Mientras agosto se agotaba, la plaza de
desaliñado césped en medio de Grimmauld Place se marchitó al sol hasta
que quedó quebradiza y marrón. Los habitantes del número doce nunca eran
vistos por ninguno de los ocupantes de las casas circundantes, ni
tampoco el número doce en sí mismo. Los muggles que vivían en Grimmauld
Place hacía mucho que habían aceptado el divertido error en la
numeración que había causado que el número once se asentara junto al
número trece.
Y aún así la plaza atraía ahora a todo un flujo de
visitantes que parecían encontrar esta anormalidad de lo más intrigante.
Apenas pasaba un día sin que una o dos personas llegaran a Grimmauld
Place sin otro propósito, o al menos así lo parecía, que el de apoyarse
contra el pasamanos de cara a los números once y trece, observando la
unión entre las dos casas. Los acechadores nunca eran los mismos dos
días seguidos, aunque todos parecían compartir un desagrado por la ropa
normal. La mayoría de los londinenses que pasaban junto a ellos vestían
de forma excéntrica y tomaban poca nota, aunque ocasionalmente uno de
ellos podía mirar atrás, preguntándose por qué todo el mundo llevaba
capas tan largas con este calor.
Los observadores parecían
obtener poca satisfacción de su vigilia. Ocasionalmente uno de ellos se
echaba hacia adelante excitado, como si hubiera visto algo interesante
al fin, solo para volver a caer hacia atrás pareciendo decepcionados.
El
primer día de septiembre había más gente que nunca acechando en la
plaza. Media docena de hombres con capas largas estaban de pie
silenciosos y vigilantes, mirando como siempre hacia las casas once y
trece, pero lo que fuera que estuvieran esperando parecía que seguía
eludiéndoles. Cuando cayó la noche, trayendo una inesperada bocanada de
lluvia fría por primera vez en semanas, tuvo lugar uno de esos
inexplicables momentos en los que parecían haber visto algo interesante.
El
hombre de la retorcida cara puntiaguda y su compañero más cercano, un
hombre rechoncho y pálido, se echaron hacia adelante, pero un momento
después se habían relajado a su estado anterior de inactividad,
pareciendo frustrados y decepcionados.
Entretanto, dentro del
número nueve, Harry acababa de entrar en el vestíbulo. Casi había
perdido el equilibrio al Aparecerse sobre el escalón más alto justo
fuera de la puerta principal, y gracias a eso los mortífagos podían
haber captado un vistazo de su momentáneamente expuesto codo. Cerrando
la puerta cuidadosamente tras él, se quitó la Capa de Invisibilidad,
colgándosela del brazo, y se apresuró a lo largo del sombrío pasillo
hacia la puerta que conducía al sótano, con un ejemplar robado de El
Profeta aferrada en la mano.
El acostumbrado susurro de "Severus Snape" le saludó, el viento frío le barrió, y su lengua se enrolló por un momento.
-Yo
no te maté -dijo. Al instante su lengua se había desenrollado, después
contuvo el aliento cuando la polvorienta figura del maleficio explotó.
Esperó hasta estar a mitad de la escalera hacia la cocina, fuera del
oído de la Señora Black y se limpió la nube de polvo, antes de gritar.
-Tengo noticias, y no os gustarán.
La
cocina estaba casi irreconocible. Cada superficie estaba ahora pulida.
Ollas de cobre y sartenes habían sido bruñidas hasta darles un brillo
rosado; la superficie de madera de la mesa brillaba; las copas y platos
ya estaba preparados para la cena destellando a la luz de un fuego que
ardía alegremente, y sobre éste hervía un caldero. Nada en la
habitación, sin embargo, estaba más dramáticamente cambiado que el elfo
doméstico que se acercó apresuradamente hasta Harry, vestido con una
esponjosa toalla blanca, el pelo de sus orejas tan limpio y sedoso como
algodón, y el relicario de Regulus rebotando contra su delgado pecho.
-Zapatos
fuera, por favor, Amo Harry, y manos limpias antes de cenar -graznó
Kreacher, cogiendo la Capa de Invisibilidad y colgándola de un gancho en
la pared, junto a un buen número de capas pasadas de moda que habían
sido recientemente lavadas.
-¿Qué pasa? -preguntó Ron
aprensivamente. Hermione y habían estado estudiando una larga lista de
notas manuscritas y mapas hechos a mano que se apilaban descuidadamente
al final de larga mesa de la cocina, pero ahora observaron a Harry
mientras este se acercaba a ellos y tiraba el periódico en la alto de
los pergaminos esparcidos por todas partes.
Una gran foto de un familiar hombre moreno de nariz ganchuda les miraba a todos; debajo un titular decía:
SEVERUS SNAPE CONFIRMADO COMO DIRECTOR DE HOGWARTS
-¡No! -dijeron Ron y Hermione ruidosamente.
Hermione fue la más rápida; agarró el periódigo y empezó a leer la historia que acompañaba a la foto en voz alta.
-"Severus
Snape, durante largo tiempo Profesor de Pociones de la Escuela de
Hogwarts de Magia y Hechicería, ha sido hoy designado director en el más
importante de los muchos cambios de personal de la antigua escuela.
Después de la destitución del anterior profesor de Estudios Muggles,
Alecto Carrow ocupará el puesto, mientras su hermano, Amyous, ocupará la
posición de Defensa Contra las Artes Oscuras. "Doy la bienvenida a la
oportunidad de defender nuestra más fina cultura mágica y sus
valores...." ¡Como cometer asesinatos y cortar las orejas a la gente,
supongo! ¡Snape director! Snape en el estudio de Dumbledore... -¡Por los
pantalones de Merlin! -chilló, haciendo que Harry y Ron saltaran. Se
puso de pie de un salto y salió corriendo de habitación, gritando
mientras lo hacían-. ¡Vuelvo en un minuto!
-¿Por los pantalones
de Merlín? -repitió Ron, que parecía divertido-. Debe estar cabreada
-Empujó el periódico hacia él y estudió el artículo sobre Snape.
-Los
demás profesores no apoyarán esto. McGonagall y Flitwick y Sprout,
todos saben la verdad, sabén como murió Dumbledore. No aceptarán a Snape
como director. ¿Y quienes son esos Carrows?
-Mortifagos -dijo
Harry-. Hay fotos de ellos dentro. Estaban en lo alto de la torre cuando
Snape mató a Dumbledore, así que todos son muy amiguitos. Y -siguió
Harry con amargura, acercando una silla-, no veo como los demás
profesores vayan a tener nada que decir. Si el Ministerio y Voldemort
están tras Snape será una elección entre quedarse y enseñar, o unos
agradables añitos en Azkaban... y eso si tienen suerte. Apuesto a que se
quedarán e intentarán proteger a los estudiantes.
Kreatcher se
acercó apresuradamente a la mesa con una gran sopera en las manos, y
sirvió la sopa en inmaculados cuencos, silbando entre dientes mientras
lo hacía.
-Gracias, Kreatcher -dijo Harry, pasando las páginas de
El Profeta para no tener que ver la cara de Snape-. Bueno, al menos
ahora sabemos donde está Snape exactamente.
Empezó a llevarse la
cuchara de sopa a la boca. La calidad de la comida de Kreacher se había
incrementado dramáticamente desde que le habían dado el relicario de
Regulus. Hoy las cebollas francesas estaban más buenas de lo que Harry
nunca había saboreado.
-Todavía hay un montón de mortifagos
vigilando la casa -dijo a Ron mientras comía-, más de lo normal. Es como
si estuvieran esperando que saliéramos con nuestros baúles y nos
dirigiéramos al Expreso de Hogwarts.
Ron miró su reloj.
-He estado pensando en eso todo el día. Partió hace casi seis horas. Raro, no estar en él, ¿verdad?
En
su imaginación a Harry le pareció ver la máquina de vapor escarlata a
la que Ron y él habían seguido una vez por el aire, reluciendo entre
campos y colinas, con el retumbar de la locomotora escarlata. Estaba
seguro de que Ginny, Neville y Luna estaban sentados juntos en este
momento, quizás preguntándose donde estaban Ron, Hermione y él, o
debatiendo muevas formas de minar el nuevo régimen de Snape.
-Casi me vieron volver ahora mismo -dijo Harry-. Aterrizé de mala manera sobre el escalón más alto y la Capa resbaló.
-A
mi me pasa a cada rato. Oh, aquí esta -añadió Ron, girándose en su
asiento para ver como Hermione volvía a entrar en la cocina-. ¿Y de qué
en nombre de los pantalones de Merlín más desgastados va todo esto?
-Recordé esto -jadeó Hermione.
Llevaba
una gran pintura enmarcada, que bajó al suelo antes de agarrar su
pequeño bolso de cuentas del mostrador del aparador de la cocina.
Abriéndolo, procedió a meter a la fuerza la pintura dentro y a pesar del
hecho de que resultaba patente que era demasiado grande para caber
dentro del diminuto bolso, en unos segundos se había desvanecido, como
todo lo demás, en la espaciosa profundidad del bolso.
-Phineas
Nigellius -explicó Hermione mientras tiraba el bolso sobre la mesa de la
cocina con su usual sonoridad de choques y rechinamientos.
-¿Perdona?
-dijo Ron, pero Harry lo entendió. La imagen pintada de Phineas
Nigellus Black podía viajar entre su retrato en Grimmauld Place y el que
colgaba del despacho del director en Hogwarts, en la habitación
circular en lo alto de la torre donde sin duda Snape estaba sentado
ahora mismo, en triunfante posesión de la colección de delicados y
plateados instrumentos mágicos de Dumbledore, el Pensadero, el Sombrero
Seleccionador, y a menos que hubiera sido trasladada a algún otro sitio,
la espada de Gryffindor.
-Snape podría enviar a Phineas Nigellus
a mirar dentro de la casa por él -explicó Hermione a Ron mientras
volvía a su asiento-. Dejemos que lo intente ahora, todo lo que Phineus
Nigellus podrá ver es el interior de mi bolso.
-¡Bien pensado! -dijo Ron, que parecía impresionado.
-Gracias -sonrió Hermione, acercándo su sopa-. Entonces, Harry, ¿qué más ha pasado hoy?
-Nada
-dijo Harry-. Vigilé la entrada del Ministerio durante siete horas. Ni
rastro de ella. Sin embargo vi a tu padre, Ron. Parecía estar bien.
Ron
asintió apreciando esta noticia. Habían estado de acuerdo en que era
demasiado peligroso intentar comunicarse con el Señor Weasley mientras
entraba y salía del Ministerio, porque siempre estaba rodeado por otros
trabajadores del Ministerio Sin embargo era tranquilizador verle de
tanto en tanto, aunque pareciera agotado y ansioso.
-Papá siempre
nos decía que la gente del Ministerio utiliza la Red Flu para ir a
trabajar -dijo Ron-. Por eso no hemos visto a Umbridge, nunca camina,
cree que es demasiado importante como para eso.
-¿Y que hay de esa curiosa vieja bruja y el pequeño mago de la túnica azul marina? -preguntó Hermione.
-Oh, si, el tipo de Mantenimiento Mágico
-¿Cómo? -preguntó Hermione, con la cuchara suspendida en medio del aire.
-Papá dice que todos los de Manteniento Mágico llevan túnicas azul marinas.
-¡Pero nunca nos habías dicho eso!
Hermione
dejó caer la cuchara y empujó hacia ella la hoja de notas y mapas que
ella y Ron habían estado examinando cuando Harry había entrado en la
cocina.
-No hay nada aquí sobre túnicas azul marino, nada! -dijo, pasando fervientemente las páginas.
-Bueno, importa realmente?
-Ron,
todo importa! Si vamos a entrar en el Ministerio sin que nos cojan
cuando deben estar a la búsqueda de intrusos, cada pequeño detalle
importa! Hemos estado repasando esto una y otra vez, quiero decir, ¿de
qué sirven de todas estas salidas de reconocimiento si no te molestas en
contarnos...?
-Caray, Hermione, olvidé una cosita...
-Lo
comprendes, ¿verdad?, que probablemente no haya lugar más peligroso en
el mundo entero para nosotros ahora mismo que el ministerio de....
-Creo que deberíamos hacerlo mañana, -dijo Harry.
Hermione se quedó congelada, con la mandíbula colgando. Ron se atragantó un poco sobre su sopa.
-¿Mañana? -repitió Hermione-. ¿Hablas en serio, Haryy?
-Solo
digo -dijo Harry- que no creo que vayamos a estar mucho mejor
preparados de lo que estamos ahora si rondamos alrededor de la entrada
del Ministerio un mes más. Cuando más lo alarguemos más lejos podría
estar el relicario. Ya hay muchas posibilidades de que Umbridge lo haya
tirado a la basura, esa cosa no se abre.
-A menos -dijo Ron-, que encontrara una forma de abrirlo y ahora esté poseída.
-No habría ninguna diferencia en su caso, ya era malvada para empezar. -Harry se encogió de hombros.
Hermione se estaba mordiendo el labio, profundamente pensativa.
-Sabemos
todo lo importante -siguió Harry, dirigiéndose a Hermione-. Sabemos que
han acabado con las Apariciones y Desapariciones dentro del Ministerio
Sabemos que ahora solo a algunos de los miembros senior del Ministerio
se les permite conectar sus casas con la Red Flu, porque Ron oyó a esos
Innombrables quejarse de ello. Y sabemos más o menos donde está la
oficina de Umbridge porque tú oirse a ese tipo barbudo contárselo a su
compañero...
-Subo al primer piso, Dolores quiere verme -recitó Hermione inmediatamente.
-Exactamente
-dijo Harry-. Y sabemos que acostumbran a utilizar esas curiosas
monedas, o esas señales, o lo que sean, porque yo vi a esa bruja pedirle
prestada una a su amiga...
-¡Pero no tenemos ninguna!
-Si el plan funciona, la tendremos -continuó Harry serenamente.
-No sé, Harry, no sé... Hay un enorme montón de cosas que podrían ir mal y tantas oportunidades de...
-Eso será igual de cierto si pasamos otros tres meses preparándonos -dijo Harry-. Es hora de actuar.
Podía
ver, por las caras de Hermione y Ron, que estaban asustados; él mismo
no estaba particularmente confiado tampoco, aunque estaba seguro de que
éste era el momento de poner en funcionamiento su plan.
Habían
pasado las últimas cuatro semanas haciendo turnos con la Capa Invisible y
espiando la entrada oficial de Ministerio, que Ron, gracias al Señor
Weasley, conocía desde la niñez. Habían seguido a trabajadores del
Ministerio, oído a hurtadillas sus conversaciones, y aprendido por medio
de cuidadosa observación cuales de ellos solían aparecer, solos, a la
misma hora cada día. Ocasionalmente habían tenido oportunidad de
escamotear un ejemplar de El Profeta del maletín de alguien. Lentamente
habían elaborado los mapas y notas que ahora se apilaban delante de
Hermione.
-De acuerdo -dijo Ron lentamente- digamos que lo hacemos mañana... Creo que deberíamos ser solo Harry y yo.
-¡No empieces otra vez con eso! -suspiró Hermione-. Creía que lo habíamos aclarado.
-Una
cosa es rondar por las entradas bajo la Capa, pero esto es diferente,
Hermione -Ron pinchó con un dedo la copia de El Profeta fechada diez
días atras-. Estás en la lista de nacidos muggles que no se presentaron
al interrogatorio!
-¡Y se supone que tú estás muriéndote de
spattergroit en la Madriguera! Si hay alguien que no debería ir, ese es
Harry, dan una recompensa de diez mil galeones por su cabeza...
-Vale, me quedaré aquí -dijo Harry-. ¿Me lo haréis saber si derrotáis a Voldemort, verdad?
Mientras
Ron y Hermione reían, el dolor se disparó en la cicatriz de la frente
de Harry. Su mano saltó hacia ella. Vio los ojos de Hermione
estrecharse, e intentó disimular el movimiento apartándose el pelo de
los ojos.
-Bueno, si vamos a ir los tres tendremos que Desaparecer por separado -estaba diciendo Ron-. Ya no cabemos todos bajo la capa.
La cicatriz le estaba doliendo más cada vez. Se puso de pie. Al instante, Kreacher se adelantó.
-El Amo no ha terminado su sopa. ¿Preferíria el Amo un sabroso guiso, o algo de la tarta de melaza que al Amo le gusta tanto?
-Gracias, Kreacher, pero volveré en un minuto... er... voy al baño.
Consciente
de que Hermione le estaba mirando suspicazmente, Harry se apresuró
escaleras arriba hacia el vestíbulo y después al primer piso, donde se
metió en el baño y cerró la puerta con cerrojo otra vez. Gruñendo de
dolor, se derrumbó sobre la bañera negra con las patas en forma de
serpiente con la boca abierta, y cerró los ojos...
Se deslizaba por una calle grisácea. Los edificios a ambos lados de él eran altos y de madera; parecían casas de gengibre.
Se
aproximó a uno de ellos, entonces vio la blancura de su mano de dedos
largos contra la puerta. Llamó. Sentía gran excitación...
La
puerta se abrió. Una mujer sonriente estaba allí de pie. Su cara se
quedó blanca cuando miró a la cara de Harry; el humor desapareció y el
terror lo reemplazó.
-¿Gregorovitch? -dijo una voz alta y fría.
Ella sacudió la cabeza. Estaba intentando cerrar la puerta. Un mano blanca la sujetaba, evitando que la cerrara.
-Quiero a Gregorovicth.
-¡Er whon hier mcht mehr! -gritó ella, sacudiendo la cabeza-. ¡No vive aquí! ¡No vive aquí! ¡No le conozco!
Abandonando
el intento de cerrar la puerta, empezó a retroceder por el vestíbulo
oscuro, y Harry siguió en segida, y su mano de dedos largo sacó la
varita.
-¿Dónde está?
-¡Das welf ieh nieht! ¡Se mudó! ¡No lo sé, no lo sé!
Él
alzó la varita. Ella gritó. Dos niños pequeños llegaron corriendo al
vestíbulo. Ella intentó escudarlos con sus brazos. Se produjo un
destello de luz verde...
-¡Harry! ¡HARRY!
Abrió los ojos; estaba tirado en el suelo. Hermione estaba aporreando de nuevo la puerta.
-¡Harry, abre!
Había
gritado, lo sabía. Consiguió levantarse y abrió la puerta. Hermione
cayó dentro al instante, recuperó el equilibrio, y miró alrededor
suspicazmente. Ron estaba justo tras ella, con aspecto de estar nervioso
mientras apuntaba su varita a las esquinas del frío baño.
-¿Qué estabas haciendo? -preguntó Hermione severamente.
-¿Tú qué crees que estaba haciendo? -preguntó Harry con una débil bravata.
-¡Estabas gritando a pleno pulmon! -dijo Ron.
-Oh, si... debe haberme quedado dormido o...
-Harry,
por favor, no insultes nuestra inteligencia, -dijo Hermione, tomando
aire profundamente-. Sabemos que la cicatriz te dolía abajo, y estás
blanco como una sábana.
Harry se sentó en el borde de la bañera.
-Bueno,
acabo de ver a Voldemort asesinar a una mujer. En estos momentos
probablemente ya haya matado a toda su familia. Y no tenía necesidad.
Fue como lo de Cedric otra vez, estaban sólo...
-Harry, se supone
que no ibas a dejar que esto volviera a ocurrir! -gritó Hermione, su
voz resonó a través del baño-. ¡Dumbledore quería que usaras
Occlumencia! Pensaba que la conexión era peligrosa… ¡Voldemort puede
usarla, Harry! ¿Qué tiene de bueno observarlo matar y torturar, cómo
puede ayudar?
-Porque así sé qué está haciendo -dijo Harry.
-¿Así que no vas ni siquiera a intentar cerrarla?
-Hermione, no puedo. Tú sabes que soy malísimo en Oclumencia, nunca le he cogido el truco.
-¡Nunca
lo has intentado realmente! –dijo Hermione amargamente-. No consigo
entender que te guste tener esta conexión especial o relación o… lo que
sea…"
Hermione vaciló ante la mirada que le echó él mientras se levantaba.
-¿Gustarme? -dijo en voz baja-. ¿A ti te gustaría?
-Yo… no… lo siento, Harry, no quería decir…
-Lo odio, odio el hecho de que pueda estar dentro de mí, de tener que verle cuando es más peligroso. Pero voy a utilizarlo.
-Dumbledore…
-Olvidate de Dumbledore. Ésta es mi elección, de nadie más. Quiero saber por qué va tras Gregorovitch.
-¿Quién?
-Es un fabricante de varitas extranjero – dijo Harry-. Hizo la varita de Krum y éste dice que es el mejor.
-Pero
según tú –dijo Ron-, Voldemort ya tiene a Ollivander bajo llave en
algún lugar. ¿Si ya tiene un fabricante de varitas, para qué necesita
otro?
-Tal vez coincide con Krum, tal vez piensa que Gregorovitch
es el mejor....o quizás piensa que Gregorovitch podrá explicar lo que
hizo mi varita cuando me estaba persiguiendo, porque Ollivander no lo
sabe.
Harry echó un vistazo al rajado y polvoriento espejo y vio a Ron y Hermione intercambiar miradas escépticas a su espalda.
-Harry,
tú sigues hablando de lo que hizo tu varita -dijo Hermione-, ¡pero
fuiste tú quien lo hizo! ¿Por qué estás tan decidido a no asumir la
responsabilidad de tu propio poder?
-¡Porque sé que no fui yo! ¡Y Voldemort también lo sabe, Hermione! ¡Los dos sabemos lo que pasó en realidad!
Le
miraron furiosos. Harry sabía que no había convencido a Hermione y que
esta estaba preparando contrargumentos, tanto contra su teoría sobre su
varita como sobre el hecho de que estuviera permitiéndose entrar en la
mente de Voldemort. Para su alivio, intervino Ron.
-Déjalo –la aconsejó-. Es su decisión. Y si vamos a ir mañana al ministerio, ¿no crees que deberíamos repasar el plan?
De
mala gana, lo que fue evidente para los otros dos, Hermione dejó estar
el tema, aunque Harry estaba bastante seguro de que atacaría de nuevo a
la primera oportunidad. Mientras tanto, regresaron a la cocina de
sótano, donde Kreatcher les sirvió estofado y tarta de melaza.
No
se acostaron hasta bastante tarde esa noche, después de pasar horas
repasando el plan hasta que cada uno pudo recitarselo a los demás al
dedillo. Harry, que ahora dormía en el dormitorio de Sirius, estuvo
tendido en la cama a la luz de su varita contemplando la vieja foto de
su padre, sirius, Lupin, y Pettigrew, y murmurando el plan para sí
durante otros diez minutos. Cuando se extinguió la luz de su varita, sin
embargo, no pensó en Pociones Multijugo, Pastillas Vomitivas, o en las
túnicas azul marino de los de Mantenimiento Mágico, sino en el
fabricante de varitas Gregorovitch, y en cuánto tiempo podría permanecer
escondido cuando Voldemort empezara a buscarlo con determinación.
El amanecer pareció seguir a la medianoche con indecente prisa.
-Se te ve fatal -le saludó Ron cuando entró en la habitación a despertarle.
-No durará mucho -dijo Harry, bostezando.
Encontraron
a Hermione abajo, en la cocina. Kreacher le estaba sirviendo café y
bollos calientes, y tenía esa expresión levemente maníaca que Harry
asociaba con los exámenes.
-Túnicas -dijo respirando, advirtiendo
su presencia con una inclinación de cabeza nerviosa, mientras seguía
hurgando en su bolso bordado-. Poción Multijugos…Capa de Invisibilidad…
Detonadores Trampa… deberíais llevar un par cada uno por si acaso…
Pastillas Vomitivas, Turrón Hemorragia Nasal, Orejas Extensibles...."
Se
bebieron de un trago el desayuno y se fueron arriba, mientras Kreacher
les hacía reverencias y les prometía tener un pastel de carne y riñones
preparado para cuando regresaran.
-Bendíto sea –dijo Ron cariñosamente-, y pensar que solía fantasear con cortarle la cabeza y clavarla en la pared.
Se
abrieron paso hasta el primer escalón con una precaución inmensa.
Podían ver a un par de mortífagos con los ojos como platos mirando hacia
la casa desde el otro lado de la nebulosa plaza.
Hermione Desapareció primero con Ron, luego volvió a por Harry.
Después
de la breve y habitual adaptación a la oscuridad y la desorientación
tras el hechizo, Harry se encontró en el diminuto callejón en el que
habían programado que tuviera lugar la primera fase del plan. Estaba
desierto, salvo por un par de recipientes grandes; los primeros
trabajadores del Ministerio no aparecían generalmente por allí hasta al
menos las ocho.
-Todo bien -dijo Hermione, verificando su reloj-.
Debería estar aquí en aproximadamente cinco minutos. Cuando la haya
dejado sin sentido…
-Hermione, lo sabemos – dijo Ron severamente-. ¿Y quien se supone que iba a abrir la puerta antes de que llegue?
Hermione chilló.
-¡Casi se me olvida! Quedaos atrás…
Apuntó
con su varita mágica a la salida de incendios cerrada con candado y
llena de pintadas que había junto a ellos, que se abrió con un
estallido. El oscurro corredor desembocaba, como sabían gracias a su
cuidadoso reconocimiento previo, en un teatro vacío. Hermione tiró de la
puerta hacia ella, de forma que pareciera que todavía estaba cerrada.
-Y ahora -dijo, volviendo a mirar a los otros dos en el callejón-, nos ponemos la capa otra vez…
-…
y esperamos -terminó Ron, haciendo un gesto sobre la cabeza de Hermione
como si echara una manta sobre una jaula de pájaros, y poniendo los
ojos en blanco hacia Harry.
Poco más de un minuto después, se
produjo una diminuta explosión, y una pequeña bruja de Ministerio con el
pelo suelto y gris se Apareció junto a ellos, parpadeó un poco por el
repentino brillo, el sol acababa de salir desde detrás de una nube, pero
apenas tuvo tiempo de disfrutar de su inesperada tibieza antes de que
el silencioso Hechizo Aturdidor de Hermione la golpeara en el pecho y se
desplomara.
-Bien hecho, Hermione –dijo Ron, surgiendo de detrás
de un poste junto a la puerta del teatro mientras Harry se quitaba la
Capa de Invisibilidad. Juntos llevaron a la pequeña bruja por el oscuro
pasillo que llevaba a los bastidores. Hermione arrancó algunos pelos de
la cabeza de la bruja y los añadió a un matraz de barro con Poción
Multijugos que había sacado de su bolso. Ron estaba rebuscando en el
bolso de la pequeña bruja .
-Es Mafalda Hoppkiss -dijo, leyendo
una tarjeta pequeña que identificaba a su víctima como ayudante de la
Oficina Contra el Uso Incorrecto de la Magia-. Será mejor que lleves tú
esto, Hermione, y aquí están las monedas.
Le pasó algunas monedas de oro pequeñas, todas grabadas con las siglas M.O.M., que había cogido del monedero de la bruja.
Hermione
se bebió la Poción Multijugos, que tenía ahora un agradable color
heliotropo, y en unos segundos, estuvo de pie ante ellos el doble de
Mafalda Hopkirk. Cuando le quitó las gafas a Mafalda y se las puso,
Harry comprobó su reloj.
-Estamos tardando, el Sr. Mantenimiento Magico llegará en cualquier momento.
Se
apresuraron a cerrar la puerta tras la verdadera Mafalda. Harry y Ron
se echaron la Capa de Invisibilidad por encima, mientras Hermione se
quedaba a la vista, esperando. Varios segundos después se producía otro
estallido, y un mago pequeño y de aspecto perruno apareció ante ellos.
-Oh, hola, Mafalda
-¡Hola! -dijo Hermione con voz temblorosa-. ¿Cómo estás?
-No demasiado bien, en realidad – respondió el pequeño mago, que parecía cabizbajo.
Cuando Hermione y el mago fueron hacia la calle principal, Harry y Ron se deslizaron tras ellos.
-Siento
oír que estás mal -dijo Hermione hablandole firmemente al pequeño mago
que trataba de explayarese con sus problemas; era esencial detenerlo
antes de que llegara a la calle-. Toma, ten un dulce.
-¿Eh? Oh, no gracias.
-¡Insisto!
-dijo Hermione agresivamente, agitando la bolsa de pastillas en su
cara. Un poco alarmado, el pequeño mago se tomó uno.
El efecto
fue instantáneo. En cuanto la pastilla tocó su lengua, el pequeño mago
empezó a vomitar tanto que ni siquiera notó cuando Hermione le arrancó
unos cuantos pelos de la coronilla.
-¡Oh querido! -Dijo, mientras él salpicaba el callejón con su vómito-. ¡Quizás sea mejor que te tomes el día libre!
-No… ¡no! -Se ahogó e tuvo arcadas, tratando de seguir su camino pese a ser incapaz de caminar derecho.
-Debo… hoy… debo ir…
-¡Pero
eso es absurdo! –dijo Hermione, alarmada-. No puedes ir a trabajar en
este estado… ¡creo que deberías ir a San Mungo a que te curen!
El mago se había derrumbado, intentando todavía, a cuatro patas, gatear hacia la calle principal.
-¡No puedes ir al trabajo así! -lloriqueó Hermione.
Él
por fin pareció aceptar la verdad de sus palabras. Utilizando un
Encantamiento Repulsor Hermione le ayudó a volver a sentarse, él giró en
el lugar y se desvaneció, sin dejar atrás al marcharse nada más que la
bolsa que Ron le había quitado de las manos y algunos resto de vómito.
-Urgh
-dijo Hermione, sujentando en alto el ruedo de su túnica para evitar
los charcos de vómito-. Habría sido mucho menos molesto Aturdirle.
-Si
-dijo Ron, emergiéndo de debajo de la capa y sujetando la bolsa del
mago-, pero entonces tendríamos una enorme pila de cuerpos inconscientes
que habría atraído mucho más la atención.
En dos minutos, Ron
estaba allí ante ellos, tan pequeño y perruno como el mago enfermo, y
vistiendo la túnica azul marino que había estado doblada en su bolsa.
-Es
raro que no la lleve todo el día, ¿verdad? viendo lo mucho que quería
marcharse. De cualquier modo, soy Reg Cattermole, de acuerdo con la
etiqueta de mi bolsa.
-Ahora espera aquí -dijo Hermione a Harry,
que todavía estaba bajo la Capa de Invisibilidad-. Y volveremos con
algunos cabellos para ti.
Tuvo que esperar diez minutos, pero a
Harry le pareció mucho más, acechando solo en el callejón salpicado de
vómito junto a la puerta que ocultaba a la Aturdida Mafalda. Finalmente
Ron y Hermione reaparecieron.
-No sabemos quien es, -dijo
Hermioe, pasando a Harry varios cabellos negros rizados, ¡pero se fue a
casa con una horrorosa hemorragia nasal! Aqui tienes, es bastante alto,
necesitarás una túnica más grande...
Sacó un conjunto de túnicas viejas que Kreacher había lavado para ellos, y Harry se retiró para tomar la poción y cambiarse.
Una
vez la dolorosa transformación estuvo completa tenía más de metro
ochenta de estatura, a los que acompañaba unos brazos bien musculados y
una poderosa constitución. También tenía barba. Guardando la Capa de
Invisibilidad y sus gafas dentro de su nueva túnica, se unió a los otros
dos.
-Caray, es escalofriante -dijo Ron, mirando a Harry, que ahora se erguía sobre él.
-Cojamos algunas de las fichas de Mafalda -dijo Hermione a Harry y entremos, son casi las nueve.
Salieron
del callejón juntos. Cincuenta yardas a lo largo de la acera atestada
había barandillas negras que bordeaban dos juegos de escalones, uno
etiquetado como CABALLEROS y otro DAMAS.
-Os veo en un momento
entonces -dijo Hermione nerviosamente, y bajó tambaleante los escalones
de DAMAS. Harry y Ron se unieron a un buen número de hombres
extrañamente vestido que descendían a lo que parecía ser un baño público
subterráneo ordinario, azulejado de mugriento blanco y negro.
-¡Buenos
días, Reg! -llamó otro mayo de túnica azul marina y se metió en un
cubículo insertando su ficha dorada en una ranura de la puerta-. Menudo
grano en el culo, este, ¿eh? ¡Obligarnos a todos a ir al trabajo de esta
forma! ¿Quién creen que va a colarse dentro, Harry Potter?
El mago rugió de risa ante su propia ocurrencia. Ron soltó una risita forzada.
-Si, -dijo- estúpido, ¿verdad?
Y él y Harry se metieron un cubículos adyacentes.
De
derecha e izquierda a Harry le llegaba el ruido de tirar de la cadena.
Se agachó y espió a través de la abertura del fondo del cubículo, justo a
tiempo para ver un par de pies calzados con botas entrár en el baño de
la puerta de al lado.
Miró a la izquierda y vio a Ron parpadeando hacia él.
-¿Tenemos que tirarnos por el retrete? -susurró.
-Busca como, -le respondió Harry en susurros; su voz salió profunda y grave.
Se pusieron ambos de pie. Sintiéndose excepcionalmente tonto, Harry trepó al retrete
Supo
al instante que había hecho lo correcto; a pesar de que parecía estar
de pie en el agua, sus zapatos, pies y ropa permanecían secos. Extendió
la mano hacia arriba, tiró de la cadena, y al momento siguiente bajaba
zumbando por un corto tobogán, emergiendo de una chimenea en el
Ministerio de Magia.
Se puso en pie torpemente. Había en él un
montón más cuerpo del que estaba acostumbrado a manejar. El grandioso
atrio parecía más oscuro de lo que Harry recordaba. Anteriormente una
fuente doraba había llenado el centro del vestíbulo, lanzando chorros
dorados de luz sobre la madera pulida del suelo y las paredes. Ahora una
estatua gigante de piedra negra dominaba la escena. Era bastante
aterradora, una vasta escultura de una bruja y un mago sentados en
tronos muy ornamentados, bajando la mirada hacia los trabajadores del
Ministerio que salían despedidos de las chimeneas bajo ellos. Grabadas
en letras de treinta centímetros de altura en la base de la estatura
estaban las palabras LA MAGIA ES PODER.
Harry recibió un fuerte golpe en la parte de atrás de las piernas; otro mago acababa de salir de la chimenea tras él.
-¡Fuera de mi camino, no puedes... oh, lo siento, Runcorn!
Claramente
asustado, el mago parcialmente calvo se apresuró a alejarse.
Aparentemente el hombre al que Harry estaba representando, Runcorn, era
intimidante.
-¡Psst! -dijo una voz, y miró alrededor para ver a
una bruja de cabello corto y al mago de aspecto perruno de Mantenimiento
Mágico gesticulando hacia él junto a la estatua. Harry se apresuró a
unirse a ellos.
-¿Todo bien entonces? -susurró Hermione a Harry.
-No, todavía está embutido dentro de ese cerdo -dijo Ron.
-Oh, muy divertido... es horrible, ¿verdad? -dijo a Harry, que estaba mirando la estatua-. ¿Ves en qué están sentados?
Harry
miró más atentamente y comprendió que lo que había pensado que eran
tronos con tallas decorativas eran en realidad montones de seres humanos
esculpidos; cientos y cientos de cuerpos desnudos, hombres, mujeres y
niños, todos con caras bastante estúpidas y feas, retorcidos y
presionados todas juntas para soportar el peso del los magos bien
vestidos.
-Muggles -susurró Hermione-. En el lugar que les corresponde. Vamos, entremos.
Se
unieron a la marea de brujas y magos que avanzaban hacia las verjas
doradas al final del vestíbulo, mirando alrededor e intentando parecer
tan poco sospechosos como fuera posible, pero no había señales de la
inconfundible figura de Dolores Umbridge. Pasaron a través de las verjas
a un vestíbulo más pequeño donde se formaban colas delante de veinte
rejas doradas que albergaban otros tantos ascensores.
-¡Cattermole!
Miraron
alrededor; el estómago de Harry dio un vuelco. Uno de los mortifagos
que habían presenciado la muerte de Dumbledore se acercaba a zancadas a
ellos. Los trabajadores del Ministerio que estaban junto a ellos se
quedaron en silencio, el hombre fruncía el ceño, su cara ligeramente
animal contrastaba extrañamente con su magnífica y abrumadora túnica,
bordada con mucho hilo dorado. Algunos de entre la multitud que se
reunía alrededor de los ascensores gritaron aduladoramente: ¡Buenos días
Yaxleay!. Yaxley los ignoró.
-Solicité a alguien de Mantenimiento Mágico para ocuparse de mi oficina, Cattermole. Todavía está lloviendo allí.
Ron miró alrededor como si esperara que algún otro interviniera, pero nadie habló.
-¿Lloviendo... en su oficina? Eso... Eso no es bueno, ¿verdad?
Ron soltó una risa nerviosa. Los ojos de Yaxley se abrieron de par en par.
-Crees que es divertido, Cattermole, ¿verdad?
Un par de brujas se separaron de la cola del ascensor y se alejaron apresuradamente.
-No -dijo Ron-. No, por supuesto...
-¿Comprendes
que voy de camino abajo para interrogar a tu esposa, Cattermole? De
hecho, me sorprende bastante que no estés allí abajo cogiéndola de la
mano mientras espera. Ya la has dado por perdida, ¿verdad? Probablemente
sabio. Asegúrate de casarte con una sangrepura la próxima vez.
Hermione emitió un pequeño grito de horror. Yaxley la miró. Ella tosió débilmente y se giró.
-Yo... yo... -tartamudeó Ron.
-Pero
si mi esposa fuera acusada de ser una nacida muggle -dijo Yaxley-... no
es que ninguna mujer con la que yo me casara pudiera ser confundida con
esa basura... y el Jefe del Departamento de Refuerzo de la Ley Mágica
necesitara que se hiciera un trabajo, convertiría en mi prioridad hacer
ese trabajo, Cattermole. ¿Me comprendes?
-Si -murmuró Ron.
-Entonces
atiéndelo, Cattermole, y si mi oficina no está completamente seca
dentro de una hora, el Estatus de Sangre de tu mujer será más grave
incluso de lo que ya es ahora.
La reja dorada ante ellos se abrió
traqueteando. Con un asentimiento y una sonrisa complacida a Harry, de
quien evidentemente se esperaba que apreciara este tratamiento a
Cattermole, Yaxley se alejó hacia el otro ascensor. Harry, Ron y
Hermione entraron en el suyo, pero nadie les siguió. Era como si fueran
contagiosos. Las rejas se cerraron con un sonido metálico y el ascensor
empezó a subir.
-¿Qué voy a hacer? -preguntó Ron a los otros dos,
parecía afligido-. Si no aparezco, mi esposa... quiero decir la esposa
de Cattermole...
-Iremos contigo, deberíamos permanecer juntos... -empezó Harry pero Ron sacudió la cabeza fervorosamente.
-Eso
es una locura, no tenemos mucho tiempo. Vosotros dos encontrad a
Umbridge, yo iré y arreglaré lo de la oficina de Yaxley... ¿pero como
hago que deje de llover?
-Intenta con Finite Incantatem -dijo
Hermione en seguida-, eso debería detener la lluvia si es un maleficio o
una maldición; si no lo es, algo va mal con el Encantamiento
Atmosférico, lo que sería más difícil de arrelgar, así que como medida
provisoria intenta Impervious para proteger sus pertenencias...
-Pronuncialo
de nuevo, lentamente... -dijo Ron, buscando desesperadamente en sus
bolsillos una pluma, pero en ese momento el asensor saltó y se detuvo.
Una voz femenina e incorporea dijo.
-Nivel
cuatro, Departamento de Regulación y Control de las Criaturas Mágicas,
que incluye las Divisiones de Bestias, Seres y Espíritus, la Oficina de
Coordinación de Duendes y la Agencia Consultiva de Plagas.. -Y las rejas
se abrieron de nuevo, admitiendo a un par de magos y varios aviones de
papeles de un pálido violeta que revolotearon alrededor de la lámpara
del techo del ascensor.
-Buenos días, Albert -dijo un hombre
peludo y con barba, sonriendo a Harry. Él miró hacia Ron y Hermione
mientras el ascensor subía una vez más. Hermione estaba ahora susurrando
instrucciones frenéticas a Ron. El mago se inclinó hacia Harry, con
mirada maliciosa, y murmuró.
-Dirk Cresswell, ¿eh? ¿De Coordinación de Duendes? Muy buena, Albert. ¡Confío en que ahora conseguiré ese puesto!
Le
guiñó un ojo. Harry respondió con una sonrisa, esperando que eso fuera
suficiente. El ascensor se detuvo, las rejas se abrieron una vez más.
-Nivel
dos, Departamento de Seguridad Mágica, que incluye la Oficina Contra el
Uso Indebido de la Magia, el Cuartel General de Aurores y los Servicios
Administrativos del Wizengamot-dijo la voz incorpórea de la bruja.
Harry
vio a Hermione dar a Ron un pequeño empujón y este se apresuró a salir
del ascensor, seguido por otros magos, dejando a Harry y Hermione solos.
En el momento en que las puertas doradas se hubieron cerrado, Hermione
dijo muy rápido.
-En realidad, Harry, creo que será mejor que
vaya con él, no creo que sepa lo que está haciendo y si hace que le
descubran todo...
-Nivel uno, Ministro de Magia y Personal de Apoyo.
Las
rejas doradas se separaron de nuevo y Hermione jadeó. Cuatro personas
estaba de pie ante ellos. Dos de ellos inmersos en una animada
conversación; un mago de pelo largo que vestía una magnífica túnica de
negro y oro y una bruja rechoncha con aspecto de sapo que llevaba un
lazo de terciopelo en su corto cabello y aferraba un portafolios contra
su pecho.
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