Harry sabía que la intención de Hermione había sido buena, pero eso no le impidió
enfadarse con ella. Había sido propietario de la mejor escoba del mundo durante unas
horas y, por culpa de Hermione, ya no sabía si la volvería a ver. Estaba seguro de que
no le ocurría nada a la Saeta de Fuego, pero ¿en qué estado se encontraría después de
pasar todas las pruebas antihechizos?
Ron también estaba enfadado con Hermione. En su opinión, desmontar una Saeta
de Fuego completamente nueva era un crimen. Hermione, que seguía convencida de que
había hecho lo que debía, comenzó a evitar la sala común. Harry y Ron supusieron que
se había refugiado en la biblioteca y no intentaron persuadirla de que saliera de allí. Se
alegraron de que el resto del colegio regresara poco después de Año Nuevo y la torre de
Gryffindor volviera a estar abarrotada de gente y de bullicio.
Wood buscó a Harry la noche anterior al comienzo de las clases.
—¿Qué tal las Navidades? —preguntó. Y luego, sin esperar respuesta, se sentó,
bajó la voz y dijo—: He estado meditando durante las vacaciones, Harry. Después del
último partido, ¿sabes? Si los dementores acuden al siguiente... no nos podemos
permitir que tú... bueno...
Wood se quedó callado, con cara de sentirse incómodo.
—Estoy trabajando en ello —dijo Harry rápidamente—. El profesor Lupin me dijo
que me daría unas clases para ahuyentar a los dementores. Comenzaremos esta semana.
Dijo que después de Navidades estaría menos atareado.
—Ya —dijo Wood. Su rostro se animó—. Bueno, en ese caso... Realmente no
quería perderte como buscador; Harry. ¿Has comprado ya otra escoba?
—No —contestó Harry.
—¿Cómo? Pues será mejor que te des prisa. No puedes montar en esa Estrella
Fugaz en el partido contra Ravenclaw.
—Le regalaron una Saeta de Fuego en Navidad —dijo Ron.
—¿Una Saeta de Fuego? ¡No! ¿En serio? ¿Una Saeta de Fuego de verdad?
—No te emociones, Oliver —dijo Harry con tristeza—. Ya no la tengo. Me la
confiscaron. —Y explicó que estaban revisando la Saeta de Fuego en aquellos instantes.
—¿Hechizada? ¿Por qué podría estar hechizada?
—Sirius Black —explicó Harry sin entusiasmo—. Parece que va detrás de mí. Así
que McGonagall piensa que él me la podría haber enviado.
Desechando la idea de que un famoso asesino estuviera interesado por la vida de su
buscador; Wood dijo:
—¡Pero Black no podría haber comprado una Saeta de Fuego! Es un fugitivo. Todo
el país lo está buscando. ¿Cómo podría entrar en la tienda de Artículos de Calidad para
el Juego del Quidditch y comprar una escoba?
—Ya lo sé. Pero aun así, McGonagall quiere desmontarla.
Wood se puso pálido.
—Iré a hablar con ella, Harry —le prometió—. La haré entrar en razón... Una Saeta
de Fuego... ¡una auténtica Saeta de Fuego en nuestro equipo! Ella tiene tantos deseos
como nosotros de que gane Gryffindor... La haré entrar en razón... ¡Una Saeta de
Fuego...!
Las clases comenzaron al día siguiente. Lo último que deseaba nadie una mañana de
enero era pasar dos horas en una fila en el patio, pero Hagrid había encendido una
hoguera de salamandras, para su propio disfrute, y pasaron una clase inusualmente
agradable recogiendo leña seca y hojarasca para mantener vivo el fuego, mientras las
salamandras, a las que les gustaban las llamas, correteaban de un lado para otro de los
troncos incandescentes que se iban desmoronando. La primera clase de Adivinación del
nuevo trimestre fue mucho menos divertida. La profesora Trelawney les enseñaba ahora
quiromancia y se apresuró a informar a Harry de que tenía la línea de la vida más corta
que había visto nunca.
A la que Harry tenía más ganas de acudir era a la clase de Defensa Contra las Artes
Oscuras. Después de la conversación con Wood, quería comenzar las clases contra los
dementores tan pronto como fuera posible.
—Ah, sí —dijo Lupin, cuando Harry le recordó su promesa al final de la clase—.
Veamos... ¿qué te parece el jueves a las ocho de la tarde? El aula de Historia de la
Magia será bastante grande... Tendré que pensar detenidamente en esto... No podemos
traer a un dementor de verdad al castillo para practicar...
—Aún parece enfermo, ¿verdad? —dijo Ron por el pasillo, camino del Gran
Comedor—. ¿Qué crees que le pasa?
Oyeron un «chist» de impaciencia detrás de ellos. Era Hermione, que había estado
sentada a los pies de una armadura, ordenando la mochila, tan llena de libros que no se
cerraba.
—¿Por qué nos chistas? —le preguntó Ron irritado.
—Por nada —dijo Hermione con altivez, echándose la mochila al hombro.
—Por algo será —dijo Ron—. Dije que no sabía qué le ocurría a Lupin y tú...
—Bueno, ¿no es evidente? —dijo Hermione con una mirada de superioridad
exasperante.
—Si no nos lo quieres decir, no lo hagas —dijo Ron con brusquedad.
—Vale —respondió Hermione, y se marchó altivamente.
—No lo sabe —dijo Ron, siguiéndola con los ojos y resentido—. Sólo quiere que
le volvamos a hablar.
A las ocho de la tarde del jueves, Harry salió de la torre de Gryffindor para acudir al
aula de Historia de la Magia. Cuando llegó estaba a oscuras y vacía, pero encendió las
luces con la varita mágica y al cabo de cinco minutos apareció el profesor Lupin,
llevando una gran caja de embalar que puso encima de la mesa del profesor Binn.
—¿Qué es? —preguntó Harry.
—Otro boggart —dijo Lupin, quitándose la capa—. He estado buscando por el
castillo desde el martes y he tenido la suerte de encontrar éste escondido dentro del
archivador del señor Filch. Es lo más parecido que podemos encontrar a un auténtico
dementor. El boggart se convertirá en dementor cuando te vea, de forma que podrás
practicar con él. Puedo guardarlo en mi despacho cuando no lo utilicemos, bajo mi mesa
hay un armario que le gustará.
—De acuerdo —dijo Harry, haciendo como que no era aprensivo y satisfecho de
que Lupin hubiera encontrado un sustituto de un dementor de verdad.
—Así pues... —el profesor Lupin sacó su varita mágica e indicó a Harry que
hiciera lo mismo—. El hechizo que trataré de enseñarte es magia muy avanzada...
Bueno, muy por encima del Nivel Corriente de Embrujo. Se llama «encantamiento
patronus».
—¿Cómo es? —preguntó Harry, nervioso.
—Bueno, cuando sale bien invoca a un patronus para que se aparezca —explicó
Lupin— y que es una especie de antidementor; un guardián que hace de escudo entre el
dementor y tú.
Harry se imaginó de pronto agachado tras alguien del tamaño de Hagrid que
empuñaba una porra gigantesca. El profesor Lupin continuó:
—El patronus es una especie de fuerza positiva, una proyección de las mismas
cosas de las que el dementor se alimenta: esperanza, alegría, deseo de vivir... y no puede
sentir desesperación como los seres humanos, de forma que los dementores no lo
pueden herir. Pero tengo que advertirte, Harry, de que el hechizo podría resultarte
excesivamente avanzado. Muchos magos cualificados tienen dificultades con él.
—¿Qué aspecto tiene un patronus? —dijo Harry con curiosidad.
—Es según el mago que lo invoca.
—¿Y cómo se invoca?
—Con un encantamiento que sólo funcionará si te concentras con todas tus fuerzas
en un solo recuerdo de mucha alegría.
Harry intentó recordar algo alegre. Desde luego, nada de lo que le había ocurrido
en casa de los Dursley le serviría. Al final recordó el instante en que por primera vez
montó en una escoba.
—Ya —dijo, intentando recordar lo más exactamente posible la maravillosa
sensación de vértigo que había notado en el estómago.
—El encantamiento es así —Lupin se aclaró la garganta—: ¡Expecto patronum!
—¡Expecto patronum! —repitió Harry entre dientes—. ¡Expecto patronum!
—¿Te estás concentrando con fuerza en el recuerdo feliz?
—Sí... —contestó Harry, obligando a su mente a que retrocediese hasta aquel
primer viaje en escoba—. Expecto patrono, no, patronum... perdón... ¡Expecto
patronum! ¡Expecto patronum!
De repente, como un chorro, surgió algo del extremo de su varita. Era como un gas
plateado.
—¿Lo ha visto? —preguntó Harry entusiasmado—. ¡Algo ha ocurrido!
—Muy bien —dijo Lupin sonriendo—. Bien, entonces... ¿estás preparado para
probarlo en un dementor?
—Sí —dijo Harry, empuñando la varita con fuerza y yendo hasta el centro del aula
vacía. Intentó mantener su pensamiento en el vuelo con la escoba, pero en su mente
había otra cosa que trataba de introducirse... Tal vez en cualquier instante volviera a oír
a su madre... Pero no debía pensar en ello o volvería a oírla realmente, y no quería... ¿o
sí quería?
Lupin cogió la tapa de la caja de embalaje y tiró de ella. Un dementor se elevó
despacio de la caja, volviendo hacia Harry su rostro encapuchado. Una mano viscosa y
llena de pústulas sujetaba la capa.
Las luces que había en el aula parpadearon hasta apagarse. El dementor salió de la
caja y se dirigió silenciosamente hacia Harry, exhalando un aliento profundo y vibrante.
Una hola de intenso frío se extendió sobre él.
—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto. ..!
Pero el aula y el dementor desaparecían. Harry cayó de nuevo a través de una
niebla blanca y espesa, y la voz de su madre resonó en su cabeza, más fuerte que
nunca...
—¡A Harry no! ¡A Harry no! Por favor... haré cualquier cosa...
—A un lado... hazte a un lado, muchacha...
—¡Harry!
Harry volvió de pronto a la realidad. Estaba boca arriba, tendido en el suelo. Las
luces del aula habían vuelto a encenderse. No necesitó preguntar qué era lo que había
ocurrido.
—Lo siento —musitó, incorporándose y notando un sudor frío que le corría por
detrás de las gafas.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lupin.
—Sí...
Para levantarse, Harry se apoyó primero en un pupitre y luego en Lupin.
—Toma. —Lupin le ofreció una rana de chocolate—. Cómetela antes de que
volvamos a intentarlo. No esperaba que lo consiguieras la primera vez. Me habría
impresionado mucho que lo hubieras hecho.
—Cada vez es peor —musitó Harry, mordiendo la cabeza de la rana—. Esta vez la
he oído más alto aún. Y a él... a Voldemort...
Lupin estaba más pálido de lo habitual.
—Harry, si no quieres continuar; lo comprenderé perfectamente...
—¡Sí quiero! —dijo Harry con energía, metiéndose en la boca el resto de la rana—.
¡Tengo que hacerlo! ¿Y si los dementores vuelven a presentarse en el partido contra
Ravenclaw? No puedo caer de nuevo. ¡Si perdemos este partido, habremos perdido la
copa de quidditch!
—De acuerdo, entonces... —dijo Lupin—. Tal vez quieras seleccionar otro
recuerdo feliz. Quiero decir; para concentrarte. Ése no parece haber sido bastante
poderoso...
Harry pensó intensamente y recordó que se había sentido muy contento cuando, el
año anterior; Gryffindor había ganado la Copa de las Casas. Empuñó otra vez la varita
mágica y volvió a su puesto en mitad del aula.
—¿Preparado? —preguntó Lupin, cogiendo la tapa de la caja.
—Preparado —dijo Harry, haciendo un gran esfuerzo por llenarse la cabeza de
pensamientos alegres sobre la victoria de Gryffindor; y no con pensamientos oscuros
sobre lo que iba a ocurrir cuando la caja se abriera.
—¡Ya! —dijo Lupin, levantando la tapa.
El aula volvió a enfriarse y a quedarse a oscuras. El dementor avanzó con su
violenta respiración, abriendo una mano putrefacta en dirección a Harry.
—¡Expecto patronum! —gritó Harry—. ¡Expecto patronum! ¡Expecto pat...!
Una niebla blanca le oscureció el sentido. En tomo a él se movieron unas formas
grandes y borrosas... Luego oyó una voz nueva, de hombre, que gritaba aterrorizado:
—¡Lily, coge a Harry y vete! ¡Es él! ¡Vete! ¡Corre! Yo lo detendré.
El ruido de alguien dentro de una habitación, una puerta que se abría de golpe, una
carcajada estridente.
—¡Harry! Harry, despierta...
Lupin le abofeteaba las mejillas. Esta vez le costó un minuto comprender por qué
estaba tendido en el suelo polvoriento del aula.
—He oído a mi padre —balbuceó Harry—. Es la primera vez que lo oigo. Quería
enfrentarse a Voldemort para que a mi madre le diera tiempo de escapar.
Harry notó que en su rostro había lágrimas mezcladas con el sudor. Bajó la cabeza
todo lo que pudo para limpiarse las lágrimas con la túnica, haciendo como que se ataba
el cordón del zapato, para que Lupin no se diera cuenta de que había llorado.
—¿Has oído a James? —preguntó Lupin con voz extraña.
—Sí... —Con la cara ya seca, volvió a levantar la vista—. ¿Por qué? Usted no
conocía a mi padre, ¿o sí?
—Lo... lo conocí, sí —contestó Lupin—. Fuimos amigos en Hogwarts. Escucha,
Harry. Tal vez deberíamos dejarlo por hoy Este encantamiento es demasiado
avanzado... No debería haberte puesto en este trance...
—No —repuso Harry. Se volvió a levantar—. ¡Lo volveré a intentar! No pienso en
cosas bastante alegres, por eso... ¡espere!
Hizo un gran esfuerzo para pensar. Un recuerdo muy feliz..., un recuerdo que
pudiera transformarse en un patronus bueno y fuerte...
¡El momento en que se enteró de que era un mago y de que tenía que dejar la casa
de los Dursley para ir a Hogwarts! Si eso no era un recuerdo feliz, entonces no sabía qué
podía serlo. Concentrado en los sentimientos que lo habían embargado al enterarse de
que se iría de Privet Drive, Harry se levantó y se puso de nuevo frente a la caja de
embalaje.
—¿Preparado? —dijo Lupin, como si fuera a obrar en contra de su criterio—. ¿Te
estás concentrando bien? De acuerdo. ¡Ya!
Levantó la tapa de la caja por tercera vez y el dementor volvió a salir de ella. El
aula volvió a enfriarse y a oscurecerse.
—¡EXPECTO PATRONUM! —gritó Harry—. ¡EXPECTO PATRONUM!
¡EXPECTO PATRONUM!
De nuevo comenzaron los gritos en la mente de Harry, salvo que esta vez sonaban
como si procedieran de una radio mal sintonizada. El sonido bajó, subió y volvió a
bajar... Todavía seguía viendo al dementor. Se había detenido... Y luego, una enorme
sombra plateada salió con fuerza del extremo de la varita de Harry y se mantuvo entre él
y el dementor; y aunque Harry sentía sus piernas como de mantequilla, seguía de pie,
sin saber cuánto tiempo podría aguantar.
—¡Riddíkulo! —gritó Lupin, saltando hacia delante.
Se oyó un fuerte crujido y el nebuloso patronus se desvaneció junto con el
dementor. Harry se derrumbó en una silla, con las piernas temblando, tan cansado como
si acabara de correr varios kilómetros. Por el rabillo del ojo vio al profesor Lupin
obligando con la varita al boggart a volver a la caja de embalaje. Se había vuelto a
convertir en una esfera plateada.
—¡Estupendo! —dijo Lupin, yendo hacia donde estaba Harry sentado—.
¡Estupendo, Harry! Ha sido un buen principio.
—¿Podemos volver a probar? Sólo una vez más.
—Ahora no —dijo Lupin con firmeza—. Ya has tenido bastante por una noche.
Ten...
Ofreció a Harry una tableta del mejor chocolate de Honeydukes.
—Cómetelo todo o la señora Pomfrey me matará. ¿El jueves que viene a la misma
hora?
—Vale —dijo Harry. Dio un mordisco al chocolate y vio que Lupin apagaba las
luces que se habían encendido con la desaparición del dementor. Se le acababa de
ocurrir algo—: ¿Profesor Lupin? —preguntó—. Si conoció a mi padre, también
conocería a Sirius Black.
Lupin se volvió con rapidez:
—¿Qué te hace pensar eso? —dijo severamente.
—Nada. Quiero decir... me he enterado de que eran amigos en Hogwarts.
El rostro de Lupin se calmó.
—Sí, lo conocí —dijo lacónicamente—. O creía que lo conocía. Será mejor que te
vayas, Harry. Se hace tarde.
Harry salió del aula, atravesó el corredor; dobló una esquina, dio un rodeo por
detrás de una armadura y se sentó en la peana para terminar el chocolate, lamentando
haber mencionado a Black, dado que a Lupin, obviamente, no le había hecho gracia.
Luego volvió a pensar en sus padres.
Se sentía extrañamente vacío, a pesar de haber comido tanto chocolate. Aunque era
terrible oír dentro de su cabeza los últimos instantes de vida de sus padres, eran las
únicas ocasiones en que había oído sus voces, desde que era muy pequeño. Nunca sería
capaz de crear un patronus de verdad si en parte deseaba volver a oír la voz de sus
padres...
—Están muertos —se dijo con firmeza—. Están muertos y volver a oír el eco de su
voz no los traerá a la vida. Será mejor que me controle si quiero la copa de quidditch.
Se puso en pie, se metió en la boca el último pedazo de chocolate y volvió hacia la
torre de Gryffindor.
Ravenclaw jugó contra Slytherin una semana después del comienzo del trimestre.
Slytherin ganó, aunque por muy poco. Según Wood, eran buenas noticias para
Gryffindor; que se colocaría en segundo puesto si ganaba también a Ravenclaw. Por lo
tanto, aumentó los entrenamientos a cinco por semana. Esto significaba que, junto con
las clases antidementores de Lupin, que resultaban más agotadoras que seis sesiones de
entrenamiento de quidditch, a Harry le quedaba tan sólo una noche a la semana para
hacer todos los deberes. Aun así, no parecía tan agobiado como Hermione, a la que le
afectaba la inmensa cantidad de trabajo. Cada noche, sin excepción, veían a Hermione
en un rincón de la sala común, con varias mesas llenas de libros, tablas de Aritmancia,
diccionarios de runas, dibujos de muggles levantando objetos pesados y carpetas
amontonadas con apuntes extensísimos. Apenas hablaba con nadie y respondía de malos
modos cuando alguien la interrumpía.
—¿Cómo lo hará? —le preguntó Ron a Harry una tarde,. mientras el segundo
terminaba un insoportable trabajo para Snape sobre Venenos indetectables. Harry alzó la
vista. A Hermione casi no se la veía detrás de la torre de libros.
—¿Cómo hará qué?
—Ir a todas las clases —dijo Ron—. Esta mañana la oí hablar con la profesora
Vector, la bruja que da Aritmancia. Hablaban de la clase de ayer. Pero Hermione no
pudo ir, porque estaba con nosotros en Cuidado de Criaturas Mágicas. Y Ernie
McMillan me dijo que no ha faltado nunca a una clase de Estudios Muggles. Pero la
mitad de esas clases coinciden con Adivinación y tampoco ha faltado nunca a éstas.
Harry no tenía tiempo en aquel momento para indagar el misterio del horario
imposible de Hermione. Tenía que seguir con el trabajo para Snape. Dos segundos más
tarde volvió a ser interrumpido, esta vez por Wood.
—Malas noticias, Harry. Acabo de ver a la profesora McGonagall por lo de la
Saeta de Fuego. Ella... se ha puesto algo antipática conmigo. Me ha dicho que mis
prioridades están mal. Piensa que me preocupa más ganar la copa que tu vida. Sólo
porque le dije que no me importaba que la escoba te tirase al suelo, siempre que
cogieras la snitch. —Wood sacudió la cabeza con incredulidad—. Realmente, por su
forma de gritarme... cualquiera habría pensado que le había dicho algo terrible. Luego le
pregunté cuánto tiempo la tendría todavía. —Hizo una mueca e imitó la voz de la
profesora McGonagall—: «El tiempo que haga falta, Wood.» Me parece que tendrás
que pedir otra escoba, Harry. Hay un cupón de pedido en la última página de El mundo
de la escoba. Podrías comprar una Nimbus 2.001 como la que tiene Malfoy.
—No voy a comprar nada que le guste a Malfoy —dijo taxativamente.
Enero dio paso a febrero sin que se notara, persistiendo en el mismo frío glaciar. El
partido contra Ravenclaw se aproximaba, pero Harry seguía sin solicitar otra escoba. Al
final de cada clase de Transformaciones, le preguntaba a la profesora McGonagall por la
Saeta de Fuego, Ron expectante junto a él, Hermione pasando a toda velocidad por su
lado, con la cara vuelta.
—No, Potter; todavía no te la podemos devolver —le dijo la profesora McGonagall
el duodécimo día de interrogatorio, antes de que el muchacho hubiera abierto la boca—.
Hemos comprobado la mayoría de los hechizos más habituales, pero el profesor
Flitwick cree que la escoba podría tener un maleficio para derribar al que la monta. En
cuanto hayamos terminado las comprobaciones, te lo diré. Ahora te ruego que dejes de
darme la lata.
Para empeorar aún más las cosas, las clases antidementores de Harry no iban tan
bien como esperaba, ni mucho menos. Después de varias sesiones, era capaz de crear
una sombra poco precisa cada vez que el dementor se le acercaba, pero su patronus era
demasiado débil para ahuyentar al dementor. Lo único que hacía era mantenerse en el
aire como una nube semitransparente, vaciando de energía a Harry mientras éste se
esforzaba por mantenerlo. Harry estaba enfadado consigo mismo. Se sentía culpable por
su secreto deseo de volver a oír las voces de sus padres.
—Esperas demasiado de ti mismo —le dijo severamente el profesor Lupin en la
cuarta semana de prácticas—. Para un brujo de trece años, incluso un patronus como
éste es una hazaña enorme. Ya no te desmayas, ¿a que no?
—Creí que el patronus embestiría contra los dementores —dijo Harry
desalentado—, que los haría desaparecer...
—El verdadero patronus los hace desaparecer —contestó Lupin—. Pero tú has
logrado mucho en poco tiempo. Si los dementores hacen aparición en tu próximo
partido de quidditch, serás capaz de tenerlos a raya el tiempo necesario para volver al
juego.
—Usted dijo que es más dificil cuando hay muchos —repuso Harry
—Tengo total confianza en ti —aseguró Lupin sonriendo—. Toma, te has ganado
una bebida. Esto es de Las Tres Escobas y supongo que no lo habrás probado antes...
Sacó dos botellas de su maletín.
—¡Cerveza de mantequilla! —exclamó Harry irreflexivamente—. Sí, me encanta.
—Lupin alzó una ceja—. Bueno... Ron y Hermione me trajeron algunas cosas de
Hogsmeade —mintió Harry a toda prisa.
—Ya veo —dijo Lupin, aunque parecía algo suspicaz—. Bien, bebamos por la
victoria de Gryffindor contra Ravenclaw. Aunque en teoría, como profesor no debo
tomar partido —añadió inmediatamente.
Bebieron en silencio la cerveza de mantequilla, hasta que Harry mencionó algo en
lo que llevaba algún tiempo meditando.
—¿Qué hay debajo de la capucha de un dementor?
El profesor Lupin, pensativo, dejó la botella.
—Mmm..., bueno, los únicos que lo saben no pueden decimos nada. El dementor
sólo se baja la capucha para utilizar su última arma.
—¿Cuál es?
—Lo llaman «Beso del dementor» —dijo Lupin con una amarga sonrisa—. Es lo
que hacen los dementores a aquellos a los que quieren destruir completamente. Supongo
que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la
víctima y... le sorben el alma.
Harry escupió, sin querer; un poco de cerveza de mantequilla.
—¿Las matan?
—No —dijo Lupin—. Mucho peor que eso. Se puede vivir sin alma, mientras sigan
funcionando el cerebro y el corazón. Pero no se puede tener conciencia de uno mismo,
ni memoria, ni nada. No hay ninguna posibilidad de recuperarse. Uno se limita a existir.
Como una concha vacía. Sin alma, perdido para siempre. —Lupin bebió otro trago de
cerveza de mantequilla y siguió diciendo—: Es el destino que le espera a Sirius Black.
Lo decía El Profeta esta mañana. El Ministerio ha dado permiso a los dementores para
besarlo cuando lo encuentren.
Harry se quedó abstraído unos instantes, pensando en la posibilidad de sorber el
alma por la boca de una persona. Pero luego pensó en Black.
—Se lo merece —dijo de pronto.
—¿Eso piensas? —dijo, como sin darle importancia—. ¿De verdad crees que
alguien se merece eso?
—Sí —dijo Harry con altivez—. Por varios motivos.
Le habría gustado hablar con Lupin sobre la conversación que había oído en Las
Tres Escobas, sobre Black traicionando a sus padres, aunque aquello habría supuesto
revelar que había ido a Hogsmeade sin permiso. Y sabía que a Lupin no le haría gracia.
De forma que terminó su cerveza de mantequilla, dio a Lupin las gracias y salió del aula
de Historia de la Magia.
Harry casi se arrepentía de haberle preguntado qué había debajo de la capucha de
un dementor. La respuesta había sido tan horrible y lo había sumido hasta tal punto en
horribles pensamientos sobre almas sorbidas que se dio de bruces con la profesora
McGonagall mientras subía por las escaleras.
—Mira por dónde vas, Potter.
—Lo siento, profesora.
—Fui a buscarte a la sala común de Gryffindor. Bueno, aquí la tienes. Hemos
hecho todas las comprobaciones y parece que está bien. En algún lugar tienes un buen
amigo, Potter.
Harry se quedó con la boca abierta. La profesora McGonagall sostenía su Saeta de
Fuego, que tenía un aspecto tan magnífico como siempre.
—¿Puedo quedármela? —dijo Harry con voz desmayada—. ¿De verdad?
—De verdad —dijo sonriendo la profesora McGonagall—. Tendrás que
familiarizarte con ella antes del partido del sábado, ¿no? Haz todo lo posible por ganar;
porque si no quedaremos eliminados por octavo año consecutivo, como me acaba de
recordar muy amablemente el profesor Snape.
Harry subió por las escaleras hacia la torre de Gryffindor; sin habla, llevando la
Saeta de Fuego. Al doblar una esquina, vio a Ron, que se precipitaba hacia él con una
sonrisa de oreja a oreja.
—¿Te la ha dado? ¡Estupendo! ¿Me dejarás que monte en ella? ¿Mañana?
—Sí, por supuesto —respondió Harry con un entusiasmo que no había
experimentado desde hacía un mes—. Tendríamos que hacer las paces con Hermione.
Sólo quería ayudar...
—Sí, de acuerdo. Está en la sala común, trabajando, para variar.
Llegaron al corredor que llevaba a la torre de Gryffindor; y vieron a Neville
Longbottom que suplicaba a sir Cadogan que lo dejara entrar.
—Las escribí, pero se me deben de haber caído en alguna parte.
—¡Id a otro con ese cuento! —vociferaba sir Cadogan.
Luego, viendo a Ron y Harry—: ¡Voto a bríos, mis valientes y jóvenes vasallos!
¡Venid a atar a este demente que trata de forzar la entrada!
—Cierra la boca —dijo Ron al llegar junto a Neville.
—He perdido las contraseñas —les confesó Neville abatido—. Le pedí que me
dijera las contraseñas de esta semana, porque las está cambiando continuamente, y
ahora no sé dónde las tengo.
—«Rompetechos» —dijo Harry a sir Cadogan, que parecía muy decepcionado y
reacio a dejarlos pasar. Hubo murmullos repentinos y emocionados cuando todos se
dieron la vuelta y rodearon a Harry para admirar su Saeta de Fuego.
—¿Cómo la has conseguido, Harry?
—¿Me dejarás dar una vuelta?
—¿Ya la has probado, Harry?
—Ravenclaw no tiene nada que hacer. Todos van montados en Barredoras 7.
—¿Puedo cogerla, Harry?
Después de unos diez minutos en que la Saeta de Fuego fue pasando de mano en
mano y admirada desde cada ángulo, la multitud se dispersó y Harry y Ron pudieron ver
a Hermione, la única que no había corrido hacia ellos y había seguido estudiando. Harry
y Ron se acercaron a su mesa y la muchacha levantó la vista.
—Me la han devuelto —le dijo Harry sonriendo y levantando la Saeta de Fuego.
—¿Lo ves, Hermione? ¡No había nada malo en ella!
—Bueno... Podía haberlo —repuso Hermione—. Por lo menos ahora sabes que es
segura.
—Sí, supongo que sí —dijo Harry—. Será mejor que la deje arriba.
—¡Yo la llevaré! —se ofreció Ron con entusiasmo—. Tengo que darle a Scabbers
el tónico para ratas.
Cogió la Saeta de Fuego y, sujetándola como si fuera de cristal, la subió hasta el
dormitorio de los chicos.
—¿Me puedo sentar? —preguntó Harry a Hermione.
—Supongo que sí —contestó Hermione, retirando un montón de pergaminos que
había sobre la silla.
Harry echó un vistazo a la mesa abarrotada, al largo trabajo de Aritmancia, cuya
tinta todavía estaba fresca, al todavía más largo trabajo para la asignatura de Estudios
Muggles («Explicad por qué los muggles necesitan la electricidad»), y a la traducción
rúnica en que Hermione se hallaba enfrascada.
—¿Qué tal lo llevas? —preguntó Harry
—Bien. Ya sabes, trabajando duro —respondió Hermione. Harry vio que de cerca
parecía casi tan agotada como Lupin.
—¿Por qué no dejas un par de asignaturas? —preguntó Harry, viéndola revolver
entre libros en busca del diccionario de runas.
—¡No podría! —respondió Hermione escandalizada.
—La Aritmancia parece horrible —observó Harry, cogiendo una tabla de números
particularmente abstrusa.
—No, es maravillosa —dijo Hermione con sinceridad—. Es mi asignatura favorita.
Es...
Pero Harry no llegó a enterarse de qué tenía de maravilloso la Aritmancia. En aquel
preciso instante resonó un grito ahogado en la escalera de los chicos. Todos los de la
sala común se quedaron en silencio, petrificados, mirando hacia la entrada. Se
acercaban unos pasos apresurados que se oían cada vez más fuerte. Y entonces apareció
Ron arrastrando una sábana.
—¡MIRA! —gritó, acercándose a zancadas a la mesa de Hermione—. ¡MIRA!
—repitió, sacudiendo la sábana delante de su cara.
—¿Qué pasa, Ron?
—¡SCABBERS! ¡MIRA! ¡SCABBERS!
Hermione se apartó de Ron, echándose hacia atrás, muy asombrada. Harry observó
la sábana que sostenía Ron. Había algo rojo en ella. Algo que se parecía mucho a...
—¡SANGRE! —exclamó Ron en medio del silencio—. ¡NO ESTÁ! ¿Y SABES
LO QUE HABÍA EN EL SUELO?
—No, no —dijo Hermione con voz temblorosa. Ron tiró algo encima de la
traducción rúnica de Hermione. Ella y Harry se inclinaron hacia delante. Sobre las
inscripciones extrañas y espigadas había unos pelos de gato, largos y de color canela.
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