Malfoy no volvió a las aulas hasta última hora de la mañana del jueves, cuando los de
Slytherin y los de Gryffindor estaban en mitad de la clase de Pociones, que duraba dos
horas. Entró con aire arrogante en la mazmorra, con el brazo derecho en cabestrillo y
cubierto de vendajes, comportándose, según le pareció a Harry, como si fuera el heroico
superviviente de una horrible batalla.
—¿Qué tal, Draco? —dijo Pansy Parkinson, sonriendo como una tonta—. ¿Te
duele mucho?
—Sí —dijo Malfoy, con gesto de hombre valiente. Pero Harry vio que guiñaba un
ojo a Crabbe y Goyle en el instante en que Pansy apartaba la vista.
—Siéntate —le dijo el profesor Snape amablemente.
Harry y Ron se miraron frunciendo el entrecejo. Si hubieran sido ellos los que
hubieran llegado tarde, Snape no los habría mandado sentarse, los habría castigado a
quedarse después de clase. Pero Malfoy siempre se había librado de los castigos en las
clases de Snape. Snape era el jefe de la casa de Slytherin y generalmente favorecía a los
suyos, en detrimento de los demás.
Aquel día elaboraban una nueva pócima: una solución para encoger. Malfoy colocó
su caldero al lado de Harry y Ron, para preparar los ingredientes en la misma mesa.
—Profesor —dijo Malfoy—, necesitaré ayuda para cortar las raíces de margarita,
porque con el brazo así no puedo.
—Weasley, córtaselas tú —ordenó Snape sin levantar la vista.
Ron se puso rojo como un tomate.
—No le pasa nada a tu brazo —le dijo a Malfoy entre dientes.
Malfoy le dirigió una sonrisita desde el otro lado de la mesa.
—Ya has oído al profesor Snape, Weasley. Córtame las raíces.
Ron cogió el cuchillo, acercó las raíces de Malfoy y empezó a cortarlas mal,
dejándolas todas de distintos tamaños.
—Profesor —dijo Malfoy, arrastrando las silabas—, Weasley está estropeando mis
raíces, señor.
Snape fue hacia la mesa, aproximó la nariz ganchuda a las raíces y dirigió a Ron
una sonrisa desagradable, por debajo de su largo y grasiento pelo negro.
—Dele a Malfoy sus raíces y quédese usted con las de él, Weasley.
—Pero señor...
Ron había pasado el último cuarto de hora cortando raíces en trozos exactamente
iguales.
—Ahora mismo —ordenó Snape, con su voz más peligrosa.
Ron cedió a Malfoy sus propias raíces y volvió a empuñar el cuchillo.
—Profesor; necesitaré que me pelen este higo seco —dijo Malfoy, con voz
impregnada de risa maliciosa.
—Potter, pela el higo seco de Malfoy —dijo Snape, echándole a Harry la mirada de
odio que reservaba sólo para él.
Harry cogió el higo seco de Malfoy mientras Ron trataba de arreglar las raíces que
ahora tenía que utilizar él. Harry peló el higo seco tan rápido como pudo, y se lo lanzó a
Malfoy sin dirigirle una palabra. La sonrisa de Malfoy era más amplia que nunca.
—¿Habéis visto últimamente a vuestro amigo Hagrid? —les preguntó Malfoy en
voz baja.
—A ti no te importa —dijo Ron entrecortadamente, sin levantar la vista.
—Me temo que no durará mucho como profesor —comentó Malfoy, haciendo
como que le daba pena—. A mi padre no le ha hecho mucha gracia mi herida...
—Continúa hablando, Malfoy, y te haré una herida de verdad —le gruñó Ron.
—... Se ha quejado al Consejo Escolar y al ministro de Magia. Mi padre tiene
mucha influencia, no sé si lo sabéis. Y una herida duradera como ésta... —Exhaló un
suspiro prolongado pero fingido—. ¿Quién sabe si mi brazo volverá algún día a estar
como antes?
—¿Así que por eso haces teatro? —dijo Harry, cortándole sin querer la cabeza a un
ciempiés muerto, ya que la mano le temblaba de furia—. ¿Para ver si consigues que
echen a Hagrid?
—Bueno —dijo Malfoy, bajando la voz hasta convertirla en un suspiro—, en parte
sí, Potter. Pero hay otras ventajas. Weasley, córtame los ciempiés.
Unos calderos más allá, Neville afrontaba varios problemas. Solía perder el control
en las clases de Pociones. Era la asignatura que peor se le daba y el miedo que le tenía al
profesor Snape empeoraba las cosas. Su poción, que tenía que ser de un verde amarillo
brillante, se había convertido en...
—¡Naranja, Longbottom! —exclamó Snape, levantando un poco con el cazo y
vertiéndolo en el caldero, para que lo viera todo el mundo—. ¡Naranja! Dime,
muchacho, ¿hay algo que pueda penetrar esa gruesa calavera que tienes ahí? ¿No me
has oído decir muy claro que se necesitaba sólo un bazo de rata? ¿No he dejado muy
claro que no había que echar más que unas gotas de jugo de sanguijuela? ¿Qué tengo
que hacer para que comprendas, Longbottom?
Neville estaba colorado y temblaba. Parecía que se iba a echar a llorar.
—Por favor; profesor —dijo Hermione—, puedo ayudar a Neville a arreglarlo...
—No recuerdo haberle pedido que presuma, señorita Granger —dijo Snape
fríamente, y Hermione se puso tan colorada como Neville—. Longbottom, al final de
esta clase le daremos unas gotas de esta poción a tu sapo y veremos lo que ocurre. Quizá
eso te anime a hacer las cosas correctamente.
Snape se alejó, dejando a Neville sin respiración, a causa del miedo.
—¡Ayúdame! —rogó a Hermione.
—¡Eh, Harry! —dijo Seamus Finnigan, inclinándose para cogerle prestada a Harry
la balanza de bronce—. ¿Has oído? El Profeta de esta mañana asegura que han visto a
Sirius Black.
—¿Dónde? —preguntaron con rapidez Harry y Ron. Al otro lado de la mesa,
Malfoy levantó la vista para escuchar con atención.
—No muy lejos de aquí —dijo Seamus, que parecía emocionado—. Lo ha visto
una muggle. Por supuesto, ella no entendía realmente. Los muggles piensan que es sólo
un criminal común y corriente, ¿verdad? El caso es que telefoneó a la línea directa. Pero
cuando llegaron los del Ministerio de Magia, ya se había ido.
—No muy lejos de aquí... —repitió Ron, mirando a Harry de forma elocuente. Dio
media vuelta y sorprendió a Malfoy mirando.
—¿Qué, Malfoy? ¿Necesitas que te pele algo más?
Pero a Malfoy le brillaban los ojos de forma malvada y estaban fijos en Harry. Se
inclinó sobre la mesa.
—¿Pensando en atrapar a Black tú solo, Potter?
—Exactamente —dijo Harry.
Los finos labios de Malfoy se curvaron en una sonrisa mezquina.
—Desde luego, yo ya habría hecho algo. No estaría en el cole como un chico
bueno. Saldría a buscarlo.
—¿De qué hablas, Malfoy? —dijo Ron con brusquedad.
—¿No sabes, Potter...? —musitó Malfoy, casi cerrando sus ojos claros.
—¿Qué he de saber?
Malfoy soltó una risa despectiva, apenas audible.
—Tal vez prefieres no arriesgar el cuello —dijo—. Se lo quieres dejar a los
dementores, ¿verdad? Pero en tu caso, yo buscaría venganza. Lo cazaría yo mismo.
—¿De qué hablas? —le preguntó Harry de mal humor.
En aquel momento, Snape dijo en voz alta:
—Deberíais haber terminado de añadir los ingredientes. Esta poción tiene que
cocerse antes de que pueda ser ingerida. No os acerquéis mientras está hirviendo. Y
luego probaremos la de Longbottom...
Crabbe y Goyle rieron abiertamente al ver a Neville azorado y agitando su poción
sin parar. Hermione le murmuraba instrucciones por la comisura de la boca, para que
Snape no lo viera. Harry y Ron recogieron los ingredientes no usados, y fueron a lavarse
las manos y a lavar los cazos en la pila de piedra que había en el rincón.
—¿Qué ha querido decir Malfoy? —susurró Harry a Ron, colocando las manos
bajo el chorro de agua helada que salía de una gárgola—. ¿Por qué tendría que
vengarme de Black? Todavía no me ha hecho nada.
—Cosas que inventa —dijo Ron—. Le gustaría que hicieras una locura...
Cuando faltaba poco para que terminara la clase, Snape se dirigió con paso firme a
Neville, que se encogió de miedo al lado de su caldero.
—Venid todos y poneos en corro —dijo Snape. Los ojos negros le brillaban—. Y
ved lo que le sucede al sapo de Longbottom. Si ha conseguido fabricar una solución
para encoger, el sapo se quedará como un renacuajo. Si lo ha hecho mal (de lo que no
tengo ninguna duda), el sapo probablemente morirá envenenado.
Los de Gryffindor observaban con aprensión y los de Slytherin con entusiasmo.
Snape se puso el sapo Trevor en la palma de la mano izquierda e introdujo una
cucharilla en la poción de Neville, que había recuperado el color verde. Echó unas gotas
en la garganta de Trevor.
Se hizo un silencio total, mientras Trevor tragaba. Luego se oyó un ligero «¡plop!»
y el renacuajo Trevor serpenteó en la palma de la mano de Snape. Los de Gryffindor
prorrumpieron en aplausos. Snape, irritado, sacó una pequeña botella del bolsillo de su
toga, echó unas gotas sobre Trevor y éste recobró su tamaño normal.
—Cinco puntos menos para Gryffindor —dijo Snape, borrando la sonrisa de todas
las caras—. Le dije que no lo ayudara, señorita Granger. Podéis retiraraos.
Harry, Ron y Hermione subieron las escaleras hasta el vestíbulo. Harry todavía
meditaba lo que le había dicho Malfoy, en tanto que Ron estaba furioso por lo de Snape.
—¡Cinco puntos menos para Gryffindor porque la poción estaba bien hecha! ¿Por
qué no mentiste, Hermione? ¡Deberías haber dicho que lo hizo Neville solo!
Ella no contestó. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde está Hermione?
Harry también se volvió. Estaban en la parte superior de las escaleras, viendo pasar
al resto de la clase que se dirigía al Gran Comedor para almorzar.
—Venía detrás de nosotros —dijo Ron, frunciendo el entrecejo.
Malfoy los adelantó, flanqueado por Crabbe y Goyle. Dirigió a Harry una sonrisa
de suficiencia y desapareció.
—Ahí está —dijo Harry
Hermione jadeaba un poco al subir las escaleras a toda velocidad. Con una mano
sujetaba la mochila; con la otra sujetaba algo que llevaba metido en la túnica.
—¿Cómo lo hiciste? —le preguntó Ron.
—¿El qué? —preguntó a su vez Hermione, reuniéndose con ellos.
—Hace un minuto venías detrás de nosotros y un instante después estabas al pie de
las escaleras.
—¿Qué? —Hermione parecía un poco confusa—. ¡Ah, tuve que regresar para
coger una cosa! ¡Oh, no...!
En la mochila de Hermione se había abierto una costura. A Harry no le sorprendía;
contenía al menos una docena de libros grandes y pesados.
—¿Por qué llevas encima todos esos libros? —le preguntó Ron.
—Ya sabes cuántas asignaturas estudio —dijo Hermione casi sin aliento—. ¿No
me podrías sujetar éstos?
—Pero... —Ron daba vueltas a los libros que Hermione le había pasado y miraba
las tapas—. Hoy no tienes estas asignaturas. Esta tarde sólo hay Defensa Contra las
Artes Oscuras.
—Ya —dijo Hermione, pero volvió a meter todos los libros en la mochila, como si
no la hubieran comprendido—. Espero que haya algo bueno para comer. Me muero de
hambre —añadió, y continuó hacia el Gran Comedor.
—¿No tienes la sensación de que Hermione nos oculta algo? —preguntó Ron a
Harry.
El profesor Lupin no estaba en el aula cuando llegaron a su primera clase de Defensa
Contra las Artes Oscuras. Todos se sentaron, sacaron los libros, las plumas y los
pergaminos, y estaban hablando cuando por fin llegó el profesor. Lupin sonrió
vagamente y puso su desvencijado maletín en la mesa. Estaba tan desaliñado como
siempre, pero parecía más sano que en el tren, como si hubiera tomado unas cuantas
comidas abundantes.
—Buenas tardes —dijo—. ¿Podríais, por favor; meter los libros en la mochila? La
lección de hoy será práctica. Sólo necesitaréis las varitas mágicas.
La clase cambió miradas de curiosidad mientras recogía los libros. Nunca habían
tenido una clase práctica de Defensa Contra las Artes Oscuras, a menos que se contara
la memorable clase del año anterior, en que el antiguo profesor había llevado una jaula
con duendecillos y los había soltado en clase.
—Bien —dijo el profesor Lupin cuando todo el mundo estuvo listo—. Si tenéis la
amabilidad de seguirme...
Desconcertados pero con interés, los alumnos se pusieron en pie y salieron del aula
con el profesor Lupin. Este los condujo a lo largo del desierto corredor. Doblaron una
esquina. Al primero que vieron fue a Peeves el poltergeist, que flotaba boca abajo en
medio del aire y tapaba con chicle el ojo de una cerradura. Peeves no levantó la mirada
hasta que el profesor Lupin estuvo a medio metro. Entonces sacudió los pies de dedos
retorcidos y se puso a cantar una monótona canción:
—Locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin, locatis lunático Lupin...
Aunque casi siempre era desobediente y maleducado, Peeves solía tener algún
respeto por los profesores. Todos miraron de inmediato al profesor Lupin para ver cómo
se lo tomaría. Ante su sorpresa, el mencionado seguía sonriendo.
—Yo en tu lugar quitaría ese chicle de la cerradura, Peeves —dijo amablemente—.
El señor Filch no podrá entrar a por sus escobas.
Filch era el conserje de Hogwarts, un brujo fracasado y de mal genio que estaba en
guerra permanente con los alumnos y por supuesto con Peeves. Pero Peeves no prestó
atención al profesor Lupin, salvo para soltarle una sonora pedorreta.
El profesor Lupin suspiró y sacó la varita mágica.
—Es un hechizo útil y sencillo —dijo a la clase, volviendo la cabeza—. Por favor;
estad atentos.
Alzó la varita a la altura del hombro, dijo ¡Waddiwasi! y apuntó a Peeves.
Con la fuerza de una bala, el chicle salió disparado del agujero de la cerradura y fue
a taponar la fosa nasal izquierda de Peeves; éste ascendió dando vueltas como en un
remolino y se alejó como un bólido, zumbando y echando maldiciones.
—¡Chachi, profesor! —dijo Dean Thomas, asombrado.
—Gracias, Dean —respondió el profesor Lupin, guardando la varita—.
¿Continuamos?
Se pusieron otra vez en marcha, mirando al desaliñado profesor Lupin con
creciente respeto. Los condujo por otro corredor y se detuvo en la puerta de la sala de
profesores.
—Entrad, por favor —dijo el profesor Lupin abriendo la puerta y cediendo el paso.
En la sala de profesores, una estancia larga, con paneles de madera en las paredes y
llena de sillas viejas y dispares, no había nadie salvo un profesor. Snape estaba sentado
en un sillón bajo y observó a la clase mientras ésta penetraba en la sala. Los ojos le
brillaban y en la boca tenía una sonrisa desagradable. Cuando el profesor Lupin entró y
cerró la puerta tras él, dijo Snape:
—Déjela abierta, Lupin. Prefiero no ser testigo de esto. —Se puso de pie y pasó
entre los alumnos. Su toga negra ondeaba a su espalda. Ya en la puerta, giró sobre sus
talones y dijo—: Posiblemente no le haya avisado nadie, Lupin, pero Neville
Longbottom está aquí. Yo le aconsejaría no confiarle nada difícil. A menos que la
señorita Granger le esté susurrando las instrucciones al oído.
Neville se puso colorado. Harry echó a Snape una mirada fulminante; ya era
desagradable que se metiera con Neville en clase, y no digamos delante de otros
profesores.
El profesor Lupin había alzado las cejas.
—Tenía la intención de que Neville me ayudara en la primera fase de la operación,
y estoy seguro de que lo hará muy bien.
El rostro de Neville se puso aún más colorado. Snape torció el gesto, pero salió de
la sala dando un portazo.
—Ahora —dijo el profesor Lupin llamando la atención del fondo de la clase, donde
no había más que un viejo armario en el que los profesores guardaban las togas y
túnicas de repuesto. Cuando el profesor Lupin se acercó, el armario tembló de repente,
golpeando la pared.
»No hay por qué preocuparse —dijo con tranquilidad el profesor Lupin cuando
algunos de los alumnos se echaron hacia atrás, alarmados—. Hay un boggart ahí dentro.
Casi todos pensaban que un boggart era algo preocupante. Neville dirigió al
profesor Lupin una mirada de terror y Seamus Finnigan vio con aprensión moverse el
pomo de la puerta.
—A los boggarts les gustan los lugares oscuros y cerrados —prosiguió el profesor
Lupin—: los roperos, los huecos debajo de las camas, el armario de debajo del
fregadero... En una ocasión vi a uno que se había metido en un reloj de pared. Se vino
aquí ayer por la tarde, y le pregunté al director si se le podía dejar donde estaba, para
utilizarlo hoy en una clase de prácticas. La primera pregunta que debemos contestar es:
¿qué es un boggart?
Hermione levantó la mano.
—Es un ser que cambia de forma —dijo—. Puede tomar la forma de aquello que
más miedo nos da.
—Yo no lo podría haber explicado mejor —admitió el profesor Lupin, y Hermione
se puso radiante de felicidad—. El boggart que está ahí dentro, sumido en la oscuridad,
aún no ha adoptado una forma. Todavía no sabe qué es lo que más miedo le da a la
persona del otro lado. Nadie sabe qué forma tiene un boggart cuando está solo, pero
cuando lo dejemos salir; se convertirá de inmediato en lo que más temamos. Esto
significa —prosiguió el profesor Lupin, optando por no hacer caso de los balbuceos de
terror de Neville— que ya antes de empezar tenemos una enorme ventaja sobre el
boggart. ¿Sabes por qué, Harry?
Era difícil responder a una pregunta con Hermione al lado, que no dejaba de
ponerse de puntillas, con la mano levantada. Pero Harry hizo un intento:
—¿Porque somos muchos y no sabe por qué forma decidirse?
—Exacto —dijo el profesor Lupin. Y Hermione bajó la mano algo
decepcionada—. Siempre es mejor estar acompañado cuando uno se enfrenta a un
boggart, porque se despista. ¿En qué se debería convertir; en un cadáver decapitado o en
una babosa carnívora? En cierta ocasión vi que un boggart cometía el error de querer
asustar a dos personas a la vez y el muy imbécil se convirtió en media babosa. No daba
ni gota de miedo. El hechizo para vencer a un boggart es sencillo, pero requiere fuerza
mental. Lo que sirve para vencer a un boggart es la risa. Lo que tenéis que hacer es
obligarle a que adopte una forma que vosotros encontréis cómica. Practicaremos el
hechizo primero sin la varita. Repetid conmigo: ¡Riddíkulo!
—¡Riddíkulo! —dijeron todos a la vez.
—Bien —dijo el profesor Lupin—. Muy bien. Pero me temo que esto es lo más
fácil. Como veis, la palabra sola no basta. Y aquí es donde entras tú, Neville.
El armario volvió a temblar. Aunque no tanto como Neville, que avanzaba como si
se dirigiera a la horca.
—Bien, Neville —prosiguió el profesor Lupin—. Empecemos por el principio:
¿qué es lo que más te asusta en el mundo? —Neville movió los labios, pero no dijo
nada—. Perdona, Neville, pero no he entendido lo que has dicho —dijo el profesor
Lupin, sin enfadarse.
Neville miró a su alrededor; con ojos despavoridos, como implorando ayuda.
Luego dijo en un susurro:
—El profesor Snape.
Casi todos se rieron. Incluso Neville se sonrió a modo de disculpa. El profesor
Lupin, sin embargo, parecía pensativo.
—El profesor Snape... mm... Neville, creo que vives con tu abuela, ¿es verdad?
—Sí —respondió Neville, nervioso—. Pero no quisiera tampoco que el boggart se
convirtiera en ella.
—No, no. No me has comprendido —dijo el profesor Lupin, sonriendo—. Lo que
quiero saber es si podrías explicarnos cómo va vestida tu abuela normalmente.
Neville estaba asustado, pero dijo:
—Bueno, lleva siempre el mismo sombrero: alto, con un buitre disecado encima; y
un vestido largo... normalmente verde; y a veces, una bufanda de piel de zorro.
—¿Y bolso? —le ayudó el profesor Lupin.
—Sí, un bolso grande y rojo —confirmó Neville.
—Bueno, entonces —dijo el profesor Lupin—, ¿puedes recordar claramente ese
atuendo, Neville? ¿Eres capaz de verlo mentalmente?
—Sí —dijo Neville, con inseguridad, preguntándose qué pasaría a continuación.
—Cuando el boggart salga de repente de este armario y te vea, Neville, adoptará la
forma del profesor Snape —dijo Lupin—. Entonces alzarás la varita, así, y dirás en voz
alta: ¡Riddíkulo!, concentrándote en el atuendo de tu abuela. Si todo va bien, el boggartprofesor
Snape tendrá que ponerse el sombrero, el vestido verde y el bolso grande y
rojo.
Hubo una carcajada general. El armario tembló más violentamente.
—Si a Neville le sale bien —añadió el profesor Lupin—, es probable que el
boggart vuelva su atención hacia cada uno de nosotros, por turno. Quiero que ahora
todos dediquéis un momento a pensar en lo que más miedo os da y en cómo podríais
convertirlo en algo cómico...
La sala se quedó en silencio. Harry meditó... ¿qué era lo que más le aterrorizaba en
el mundo?
Lo primero que le vino a la mente fue lord Voldemort, un Voldemort que hubiera
recuperado su antigua fuerza. Pero antes de haber empezado a planear un posible
contraataque contra un boggart-Voldemort, se le apareció una imagen horrible: una
mano viscosa, corrompida, que se escondía bajo una capa negra..., una respiración
prolongada y ruidosa que salía de una boca oculta... luego un frío tan penetrante que le
ahogaba...
Harry se estremeció. Miró a su alrededor, deseando que nadie lo hubiera notado. La
mayoría de sus compañeros tenía los ojos fuertemente cerrados. Ron murmuraba para
sí:
—Arrancarle las patas.
Harry adivinó de qué se trataba. Lo que más miedo le daba a Ron eran las arañas.
—¿Todos preparados? —preguntó el profesor Lupin.
Harry se horrorizó. Él no estaba preparado. Pero no quiso pedir más tiempo. Todos
los demás asentían con la cabeza y se arremangaban.
—Nos vamos a echar todos hacia atrás, Neville —dijo el profesor Lupin—, para
dejarte el campo despejado. ¿De acuerdo? Después de ti llamaré al siguiente, para que
pase hacia delante... Ahora todos hacia atrás, así Neville podrá tener sitio para
enfrentarse a él.
Todos se retiraron, arrimándose a las paredes, y dejaron a Neville solo, frente al
armario. Estaba pálido y asustado, pero se había arremangado la túnica y tenía la varita
preparada.
—A la de tres, Neville —dijo el profesor Lupin, que apuntaba con la varita al pomo
de la puerta del armario—. A la una... a las dos... a las tres... ¡ya!
Un haz de chispas salió de la varita del profesor Lupin y dio en el pomo de la
puerta. El armario se abrió de golpe y el profesor Snape salió de él, con su nariz
ganchuda y gesto amenazador. Fulminó a Neville con la mirada.
Neville se echó hacia atrás, con la varita en alto, moviendo la boca sin pronunciar
palabra. Snape se le acercaba, ya estaba a punto de cogerlo por la túnica...
—¡Ri... Riddíkulo! —dijo Neville.
Se oyó un chasquido como de látigo. Snape tropezó: llevaba un vestido largo
ribeteado de encaje y un sombrero alto rematado por un buitre apolillado. De su mano
pendía un enorme bolso rojo.
Hubo una carcajada general. El boggart se detuvo, confuso, y el profesor Lupin
gritó:
—¡Parvati! ¡Adelante!
Parvati avanzó, con el rostro tenso. Snape se volvió hacia ella. Se oyó otro
chasquido y en el lugar en que había estado Snape apareció una momia cubierta de
vendas y con manchas de sangre; había vuelto hacia Parvati su rostro sin ojos, y
comenzó a caminar hacia ella, muy despacio, arrastrando los pies y alzando sus brazos
rígidos...
—¡Riddíkulo! —gritó Parvati.
Se soltó una de las vendas y la momia se enredó en ella, cayó de bruces y la cabeza
salió rodando.
—¡Seamus! —gritó el profesor Lupin.
Seamus pasó junto a Parvati como una flecha.
¡Crac! Donde había estado la momia se encontraba ahora una mujer de pelo negro
tan largo que le llegaba al suelo, con un rostro huesudo de color verde: una banshee.
Abrió la boca completamente y un sonido sobrenatural llenó la sala: un prolongado
aullido que le puso a Harry los pelos de punta.
—¡Riddíkulo! —gritó Seamus.
La banshee emitió un sonido ronco y se llevó la mano al cuello. Se había quedado
afónica.
¡Crac! La banshee se convirtió en una rata que intentaba morderse la cola, dando
vueltas en círculo; a continuación... ¡crac!, se convirtió en una serpiente de cascabel que
se deslizaba retorciéndose, y luego... ¡crac!, en un ojo inyectado en sangre.
—¡Está despistado! —gritó Lupin—. ¡Lo estamos logrando! ¡Dean!
Dean se adelantó.
¡Crac! El ojo se convirtió en una mano amputada que se dio la vuelta y comenzó a
arrastrarse por el suelo como un cangrejo.
—¡Riddíkulo! —gritó Dean.
Se oyó un chasquido y la mano quedó atrapada en una ratonera.
—¡Excelente! ¡Ron, te toca!
Ron se dirigió hacia delante.
¡Crac!
Algunos gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se
dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Harry
pensó que Ron se había quedado petrificado. Pero entonces...
—¡Riddíkulo! —gritó Ron.
Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown
dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse
a los pies de Harry. Alzó la varita, pero...
—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña.
¡Crac!
La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su
alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un
blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo ¡Riddíkulo! casi con
desgana.
¡Crac!
—¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el boggart cayó al
suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville
avanzó con decisión.
—¡Riddíkulo! —gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape
vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el boggart
estallara en mil volutas de humo y desapareciera.
—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos—
. Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos... cinco puntos para
Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al boggart... Diez por Neville,
porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.
—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.
—Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la
clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase
estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los boggart y hacerme
un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.
Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo,
no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se
enfrentara al boggart. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y
pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?
Pero nadie más se había dado cuenta.
—¿Habéis visto cómo he podido con la banshee? —decía Seamus.
—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.
—¿Y Snape con el sombrero?
—¿Y mi momia?
—Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal
—preguntó Lavender.
—Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido.
¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las
mochilas.
—Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado
haberme enfrentado al boggart yo también.
—¿En qué se habría convertido el boggart? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en
un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?
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