9
La derrota
El profesor Dumbledore mandó que los estudiantes de Gryffindor volvieran al Gran
Comedor; donde se les unieron, diez minutos después, los de Ravenclaw, Hufflepuff y
Slytherin. Todos parecían confusos.
—Los demás profesores y yo tenemos que llevar a cabo un rastreo por todo el
castillo —explicó el profesor Dumbledore, mientras McGonagall y Flitwick cerraban
todas las puertas del Gran Comedor—. Me temo que, por vuestra propia seguridad,
tendréis que pasar aquí la noche. Quiero que los prefectos monten guardia en las puertas
del Gran Comedor y dejo de encargados a los dos Premios Anuales. Comunicadme
cualquier novedad —añadió, dirigiéndose a Percy, que se sentía inmensamente
orgulloso—. Avisadme por medio de algún fantasma. —El profesor Dumbledore se
detuvo antes de salir del Gran Comedor y añadió—: Bueno, necesitareis...
Con un movimiento de la varita, envió volando las largas mesas hacia las paredes
del Gran Comedor. Con otro movimiento, el suelo quedó cubierto con cientos de
mullidos sacos de dormir rojos.
—Felices sueños —dijo el profesor Dumbledore, cerrando la puerta.
El Gran Comedor empezó a bullir de excitación. Los de Gryffindor contaban al
resto del colegio lo que acababa de suceder.
—¡Todos a los sacos! —gritó Percy—. ¡Ahora mismo, se acabó la charla!
¡Apagaré las luces dentro de diez minutos!
—Vamos —dijo Ron a Hermione y a Harry. Cogieron tres sacos de dormir y se los
llevaron a un rincón.
—¿Creéis que Black sigue en el castillo? —susurró Hermione con preocupación.
—Evidentemente, Dumbledore piensa que es posible —dijo Ron.
—Es una suerte que haya elegido esta noche, ¿os dais cuenta? —dijo Hermione,
mientras se metían vestidos en los sacos de dormir y se apoyaban en el codo para
hablar—. La única noche que no estábamos en la torre...
—Supongo que con la huida no sabrá en qué día vive —dijo Ron—. No se ha dado
cuenta de que es Halloween. De lo contrario, habría entrado aquí a saco.
Hermione se estremeció.
A su alrededor todos se hacían la misma pregunta:
—¿Cómo ha podido entrar?
—A lo mejor sabe cómo aparecerse —dijo un alumno de Ravenclaw que estaba
cerca de ellos—. Cómo salir de la nada.
—A lo mejor se ha disfrazado —dijo uno de Hufflepuff, de quinto curso.
—Podría haber entrado volando—sugirió Dean Thomas.
—Hay que ver; ¿es que soy la única persona que ha leído Historia de Hogwarts?
—preguntó Hermione a Harry y a Ron, perdiendo la paciencia.
—Casi seguro —dijo Ron—. ¿Por qué lo dices?
—Porque el castillo no está protegido sólo por muros —indicó Hermione—, sino
también por todo tipo de encantamientos para evitar que nadie entre furtivamente. No es
tan fácil aparecerse aquí. Y quisiera ver el disfraz capaz de engañar a los dementores.
Vigilan cada una de las entradas a los terrenos del colegio. Si hubiera entrado volando,
también lo habrían visto. Filch conoce todos los pasadizos secretos y estarán vigilados.
—¡Voy a apagar las luces ya! —gritó Percy—. Quiero que todo el mundo esté
metido en el saco y callado.
Todas las velas se apagaron a la vez. La única luz venía de los fantasmas de color
de plata, que se movían por todas partes, hablando con gravedad con los prefectos, y del
techo encantado, tan cuajado de estrellas como el mismo cielo exterior. Entre aquello y
el cuchicheo ininterrumpido de sus compañeros, Harry se sintió como durmiendo a la
intemperie, arrullado por la brisa.
Cada hora aparecía por el salón un profesor para comprobar que todo se hallaba en
orden. Hacia las tres de la mañana, cuando por fin se habían quedado dormidos muchos
alumnos, entró el profesor Dumbledore. Harry vio que iba buscando a Percy, que
rondaba por entre los sacos de dormir amonestando a los que hablaban. Percy estaba a
corta distancia de Harry, Ron y Hermione, que fingieron estar dormidos cuando se
acercaron los pasos de Dumbledore.
—¿Han encontrado algún rastro de él, profesor? —le preguntó Percy en un susurro.
—No. ¿Por aquí todo bien?
—Todo bajo control, señor.
—Bien. No vale la pena moverlos a todos ahora. He encontrado a un guarda
provisional para el agujero del retrato de Gryffindor. Mañana podrás llevarlos a todos.
—¿Y la señora gorda, señor?
—Se había escondido en un mapa de Argyllshire del segundo piso. Parece que se
negó a dejar entrar a Black sin la contraseña, y por eso la atacó. Sigue muy consternada,
pero en cuanto se tranquilice le diré al señor Filch que restaure el lienzo.
Harry oyó crujir la puerta del salón cuando volvió a abrirse, y más pasos.
—¿Señor director? —Era Snape. Harry se quedó completamente inmóvil,
aguzando el oído—. Hemos registrado todo el primer piso. No estaba allí. Y Filch ha
examinado las mazmorras. Tampoco ha encontrado rastro de él.
—¿Y la torre de astronomía? ¿Y el aula de la profesora Trelawney? ¿Y la pajarera
de las lechuzas?
—Lo hemos registrado todo...
—Muy bien, Severus. La verdad es que no creía que Black prolongara su estancia
aquí.
—¿Tiene alguna idea de cómo pudo entrar; profesor? —preguntó Snape.
Harry alzó la cabeza ligeramente, para desobstruirse el otro oído.
—Muchas, Severus, pero todas igual de improbables.
Harry abrió un poco los ojos y miró hacia donde se encontraban ellos. Dumbledore
estaba de espaldas a él, pero pudo ver el rostro de Percy, muy atento, y el perfil de
Snape, que parecía enfadado.
—¿Se acuerda, señor director; de la conversación que tuvimos poco antes de...
comenzar el curso? —preguntó Snape, abriendo apenas los labios, como para que Percy
no se enterara.
—Me acuerdo, Severus —dijo Dumbledore. En su voz había como un dejo de
reconvención.
—Parece... casi imposible... que Black haya podido entrar en el colegio sin ayuda
del interior. Expresé mi preocupación cuando usted señaló...
—No creo que nadie de este castillo ayudara a Black a entrar —dijo Dumbledore
en un tono que dejaba bien claro que daba el asunto por zanjado. Snape no contestó—.
Tengo que bajar a ver a los dementores. Les dije que les informaría cuando hubiéramos
terminado el registro.
—¿No quisieron ayudarnos, señor? —preguntó Percy.
—Sí, desde luego —respondió Dumbledore fríamente—. Pero me temo que
mientras yo sea director; ningún dementor cruzará el umbral de este castillo.
Percy se quedó un poco avergonzado. Dumbledore salió del salón con rapidez y
silenciosamente. Snape aguardó allí un momento, mirando al director con una expresión
de profundo resentimiento. Luego también él se marchó.
Harry miró a ambos lados, a Ron y a Hermione. Tanto uno como otro tenían los
ojos abiertos, reflejando el techo estrellado.
—¿De qué hablaban? —preguntó Ron.
Durante los días que siguieron, en el colegio no se habló de otra cosa que de Sirius
Black. Las especulaciones acerca de cómo había logrado penetrar en el castillo fueron
cada vez más fantásticas; Hannah Abbott, de Hufflepuff, se pasó la mayor parte de la
clase de Herbología contando que Black podía transformarse en un arbusto florido.
Habían quitado de la pared el lienzo rasgado de la señora gorda y lo habían
reemplazado con el retrato de sir Cadogan y su pequeño y robusto caballo gris. Esto no
le hacía a nadie mucha gracia. Sir Cadogan se pasaba la mitad del tiempo retando a
duelo a todo el mundo, y la otra mitad inventando contraseñas ridículamente
complicadas que cambiaba al menos dos veces al día.
—Está loco de remate —le dijo Seamus Finnigan a Percy, enfadado—. ¿No hay
otro disponible?
—Ninguno de los demás retratos quería el trabajo —dijo Percy—. Estaban
asustados por lo que le ha ocurrido a la señora gorda. Sir Cadogan fue el único lo
bastante valiente para ofrecerse voluntario.
Lo que menos preocupaba a Harry era sir Cadogan. Lo vigilaban muy de cerca. Los
profesores buscaban disculpas para acompañarlo por los corredores, y Percy Weasley
(obrando, según sospechaba Harry, por instigación de su madre) le seguía los pasos por
todas partes, como un perro guardián extremadamente pomposo. Para colmo, la
profesora McGonagall lo llamó a su despacho y lo recibió con una expresión tan
sombría que Harry pensó que se había muerto alguien.
—No hay razón para que te lo ocultemos por más tiempo, Potter —dijo muy
seriamente—. Sé que esto te va a afectar; pero Sirius Black...
—Ya sé que va detrás de mí —dijo Harry, un poco cansado—. Oí al padre de Ron
cuando se lo contaba a su mujer. El señor Weasley trabaja para el Ministerio de Magia.
La profesora McGonagall se sorprendió mucho. Miró a Harry durante un instante y
dijo:
—Ya veo. Bien, en ese caso comprenderás por qué creo que no debes ir por las
tardes a los entrenamientos de quidditch. Es muy arriesgado estar ahí fuera, en el
campo, sin más compañía que los miembros del equipo...
—¡El sábado tenemos nuestro primer partido —dijo Harry, indignado—. ¡Tengo
que entrenar; profesora!
La profesora McGonagall meditó un instante. Harry sabía que ella deseaba que
ganara el equipo de Gryffindor; al fin y al cabo, había sido ella la primera que había
propuesto a Harry como buscador. Harry aguardó conteniendo el aliento.
—Mm... —la profesora McGonagall se puso en pie y observó desde la ventana el
campo de quidditch, muy poco visible entre la lluvia—. Bien, te aseguro que me
gustaría que por fin ganáramos la copa... De todas formas, Potter; estaría más tranquila
si un profesor estuviera presente. Pediré a la señora Hooch que supervise tus sesiones de
entrenamiento.
· · ·
El tiempo empeoró conforme se acercaba el primer partido de quidditch. Impertérrito, el
equipo de Gryffindor entrenaba cada vez más, bajo la mirada de la señora Hooch.
Luego, en la sesión final de entrenamiento que precedió al partido del sábado, Oliver
Wood comunicó a su equipo una noticia no muy buena:
—¡No vamos a jugar contra Slytherin! —les dijo muy enfadado—. Flint acaba de
venir a verme. Vamos a jugar contra Hufflepuff.
—¿Por qué? —preguntaron todos.
—La excusa de Flint es que su buscador aún tiene el brazo lesionado —dijo Wood,
rechinando con furia los dientes—. Pero está claro el verdadero motivo: no quieren
jugar con este tiempo, porque piensan que tendrán menos posibilidades...
Durante todo el día había soplado un ventarrón y caído un aguacero, y mientras
hablaba Wood se oía retumbar a los truenos.
—¡No le pasa nada al brazo de Malfoy! —dijo Harry furioso—. Está fingiendo.
—Lo sé, pero no lo podemos demostrar —dijo Wood con acritud—. Y hemos
practicado todos estos movimientos suponiendo que íbamos a jugar contra Slytherin, y
en su lugar tenemos a Hufflepuff, y su estilo de juego es muy diferente. Tienen un
nuevo capitán buscador; Cedric Diggory...
De repente, Angelina, Alicia y Katie soltaron una carcajada.
—¿Qué? —preguntó Wood, frunciendo la frente anta aquella actitud.
—Es ese chico alto y guapo, ¿verdad? —preguntó Angelina.
—¡Y tan fuerte y callado! —añadió Katie, y volvieron a reírse.
—Es callado porque no es lo bastante inteligente para juntar dos palabras —dijo
Fred—. No sé qué te preocupa, Oliver. Los de Hufflepuff son pan comido. La última
vez que jugamos con ellos, Harry cogió la snitch al cabo de unos cinco minutos, ¿no os
acordáis?
—¡Jugábamos en condiciones muy distintas! —gritó Wood, con los ojos muy
abiertos—. Diggory ha mejorado mucho el equipo. ¡Es un buscador excelente! ¡Ya
sospechaba que os lo tomaríais así! ¡No debemos confiarnos! ¡Hay que tener bien claro
el objetivo! ¡Slytherin intenta pillarnos desprevenidos! ¡Hay que ganar!
—Tranquilízate, Oliver —dijo Fred alarmado—. Nos tomamos muy en serio a
Hufflepuff. Muy en serio.
El día anterior al partido, el viento se convirtió en un huracán y la lluvia cayó con más
fuerza que nunca. Estaba tan oscuro dentro de los corredores y las aulas que se
encendieron más antorchas y faroles. El equipo de Slytherin se daba aires,
especialmente Malfoy
—¡Ah, si mi brazo estuviera mejor! —suspiraba mientras el viento golpeaba las
ventanas.
Harry no tenía sitio en la cabeza para preocuparse por otra cosa que el partido del
día siguiente. Entre clase y clase, Oliver Wood se le acercaba a toda prisa para darle
consejos. La tercera vez que sucedió, Wood habló tanto que Harry se dio cuenta de
pronto de que llegaba diez minutos tarde a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras,
y echó a correr mientras Wood le gritaba:
—¡Diggory tiene un regate muy rápido, Harry! Tendrás que hacerle una vaselina...
Harry frenó al llegar a la puerta del aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, la
abrió y entró apresuradamente.
—Lamento llegar tarde, profesor Lupin. Yo...
Pero no era Lupin quien lo miraba desde la mesa del profesor; era Snape.
—La clase ha comenzado hace diez minutos, Potter. Así que creo que
descontaremos a Gryffindor diez puntos. Siéntate.
Pero Harry no se movió.
—¿Dónde está el profesor Lupin? —preguntó.
—No se encuentra bien para dar clase hoy —dijo Snape con una sonrisa
contrahecha—. Creo que te he dicho que te sientes.
Pero Harry permaneció donde estaba.
—¿Qué le ocurre?
A Snape le brillaron sus ojos negros.
—Nada que ponga en peligro su vida —dijo como si deseara lo contrario—. Cinco
puntos menos para Gryffindor y si te tengo que volver a decir que te sientes serán
cincuenta.
Harry se fue despacio hacia su sitio y se sentó. Snape miró a la clase.
—Como decía antes de que nos interrumpiera Potter, el profesor Lupin no ha
dejado ninguna información acerca de los temas que habéis estudiado hasta ahora...
—Hemos estudiado los boggarts, los gorros rojos, los kappas y los grindylows
—informó Hermione rápidamente—, y estábamos a punto de comenzar...
—Cállate —dijo Snape fríamente—. No te he preguntado. Sólo comentaba la falta
de organización del profesor Lupin.
—Es el mejor profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido
—dijo Dean Thomas con atrevimiento, y la clase expresó su conformidad con
murmullos. Snape puso el gesto más amenazador que le habían visto.
—Sois fáciles de complacer. Lupin apenas os exige esfuerzo... Yo daría por hecho
que los de primer curso son ya capaces de manejarse con los gorros rojos y los
grindylows. Hoy veremos...
Harry lo vio hojear el libro de texto hasta llegar al último capítulo, que debía de
imaginarse que no habían visto.
—... los hombres lobo —concluyó Snape.
—Pero profesor —dijo Hermione, que parecía incapaz de contenerse—, todavía no
podemos llegar a los hombres lobo. Está previsto comenzar con los hinkypunks...
—Señorita Granger —dijo Snape con voz calmada—, creía que era yo y no tú
quien daba la clase. Ahora, abrid todos el libro por la página 394.—Miró a la clase—:
Todos. Ya.
Con miradas de soslayo y un murmullo de descontento, abrieron los libros.
—¿Quién de vosotros puede decirme cómo podemos distinguir entre el hombre
lobo y el lobo auténtico?
Todos se quedaron en completo silencio. Todos excepto Hermione, cuya mano,
como de costumbre, estaba levantada.
—¿Nadie? —preguntó Snape, sin prestar atención a Hermione. La sonrisa
contrahecha había vuelto a su rostro—. ¿Es que el profesor Lupin no os ha enseñado ni
siquiera la distinción básica entre...?
—Ya se lo hemos dicho —dijo de repente Parvati—. No hemos llegado a los
hombres lobo. Estamos todavía por...
—¡Silencio! —gruñó Snape—. Bueno, bueno, bueno... Nunca creí que encontraría
una clase de tercero que ni siquiera fuera capaz de reconocer a un hombre lobo. Me
encargaré de informar al profesor Dumbledore de lo atrasados que estáis todos...
—Por favor, profesor —dijo Hermione, que seguía con la mano levantada—. El
hombre lobo difiere del verdadero lobo en varios detalles: el hocico del hombre lobo...
—Es la segunda vez que hablas sin que te corresponda, señorita Granger —dijo
Snape con frialdad—. Cinco puntos menos para Gryffindor por ser una sabelotodo
insufrible.
Hermione se puso muy colorada, bajó la mano y miró al suelo, con los ojos llenos
de lágrimas. Un indicio de hasta qué punto odiaban todos a Snape era que lo estaban
fulminando con la mirada. Todos, en alguna ocasión, habían llamado sabelotodo a
Hermione, y Ron, que lo hacia por lo menos dos veces a la semana, dijo en voz alta:
—Usted nos ha hecho una pregunta y ella le ha respondido. ¿Por qué pregunta si no
quiere que se le responda?
Sus compañeros comprendieron al instante que había ido demasiado lejos.
—Te quedarás castigado, Weasley —dijo Snape con voz suave y acercando el
rostro al de Ron—. Y si vuelvo a oírte criticar mi manera de dar clase, te arrepentirás.
Nadie se movió durante el resto de la clase. Siguió cada uno en su sitio, tomando
notas sobre los hombres lobo del libro de texto, mientras Snape rondaba entré las filas
de pupitres examinando el trabajo que habían estado haciendo con el profesor Lupin.
—Muy pobremente explicado... Esto es incorrecto... El kappa se encuentra sobre
todo en Mongolia... ¿El profesor Lupin te puso un ocho? Yo no te habría puesto más de
un tres.
Cuando el timbre sonó por fin, Snape los retuvo:
—Escribiréis una redacción de dos pergaminos sobre las maneras de reconocer y
matar a un hombre lobo. Para el lunes por la mañana. Ya es hora de que alguien meta en
cintura a esta clase. Weasley, quédate, tenemos que hablar sobre tu castigo.
Harry y Hermione abandonaron el aula con los demás alumnos, que esperaron a
encontrarse fuera del alcance de los oídos de Snape para estallar en críticas contra él.
—Snape nunca ha actuado así con ninguno de los otros profesores de Defensa
Contra las Artes Oscuras, aunque quisiera el puesto —comentó Harry a Hermione—.
¿Por qué la tiene tomada con Lupin? ¿Será por lo del boggart?
—No sé—dijo Hermione pensativamente—. Pero espero que el profesor Lupin se
recupere pronto.
Ron los alcanzó cinco minutos más tarde, muy enfadado.
—¿Sabéis lo que ese... (llamó a Snape algo que escandalizó a Hermione) me ha
mandado? Tengo que lavar los orinales de la enfermería. ¡Sin magia! —dijo con la
respiración alterada. Tenía los puños fuertemente cerrados—. ¿Por qué no podía haberse
ocultado Black en el despacho de Snape, eh? ¡Podía haber acabado con él!
Al día siguiente, Harry se despertó muy temprano. Tan temprano que todavía estaba
oscuro. Por un instante creyó que lo había despertado el ruido del viento. Luego sintió
una brisa fría en la nuca y se incorporó en la cama. Peeves flotaba a su lado, soplándole
en la oreja.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Harry enfadado.
Peeves hinchó los carrillos, sopló muy fuerte y salió del dormitorio hacia atrás, a
toda prisa, riéndose.
Harry tanteó en busca de su despertador y lo miró: eran las cuatro y media.
Echando pestes de Peeves, se dio la vuelta y procuró volver a dormirse. Pero una vez
despierto fue difícil olvidar el ruido de los truenos que retumbaban por encima de su
cabeza, los embates del viento contra los muros del castillo y el lejano crujir de los
árboles en el bosque prohibido. Unas horas después se hallaría allí fuera, en el campo de
quidditch, batallando en medio del temporal. Finalmente, renunció a su propósito de
volver a dormirse, se levantó, se vistió, cogió su Nimbus 2.000 y salió silenciosamente
del dormitorio.
Cuando Harry abrió la puerta, algo le rozó la pierna. Se agachó con el tiempo justo
de coger a Crookshanks por el extremo de la cola peluda y sacarlo a rastras.
—¿Sabes? Creo que Ron tiene razón sobre ti —le dijo Harry receloso—. Hay
muchos ratones por aquí. Ve a cazarlos. Vamos —añadió, echando a Crookshanks con
el pie, para que bajara por la escalera de caracol—. Deja en paz a Scabbers.
El ruido de la tormenta era más fuerte en la sala común. Harry tenía demasiada
experiencia para creer que se cancelaría el partido. Los partidos de quidditch no se
cancelaban por nimiedades como una tormenta. Sin embargo, empezaba a preocuparse.
Wood le había indicado quién era Cedric Diggory en el corredor; Diggory estaba en
quinto y era mucho mayor que Harry. Los buscadores solían ser ligeros y veloces, pero
el peso de Diggory sería una ventaja con aquel tiempo, porque tendría muchas menos
posibilidades de que el viento le desviara el rumbo.
Harry pasó ante la chimenea las horas que quedaban hasta el amanecer. De vez en
cuando se levantaba para evitar que Crookshanks volviera a escabullirse por la escalera
que llevaba al dormitorio de los chicos. Al cabo de un tiempo le pareció a Harry que ya
era la hora del desayuno y se dirigió él solo hacia el retrato.
—¡En guardia, malandrín! —lo retó sir Cadogan.
—«Cállate ya» contestó Harry, bostezando.
Se reanimó algo tomando un plato grande de gachas de avena y cuando ya había
empezado con las tostadas, apareció el resto del equipo.
—Va a ser difícil —dijo Wood, sin probar bocado.
—Deja de preocuparte, Oliver —lo tranquilizó Alicia—. No nos asustamos por un
poquito de lluvia.
Pero era bastante más que un poquito de lluvia. El quidditch era tan popular que
todo el colegio salió a ver el partido, como de costumbre. Corrían por el césped hasta el
campo de quidditch, con la cabeza agachada contra el feroz viento que arrancaba los
paraguas de las manos. Poco antes de entrar en el vestuario, Harry vio a Malfoy, a
Crabbe y a Goyle camino del campo de quidditch; cubiertos por un enorme paraguas, lo
señalaban y se reían.
Los miembros del equipo se pusieron la túnica escarlata y aguardaron la habitual
arenga de Wood, pero ésta no se produjo. Wood intentó varias veces hablarles, tragó
saliva con un ruido extraño, cabeceó desesperanzado y les indicó por señas que lo
siguieran.
El viento era tan fuerte que se tambalearon al entrar en el campo. A causa del
retumbar de los truenos, no podían saber si la multitud los aclamaba. La lluvia rociaba
los cristales de las gafas de Harry ¿Cómo demonios iba a ver la snitch en aquellas
condiciones?
Los de Hufflepuff se aproximaron desde el otro extremo del campo, con la túnica
amarillo canario. Los capitanes de ambos equipos se acercaron y se estrecharon la
mano. Diggory sonrió a Wood, pero Wood parecía tener ahora la mandíbula encajada y
se limitó a hacer un gesto con la cabeza. Harry vio que la boca de la señora Hooch
articulaba:
—Montad en las escobas.
Harry sacó del barro el pie derecho y pasó la pierna por encima de la Nimbus
2.000. La señora Hooch se llevó el silbato a los labios y dio un pitido que sonó distante
y estridente... Dio comienzo el partido.
Harry se elevó rápidamente, pero la Nimbus 2.000 oscilaba a causa del viento. La
sostuvo tan firmemente como pudo y dio media vuelta de cara a la lluvia, con los ojos
entornados.
Al cabo de cinco minutos, Harry estaba calado hasta los huesos y helado de frío.
Apenas podía ver a sus compañeros de equipo y menos aún la pequeña snitch. Atravesó
el campo de un lado a otro, adelantando bultos rojos y amarillos, sin idea de lo que
sucedía. El viento no le permitía oír los comentarios. La multitud estaba oculta bajo un
mar de capas y de paraguas maltrechos. En dos ocasiones estuvo a punto de ser
derribado por una bludger. Su visión estaba tan limitada por el agua de las gafas que no
las vio acercarse.
Perdió la noción del tiempo. Era cada vez más difícil sujetar la escoba con firmeza.
El cielo se oscureció, como si hubiera llegado la noche en plena mañana. Dos veces
estuvo a punto de chocar contra otro jugador; que no sabía si era de su equipo o del
oponente. Todos estaban ahora tan calados, y la lluvia era tan densa, que apenas podía
distinguirlos...
Con el primer relámpago llegó el pitido del silbato de la señora Hooch. Harry sólo
pudo ver a través de la densa lluvia la silueta de Wood, que le indicaba por señas que
descendiera. Todo el equipo aterrizó en el barro, salpicando.
—¡He pedido tiempo muerto! —gritó a sus jugadores—. Venid aquí debajo.
Se apiñaron en el borde del campo, debajo de un enorme paraguas. Harry se quitó
las gafas y se las limpió con la túnica.
—¿Cuál es la puntuación?
—Cincuenta puntos a nuestro favor. Pero si no atrapamos la snitch, seguiremos
jugando hasta la noche.
—Con esto me resulta imposible —respondió Harry, blandiendo las gafas.
En ese instante apareció Hermione a su lado. Se tapaba la cabeza con la capa e,
inexplicablemente, estaba sonriendo.
—¡Tengo una idea, Harry! ¡Dame tus gafas, rápido!
Se las entregó, y ante la mirada de sorpresa del equipo, golpeó las gafas con su
varita y dijo:
—Impervius. —Y se las devolvió a Harry diciendo—: Ahí las tienes: ¡repelerán el
agua!
Wood la hubiera besado:
—¡Magnífico! —exclamó emocionado, mientras ella se alejaba—. ¡De acuerdo,
vamos a ello!
El hechizo de Hermione funcionó. Harry seguía entumecido por el frío y más
empapado que nunca en su vida, pero podía ver. Lleno de una renovada energía, aceleró
la escoba a través del aire turbulento buscando en todas direcciones la snitch,
esquivando una bludger; pasando por debajo de Diggory, que volaba en dirección
contraria...
Brilló otro rayo, seguido por el retumbar de un trueno. La cosa se ponía cada vez
más peligrosa. Harry tenía que atrapar la snitch cuanto antes...
Se volvió, intentando regresar hacia la mitad del campo, pero en ese momento otro
relámpago iluminó las gradas y Harry vio algo que lo distrajo completamente: la silueta
de un enorme y lanudo perro negro, claramente perfilada contra el cielo, inmóvil en la
parte superior y más vacía de las gradas.
Las manos entumecidas le resbalaron por el palo de la escoba y la Nimbus
descendió varios metros. Retirándose de los ojos el flequillo empapado, volvió a mirar
hacia las gradas: el perro había desaparecido.
—¡Harry! —gritó Wood angustiado, desde los postes de Gryffindor—. ¡Harry,
detrás de ti!
Harry miró hacia atrás con los ojos abiertos de par en par. Cedric Diggory
atravesaba el campo a toda velocidad, y entre ellos, en el aire cuajado de lluvia, brillaba
una diminuta bola dorada...
Con un sobresalto, Harry pegó el cuerpo al palo de la escoba y se lanzó hacia la
snitch como una bala.
—¡Vamos! —gritó a la Nimbus, al mismo tiempo que la lluvia le azotaba la cara—
. ¡Más rápido!
Pero algo extraño pasaba. Un inquietante silencio caía sobre el estadio. Ya no se
oía el viento, aunque soplaba tan fuerte como antes. Era como si alguien hubiera quitado
el sonido, o como si Harry se hubiera vuelto sordo de repente. ¿Qué sucedía?
Y entonces le penetró en el cuerpo una ola de frío horrible y ya conocida,
exactamente en el momento en que veía algo que se movía por el campo, debajo de él.
Antes de que pudiera pensar, Harry había apartado la vista de la snitch y había mirado
hacia abajo. Abajo había al menos cien dementores, con el rostro tapado, y todos
señalándole. Fue como si le subiera agua helada por el pecho y le cortara por dentro. Y
entonces volvió a oírlo... Alguien gritaba dentro de su cabeza..., una mujer...
—A Harry no. A Harry no. A Harry no, por favor.
—Apártate, estúpida... apártate...
—A Harry no. Te lo ruego, no. Cógeme a mí. Mátame a mí en su lugar...
A Harry se le había enturbiado el cerebro con una especie de niebla blanca. ¿Qué
hacía? ¿Por qué montaba una escoba voladora? Tenía que ayudarla. La mujer iba a
morir; la iban a matar...
Harry caía, caía entre la niebla helada.
—A Harry no, por favor. Ten piedad, te lo ruego, ten piedad...
Alguien de voz estridente estalló en carcajadas. La mujer gritaba y Harry no se
enteró de nada más.
—Ha tenido suerte de que el terreno estuviera blando.
—Creí que se había matado.
—¡Pero si ni siquiera se ha roto las gafas!
Harry oía las voces, pero no encontraba sentido a lo que decían. No tenía ni idea de
dónde se hallaba, ni de por qué se encontraba en aquel lugar; ni de qué hacia antes de
aquel momento. Lo único que sabía era que le dolía cada centímetro del cuerpo como si
le hubieran dado una paliza.
—Es lo más pavoroso que he visto en mi vida.
Horrible... Lo más pavoroso... Figuras negras con capucha... Frío... Gritos...
Harry abrió los ojos de repente. Estaba en la enfermería. El equipo de quidditch de
Gryffindor, lleno de barro, rodeaba la cama. Ron y Hermione estaban allí también y
parecían haber salido de la ducha.
—¡Harry! —exclamó Fred, que parecía exageradamente pálido bajo el barro—.
¿Cómo te encuentras?
La memoria de Harry fue recuperando los acontecimientos por orden: el
relámpago..., el Grim..., la snitch..., y los dementores.
—¿Qué sucedió? —dijo incorporándose en la cama, tan de repente que los demás
ahogaron un grito.
—Te caíste —explicó Fred—. Debieron de ser... ¿cuántos? ¿Veinte metros?
—Creímos que te habías matado —dijo Alicia, temblando.
Hermione dio un gritito. Tenía los ojos rojos.
—Pero el partido —preguntó Harry—, ¿cómo acabó? ¿Se repetirá?
Nadie respondió. La horrible verdad cayó sobre Harry como una losa.
—¿No habremos... perdido?
—Diggory atrapó la snitch —respondió George— poco después de que te cayeras.
No se dio cuenta de lo que pasaba. Cuando miró hacia atrás y te vio en el suelo, quiso
que se anulara. Quería que se repitiera el partido. Pero ganaron limpiamente. Incluso
Wood lo ha admitido.
—¿Dónde está Wood? —preguntó Harry de repente, notando que no estaba allí.
—Sigue en las duchas —dijo Fred—. Parece que quiere ahogarse.
Harry acercó la cara a las rodillas y se cogió el pelo con las manos. Fred le puso la
mano en el hombro y lo zarandeó bruscamente.
—Vamos, Harry, es la primera vez que no atrapas la snitch.
—Tenía que ocurrir alguna vez —dijo George.
—Todavía no ha terminado —dijo Fred—. Hemos perdido por cien puntos, ¿no? Si
Hufflepuff pierde ante Ravenclaw y nosotros ganamos a Ravenclaw, y Slytherin...
—Hufflepuff tendrá que perder al menos por doscientos puntos —dijo George.
—Pero si ganan a Ravenclaw...
—Eso no puede ser. Los de Ravenclaw son muy buenos.
—Pero si Slytherin pierde frente a Hufflepuff..
—Todo depende de los puntos... Un margen de cien, en cualquier caso...
Harry guardaba silencio. Habían perdido. Por primera vez en su vida, había perdido
un partido de quidditch.
Después de unos diez minutos, la señora Pomfrey llegó para mandarles que lo
dejaran descansar.
—Luego vendremos a verte —le dijo Fred—. No te tortures, Harry. Sigues siendo
el mejor buscador que hemos tenido.
El equipo salió en tropel, dejando el suelo manchado de barro. La señora Pomfrey
cerró la puerta detrás del último, con cara de mal humor. Ron y Hermione se acercaron
un poco más a la cama de Harry.
—Dumbledore estaba muy enfadado —dijo Hermione con voz temblorosa—.
Nunca lo había visto así. Corrió al campo mientras tú caías, agitó la varita mágica y
entonces se redujo la velocidad de tu caída. Luego apuntó a los dementores con la varita
y les arrojó algo plateado. Abandonaron inmediatamente el estadio... Le puso furioso
que hubieran entrado en el campo... lo oímos...
—Entonces te puso en una camilla por arte de magia —explicó Ron—. Y te llevó
al colegio flotando en la camilla. Todos pensaron que estabas...
Su voz se apagó, pero Harry apenas se dio cuenta. Pensaba en lo que le habían
hecho los dementores, en la voz que suplicaba. Alzó los ojos y vio a Hermione y a Ron
tan preocupados que rápidamente buscó algo que decir.
—¿Recogió alguien la Nimbus?
Ron y Hermione se miraron.
—Eh...
—¿Qué pasa? —preguntó Harry.
—Bueno, cuando te caíste... se la llevó el viento —dijo Hermione con voz
vacilante.
—¿Y?
—Y chocó... chocó... contra el sauce boxeador.
Harry sintió un pinchazo en el estómago. El sauce boxeador era un sauce muy
violento que estaba solo en mitad del terreno del colegio.
—¿Y? —preguntó, temiendo la respuesta.
—Bueno, ya sabes que al sauce boxeador —dijo Ron— no le gusta que lo golpeen.
—El profesor Flitwick la trajo poco antes de que recuperaras el conocimiento
—explicó Hermione en voz muy baja.
Se agachó muy despacio para coger una bolsa que había a sus pies, le dio la vuelta
y puso sobre la cama una docena de astillas de madera y ramitas, lo que quedaba de la
fiel y finalmente abatida escoba de Harry.
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