrededor de cada uno de sus Horrocruxes… Un trabajo, como la búsqueda de la Varita de Sauco, que debía realizar en solitario…
¿Cuál debía visitar primero, cual estaba en mayor peligro? Una vieja inquietud osciló dentro de él. Dumbledore había conocido su segundo nombre… Dumbledore pudo haber hecho la conexión con los Gaunt… La casa abandonada era, tal vez, el menos seguro de sus escondites, era allí a donde debía ir primero…
El lago, seguramente imposible… pensar que existiera la más leve posibilidad de que Dumbledore hubiera conocido alguna de sus pasadas fechorías, durante su época en el orfanato.
Y Hogwarts… pero sabía que el Horrocrux estaba seguro. Sería imposible para Potter entrar a Hogsmeade sin ser detectado, ni que decir al colegio. Sin embargo, sería prudente alertar a Snape del hecho de que el chico podría intentar volver a entrar al castillo… Contar a Snape por qué el chico podría desear volver seríaa absurdo, por supuesto. Había sido una grave equivocación confiar en Bellatrix y Malfoy. ¿No habían probado con su estupidez y descuido cuan imprudente era siempre confiar?
Visitaría primero la casa de los Gaunt entonces, y llevaría Nagini con él. No volvería a separarse de la serpiente… avanzó a zancadas por la habitación, a través del vestíbulo, y afuera hacia el oscuro jardín donde estaba la fuente en funcionamiento. Convocó a la serpiente en lengua parsel y esta se deslizó hasta reunirse con él como una larga sombra…
Los ojos de Harry se abrieron mientras se empujaba a sí mismo de vuelta al presente. Estaba acostado en el montículo del lago bajo el sol, y Ron y Hermione le miraban. A juzgar por sus miradas preocupadas, y por el punzar continuo de su cicatriz, su súbita excursión dentro de la mente de Voldemort no había pasado inadvertida. Empezó a ponerse en pie penosamente, temblando, vagamente sorprendido de que siguiera estando mojado, y vio la copa que yacía inocentemente tras él en la hierba, y el lago, azul profundo bañado en dorado por los rayos del sol.
—Lo sabe. —Su propia voz sonaba extraña y débil después de los fuertes gritos de Voldemort—. Lo sabe y va a comprobar donde están los otros, y el ultimo, —ya estaba sobre sus pies—, está en Hogwarts. Lo sabía. Lo sabía.
—¿Qué?
Ron le miraba fijamente; Hermione se incorporó, con aspecto preocupado.
—¿Pero que viste? ¿Cómo lo sabes?
—Lo vi enterándose de lo de la copa, yo… yo estaba en su cabeza, él esta, —Harry recordó los asesinatos—, seriamente enfadado, y asustado también, no puede entender como lo averiguamos, y ahora va a ir a comprobar que los demás están a salvo, el anillo primero. Cree que el que está en Hogwarts es el que está más seguro, porque Snape esta allí, porque será muy difícil entrar sin ser vistos. Creo que comprobara este el último, pero podría estar allí en cuestión de horas…
—¿Viste en que lugar de Hogwarts esta? —preguntó Ron, luchando por ponerse también sobre sus pies.
—No, estaba concentrado en advertir a Snape, no pensaba eb de donde está exactamente…
—¡Esperad, esperad! —gritó Hermione mientras Ron levantaba el Horrocrux y Harry sacaba la Capa de Invisibilidad de nuevo—. No podemos ir sin más, no tenemos un plan, tenemos que…
—Tenemos que ponernos en marcha, —dijo Harry firmemente. Había esperado poder dormir, lograr meterse en la nueva tienda, pero eso era ahora imposible—. ¿Puedes imaginarte lo que va a hacer una vez se de cuenta de que el anillo y el medallón han desaparecido? ¿Y si mueve el Horrocrux de Hogwarts, si decide que no está lo suficientemente a salvo?
—¿Pero como vamos a entrar?
—Iremos a Hogsmeade, —dijo Harry—, e intentaremos idear algo una vez veamos que tal es la protección alrededor del colegio. Métete debajo de la Capa, Hermione, quiero que vayamos juntos esta vez.
—Pero no nos cubre bien…
—Estará oscuro, nadie notara nuestros pies.
El aleteo de unas alas enormes hizo eco a través del agua oscura. El dragón había bebido suficiente y había alzado el vuelo. Se detuvieron brevemente en sus preparaciones para verlo subir más arriba y más arriba, ahora oscuro contra el cielo que se oscurecía rápidamente, hasta que desapareció sobre una montaña cercana. Entonces Hermione avanzó y ocupó su lugar entre los dos chicos. Harry estiró hacia abajo la Capa tanto como pudo, y juntos dieron vuelta sobre el terreno hacia la abrumadora oscuridad.