jueves, 24 de enero de 2013

17 El perro, el gato y la rata

A Harry se le quedó la mente en blanco a causa de la impresión. Los tres se habían
quedado paralizados bajo la capa invisible. Los últimos rayos del sol arrojaron una luz
sanguinolenta sobre los terrenos, en los que las sombras se dibujaban muy alargadas.
Detrás de ellos oyeron un aullido salvaje.
—¡Hagrid! —susurró Harry. Sin pensar en lo que hacia, fue a darse la vuelta, pero
Ron y Hermione lo cogieron por los brazos.
—No podemos —dijo Ron, blanco como una pared—. Se verá en un problema más
serio si se descubre que lo hemos ido a visitar...
Hermione respiraba floja e irregularmente.
—¿Cómo... han podido...? —preguntó jadeando, como si se ahogase—. ¿Cómo han
podido?
—Vamos —dijo Ron, tiritando.
Reemprendieron el camino hacia el castillo, andando muy despacio para no
descubrirse. La luz se apagaba. Cuando llegaron a campo abierto, la oscuridad se cernía
sobre ellos como un embrujo.
—Scabbers, estate quieta —susurró Ron, llevándose la mano al pecho. La rata se
retorcía como loca. Ron se detuvo, obligando a Scabbers a que se metiera del todo en el
bolsillo—. ¿Qué te ocurre, tonta? Quédate quieta... ¡AY! ¡Me ha mordido!
—¡Ron, cállate! —susurró Hermione—. Fudge se presentará aquí dentro de un
minuto...
—No hay manera.
Scabbers estaba aterrorizada. Se retorcía con todas sus fuerzas, intentando soltarse
de Ron.
—¿Qué le ocurre?
Pero Harry acababa de ver a Crookshanks acercándose a ellos sigilosamente,
arrastrándose y con los grandes ojos amarillos destellando pavorosamente en la
oscuridad. Harry no sabía si el gato los veía o se orientaba por los chillidos de Scabbers.
—¡Crookshanks! —gimió Hermione—. ¡No, vete, Crookshanks! ¡Vete!
Pero el gato se acercaba más...
—Scabbers... ¡NO!
Demasiado tarde... La rata escapó por entre los dedos de Ron, se echó al suelo y
huyó a toda prisa. De un salto, Crookshanks se lanzó tras el roedor; y antes de que
Harry y Hermione pudieran detenerlo, Ron se salió de la capa y se internó en la
oscuridad.
—¡Ron! —gimió Hermione.
Ella y Harry se miraron y lo siguieron a la carrera. Era imposible correr a toda
velocidad debajo de la capa, así que se la quitaron y la llevaron al vuelo, ondeando
como un estandarte mientras seguían a Ron. Oían delante de ellos el ruido de sus pasos
y los gritos que dirigía a Crookshanks.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Oyeron un golpe seco.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
Harry y Hermione casi chocaron contra Ron. Estaba tendido en el suelo. Scabbers
había vuelto a su bolsillo y Ron sujetaba con ambas manos el tembloroso bulto.
—Vamos, Ron, volvamos a cubrirnos —dijo Hermione jadeando—. Dumbledore y
el ministro saldrán dentro de un minuto.
Pero antes de que pudieran volver a taparse, antes incluso de que pudieran
recuperar el aliento, oyeron los pasos de unas patas gigantes. Algo se acercaba a ellos en
la oscuridad: un enorme perro negro de ojos claros.
Harry quiso coger la varita, pero era ya demasiado tarde. El perro había dado un
gran salto y sus patas delanteras le golpearon el pecho. Harry cayó de espaldas, con un
fardo de pelo. Sintió el cálido aliento del fardo, sus dientes de tres centímetros de
longitud...
Pero el empujón lo había llevado demasiado lejos. Se apartó rodando. Aturdido,
sintiendo como si le hubieran roto las costillas, trató de ponerse en pie; oyó rugir al
animal, preparándose para un nuevo ataque.
Ron se levantó. Cuando el perro volvió a saltar contra ellos, Ron empujó a Harry
hacia un lado y el perro mordió el brazo estirado de Ron. Harry embistió y agarró al
animal por el pelo, pero éste arrastraba a Ron con tanta facilidad como si fuera un
muñeco de trapo.
Entonces, algo surgido de no se sabía dónde golpeó a Harry tan fuerte en la cara
que volvió a derribarlo. Oyó a Hermione chillar de dolor y caer también. Harry manoteó
en busca de la varita, parpadeando para quitarse la sangre de los ojos.
—¡Lumos! —susurró.
La luz de la varita iluminó un grueso árbol. Habían perseguido a Scabbers hasta el
sauce boxeador; y sus ramas crujían como azotadas por un fortísimo viento y oscilaban
de atrás adelante para impedir que se aproximaran.
Al pie del árbol estaba el perro, arrastrando a Ron y metiéndolo por un hueco que
había en las raíces. Ron luchaba denodadamente, pero su cabeza y su torso se estaban
perdiendo de vista.
—¡Ron! —gritó Harry, intentando seguirlo, pero una gruesa rama le propinó un
restallante y terrible trallazo que lo obligó a retroceder.
Lo único que podían ver ya de Ron era la pierna con la que el muchacho se había
enganchado en una rama para impedir que el perro lo arrastrase. Un horrible crujido
cortó el aire como un pistoletazo. La pierna de Ron se había roto y el pie desapareció en
aquel momento.
—Harry, tenemos que pedir ayuda —gritó Hermione. Ella también sangraba. El
sauce le había hecho un corte en el hombro.
—¡No! ¡Este ser es lo bastante grande para comérselo! ¡No tenemos tiempo!
—No conseguiremos pasar sin ayuda.
Otra rama les lanzó otro latigazo, con las ramitas enroscadas como puños.
—Si ese perro ha podido entrar, nosotros también —jadeó Harry, corriendo y
zigzagueando, tratando de encontrar un camino a través de las ramas que daban trallazos
al aire, pero era imposible acercarse un centímetro más sin ser golpeados por el árbol.
—¡Socorro, socorro! —gritó Hermione, como una histérica, dando brincos sin
moverse del sitio—. ¡Por favor...!
Crookshanks dio un salto al frente. Se deslizó como una serpiente por entre las
ramas que azotaban el aire y se agarró con las zarpas a un nudo del tronco.
De repente, como si el árbol se hubiera vuelto de piedra, dejó de moverse.
—¡Crookshanks! —gritó Hermione, dubitativa. Cogió a Harry por el brazo tan
fuerte que le hizo daño—. ¿Cómo sabía...?
—Es amigo del perro —dijo Harry con tristeza—. Los he visto juntos... Vamos.
Ten la varita a punto.
En unos segundos recorrieron la distancia que les separaba del tronco, pero antes
de que llegaran al hueco que había entre las raíces, Crookshanks se metió por él
agitando la cola de brocha. Harry lo siguió. Entró a gatas, metiendo primero la cabeza, y
se deslizó por una rampa de tierra hasta la boca de un túnel de techo muy bajo.
Crookshanks estaba ya lejos de él y sus ojos brillaban a la luz de la varita de Harry. Un
segundo después, entró Hermione.
—¿Dónde está Ron? —le preguntó con voz aterrorizada.
—Por aquí —indicó Harry, poniéndose en camino con la espalda arqueada,
siguiendo a Crookshanks.
—¿Adónde irá este túnel? —le preguntó Hermione, sin aliento.
—No sé... Está señalado en el mapa del merodeador; pero Fred y George creían
que nadie lo había utilizado nunca. Se sale del límite del mapa, pero daba la impresión
de que iba a Hogsmeade...
Avanzaban tan aprisa como podían, casi doblados por la cintura. Por momentos
podían ver la cola de Crookshanks. El pasadizo no se acababa. Parecía tan largo como el
que iba a Honeydukes. Lo único en que podía pensar Harry era en Ron y en lo que le
podía estar haciendo el perrazo... Al correr agachado, le costaba trabajo respirar y le
dolía...
Y entonces el túnel empezó a elevarse, y luego a serpentear; y Crookshanks había
desaparecido. En vez de ver al gato, Harry veía una tenue luz que penetraba por una
pequeña abertura.
Se detuvieron jadeando, para coger aire. Avanzaron con cautela hasta la abertura.
Levantaron las varitas para ver lo que había al otro lado.
Había una habitación, muy desordenada y llena de polvo. El papel se despegaba de
las paredes. El suelo estaba lleno de manchas. Todos los muebles estaban rotos, como si
alguien los hubiera destrozado. Las ventanas estaban todas cegadas con maderas.
Harry miró a Hermione, que parecía muy asustada, pero asintió con la cabeza.
Harry salió por la abertura mirando a su alrededor. La habitación estaba desierta,
pero a la derecha había una puerta abierta que daba a un vestíbulo en sombras.
Hermione volvió a cogerse del brazo de Harry. Miraba de un lado a otro con los ojos
muy abiertos, observando las ventanas tapadas.
—Harry —susurró—. Creo que estamos en la Casa de los Gritos.
Harry miró a su alrededor. Posó la mirada en una silla de madera que estaba cerca
de ellos. Le habían arrancado varios trozos y una pata.
—Eso no lo han hecho los fantasmas —observó.
En ese momento oyeron un crujido en lo alto. Algo se había movido en la parte de
arriba. Miraron al techo. Hermione le cogía el brazo con tal fuerza que perdía
sensibilidad en los dedos. La miró. Hermione volvió a asentir con la cabeza y lo soltó.
Tan en silencio como pudieron, entraron en el vestíbulo y subieron por la escalera,
que se estaba desmoronando. Todo estaba cubierto por una gruesa capa de polvo, salvo
el suelo, donde algo arrastrado escaleras arriba había dejado una estela ancha y brillante.
Llegaron hasta el oscuro descansillo.
—Nox —susurraron a un tiempo, y se apagaron las luces de las varitas.
Solamente había una puerta abierta. Al dirigirse despacio hacia ella, oyeron un
movimiento al otro lado. Un suave gemido, y luego un ronroneo profundo y sonoro.
Cambiaron una última mirada y un último asentimiento con la cabeza.
Sosteniendo la varita ante sí, Harry abrió la puerta de una patada.
Crookshanks estaba acostado en una magnífica cama con dosel y colgaduras
polvorientas. Ronroneó al verlos. En el suelo, a su lado, sujetándose la pierna que
sobresalía en un ángulo anormal, estaba Ron. Harry y Hermione se le acercaron
rápidamente.
—¡Ron!, ¿te encuentras bien?
—¿Dónde está el perro?
—No hay perro —gimió Ron. El dolor le hacía apretar los dientes—. Harry, esto es
una trampa...
—¿Qué...?
—Él es el perro. Es un animago...
Ron miraba por encima del hombro de Harry. Harry se dio la vuelta. El hombre
oculto en las sombras cerró la puerta tras ellos.
Una masa de pelo sucio y revuelto le caía hasta los codos. Si no le hubieran
brillado los ojos en las cuencas profundas y oscuras, habría creído que se trataba de un
cadáver. La piel de cera estaba tan estirada sobre los huesos de la cara que parecía una
calavera. Una mueca dejaba al descubierto sus dientes amarillos. Era Sirius Black.
—¡Expeliarmo! —exclamó, dirigiendo hacia ellos la varita de Ron.
Las varitas que empuñaban Harry y Hermione saltaron de sus manos, y Black las
recogió. Dio un paso hacia ellos, con los ojos fijos en Harry.
—Pensé que vendrías a ayudar a tu amigo —dijo con voz ronca. Su voz sonaba
como si no la hubiera empleado en mucho tiempo—. Tu padre habría hecho lo mismo
por mí. Habéis sido muy valientes por no salir corriendo en busca de un profesor.
Muchas gracias. Esto lo hará todo mucho más fácil...
Harry oyó la burla sobre su padre como si Black la hubiera proferido a voces. Notó
la quemazón del odio, que no dejaba lugar al miedo. Por primera vez en su vida habría
querido volver a tener en su mano la varita, no para defenderse, sino para atacar... para
matar. Sin saber lo que hacía, se adelanté, pero algo se movió a sus costados, y dos
pares de manos lo sujetaron y lo hicieron retroceder.
—¡No, Harry! —exclamó Hermione, petrificada.
Ron, sin embargo, se dirigió a Black:
—Si quiere matar a Harry, tendrá que matarnos también a nosotros —dijo con
fiereza, aunque el esfuerzo que había hecho para levantarse lo había dejado aún más
pálido, y oscilaba al hablar.
Algo titiló en los ojos sombríos de Black.
—Échate —le dijo a Ron en voz baja— o será peor para tu pierna.
—¿Me ha oído? —dijo Ron débilmente, apoyándose en Harry para mantenerse en
pie—. Tendrá que matarnos a los tres.
—Sólo habrá un asesinato esta noche —respondió Black, acentuando la mueca.
—¿Por qué? —preguntó Harry, tratando de soltarse de Ron y de Hermione—. No
le importó la última vez, ¿a que no? No le importó matar a todos aquellos muggles al
mismo tiempo que a Pettigrew... ¿Qué ocurre, se ha ablandado usted en Azkaban?
—¡Harry! —sollozó Hermione—. ¡Cállate!
—¡ÉL MATÓ A MIS PADRES! —gritó Harry.
Y haciendo un último esfuerzo se liberó de Ron y de Hermione, y se lanzó.
Había olvidado la magia. Había olvidado que era bajito y poca cosa y que tenía
trece años, mientras que Black era un hombre adulto y alto. Lo único que sabía Harry
era que quería hacerle a Black todo el daño posible, y que no le importaba el que
recibiera a cambio.
Tal vez fuera por la impresión que le produjo ver a Harry cometiendo aquella
necedad, pero Black no levantó a tiempo las varitas. Harry sujetó por la muñeca la mano
libre de Black, desviando la orientación de las varitas. Tras propinarle un puñetazo en el
pómulo, los dos cayeron hacia atrás, contra la pared.
Hermione y Ron gritaron. Vieron un resplandor cegador cuando las varitas que
Black tenía en la mano lanzaron un chorro de chispas que por unos centímetros no
dieron a Harry en la cara. Harry sintió retorcerse bajo sus dedos el brazo de Black, pero
no lo soltó y golpeó con la otra mano.
Pero Black aferró con su mano libre el cuello de Harry.
—No —susurró—. He esperado demasiado tiempo.
Apretó los dedos. Harry se ahogaba. Las gafas se le habían caído hacia un lado.
Entonces vio el pie de Hermione, salido de no se sabía dónde. Black soltó a Harry
profiriendo un alarido de dolor. Ron se arrojó sobre la mano con que Black sujetaba la
varita y Harry oyó un débil tintineo.
Se soltó del nudo de cuerpos y vio su propia varita en el suelo. Se tiró hacia ella,
pero...
—¡Ah!
Crookshanks se había unido a la lucha, clavándole las zarpas delanteras en el brazo.
Harry se lo sacudió de encima, pero Crookshanks se dirigió como una flecha hacia la
varita de Harry.
—¡NO! —exclamó Harry, y propinó a Crookshanks un puntapié que lo tiró a un
lado bufando. Harry recogió la varita y se dio la vuelta.
—¡Apartaos! —gritó a Ron y a Hermione.
No necesitaron oírlo dos veces. Hermione, sin aliento y con sangre en el labio, se
hizo a un lado, recogiendo su varita y la de Ron. Ron se arrastró hasta la cama y se
derrumbó sobre ella, jadeando y con la cara ya casi verde, asiéndose la pierna rota con
las manos.
Black yacía de cualquier manera junto a la pared. Su estrecho tórax subía y bajaba
con rapidez mientras veía a Harry aproximarse muy despacio, apuntándole directamente
al corazón con la varita.
—¿Vas a matarme, Harry? —preguntó.
Harry se paró delante de él, sin dejar de apuntarle con la varita, y bajando la vista
para observarle la cara. El ojo izquierdo se le estaba hinchando y le sangraba la nariz.
—Usted mató a mis padres —dijo Harry con voz algo temblorosa, pero con la
mano firme.
Black lo miró fijamente con aquellos ojos hundidos.
—No lo niego —dijo en voz baja—. Pero si supieras toda la historia...
—¿Toda la historia? —repitió Harry, con un furioso martilleo en los oídos—. Los
entregó a Voldemort, eso es todo lo que necesito saber.
—Tienes que escucharme —dijo Black con un dejo de apremio en la voz—. Lo
lamentarás si no... si no comprendes...
—Comprendo más de lo que cree —dijo Harry con la voz cada vez más
temblorosa—. Usted no la ha oído nunca, ¿verdad? A mi madre, impidiendo que
Voldemort me matara... Y usted lo hizo. Lo hizo...
Antes de que nadie pudiera decir nada más, algo canela pasó por delante de Harry
como un rayo. Crookshanks saltó sobre el pecho de Black y se quedó allí, sobre su
corazón. Black cerró los ojos y los volvió a abrir mirando al gato.
—Vete —ordenó Black, tratando de quitarse de encima al animal. Pero
Crookshanks le hundió las garras en la túnica. Volvió a Harry su cara fea y aplastada, y
lo miró con sus grandes ojos amarillos. Hermione, que estaba a su derecha, lanzó un
sollozo.
Harry miró a Black y a Crookshanks, sujetando la varita aún con más fuerza. ¿Y
qué si tenía que matar también al gato? Era un aliado de Black... Si estaba dispuesto a
morir defendiéndolo, no era asunto suyo. Si Black quería salvarlo, eso sólo demostraría
que le importaba más Crookshanks que los padres de Harry...
Harry levantó la varita. Había llegado el momento de vengar a sus padres. Iba a
matar a Black. Tenía que matarlo. Era su oportunidad...
Pasaron unos segundos y Harry seguía inmóvil, con la varita en alto. Black lo
miraba fijamente, con Crookshanks sobre el pecho. En la cama en la que estaba tendido
Ron se oía una respiración jadeante. Hermione permanecía en silencio.
Y entonces oyeron algo que no habían oído hasta entonces.
Unos pasos amortiguados. Alguien caminaba por el piso inferior.
—¡ESTAMOS AQUÍ ARRIBA! —gritó Hermione de pronto—. ¡ESTAMOS
AQUÍ ARRIBA! ¡SIRIUS BLACK! ¡DENSE PRISA!
Black sufrió tal sobresalto que Crookshanks estuvo a punto de caerse. Harry apretó
la varita con una fuerza irracional. ¡Mátalo ya!, dijo una voz en su cabeza. Pero los
pasos que subían las escaleras se oían cada vez más fuertes, y Harry seguía sin moverse.
La puerta de la habitación se abrió de golpe entre una lluvia de chispas rojas y
Harry se volvió cuando el profesor Lupin entró en la habitación como un rayo. El
profesor Lupin tenía la cara exangüe, y la varita levantada y dispuesta. Miró a Ron, que
yacía en la cama; a Hermione, encogida de miedo junto a la puerta; a Harry, que no
dejaba de apuntar a Black con la varita; y al mismo Black, desplomado a los pies de
Harry y sangrando.
—¡Expeliarmo! —gritó Lupin.
La varita de Harry salió volando de su mano. También lo hicieron las dos que
sujetaba Hermione. Lupin las cogió todas hábilmente y luego penetró en la habitación,
mirando a Black, que todavía tenía a Crookshanks protectoramente encaramado en el
pecho.
Harry se sintió de pronto como vacío. No lo había matado. Le había faltado valor.
Black volvería a manos de los dementores.
Entonces habló Lupin, con una voz extraña que temblaba de emoción contenida:
—¿Dónde está, Sirius?
Harry miró a Lupin. No comprendía qué quería decir. ¿De quién hablaba? Se
volvió para mirar de nuevo a Black, cuyo rostro carecía completamente de expresión.
Durante unos segundos no se movió. Luego, muy despacio, levantó la mano y señaló a
Ron. Desconcertado, Harry se volvió hacia el sorprendido Ron.
—Pero entonces... —murmuró Lupin, mirando tan intensamente a Black que
parecía leer sus pensamientos—, ¿por qué no se ha manifestado antes? A menos que...
—De repente, los ojos de Lupin se dilataron como si viera algo más allá de Black, algo
que no podía ver ninguno de los presentes— ... a menos que fuera él quien... a menos
que te transmutaras... sin decírmelo...
Muy despacio, sin apartar los hundidos ojos de Lupin, Black asintió con la cabeza.
—Profesor Lupin, ¿qué pasa? —interrumpió Harry en voz alta—. ¿Qué...?
Pero no terminó la pregunta, porque lo que vio lo dejó mudo. Lupin bajaba la
varita. Un instante después, se acercó a Black, le cogió la mano, tiró de él para
incorporarlo y para que Crookshanks cayese al suelo, y abrazó a Black —como a un
hermano.
Harry se sintió como si le hubieran agujereado el fondo del estómago.
—¡NO LO PUEDO CREER! —gritó Hermione.
Lupin soltó a Black y se volvió hacia ella. Hermione se había levantado del suelo y
señalaba a Lupin con ojos espantados.
—Usted... usted...
—Hermione...
—¡... usted y él!
—Tranquilízate, Hermione.
—¡No se lo dije a nadie! —gritó Hermione—. ¡Lo he estado encubriendo!
—¡Hermione, escúchame, por favor! —exclamó Lupin—. Puedo explicarlo...
Harry temblaba, no de miedo, sino de una ira renovada.
—Yo confié en usted —gritó a Lupin, flaqueándole la voz— y en realidad era
amigo de él.
—Estáis en un error —explicó Lupin—. No he sido amigo suyo durante estos doce
años, pero ahora sí... Dejadme que os lo explique...
—¡NO! —gritó Hermione—. Harry, no te fíes de él. Ha ayudado a Black a entrar
en el castillo. También él quiere matarte. ¡Es un hombre lobo!
Se hizo un vibrante silencio. Todos miraban a Lupin, que parecía tranquilo, aunque
estaba muy pálido.
—Estás acertando mucho menos que de costumbre, Hermione —dijo—. Me temo
que sólo una de tres. No es verdad que haya ayudado a Sirius a entrar en el castillo, y te
aseguro que no quiero matar a Harry... —Se estremeció visiblemente—. Pero no negaré
que soy un hombre lobo.
Ron hizo un esfuerzo por volver a levantarse, pero se cayó con un gemido de dolor.
Lupin se le acercó preocupado, pero Ron exclamó:
—¡Aléjate de mí, licántropo!
Lupin se paró en seco. Y entonces, con un esfuerzo evidente, se volvió a Hermione
y le dijo:
—¿Cuánto hace que lo sabes?
—Siglos —contestó Hermione—. Desde que hice el trabajo para el profesor Snape.
—Estará encantado —dijo Lupin con poco entusiasmo—. Os puso ese trabajo para
que alguno de vosotros se percatara de mis síntomas. ¿Comprobaste el mapa lunar y te
diste cuenta de que yo siempre estaba enfermo en luna llena? ¿Te diste cuenta de que el
boggart se transformaba en luna al verme?
—Las dos cosas —respondió Hermione en voz baja.
Lupin lanzó una risa forzada.
—Nunca he conocido una bruja de tu edad tan inteligente, Hermione.
—No soy tan inteligente —susurró Hermione—. ¡Si lo fuera, le habría dicho a todo
el mundo lo que es usted!
—Ya lo saben —dijo Lupin—. Al menos, el personal docente lo sabe.
—¿Dumbledore lo contrató sabiendo que era usted un licántropo? —preguntó Ron
con voz ahogada—. ¿Está loco?
—Hay profesores que opinan que sí —admitió Lupin—. Le costó convencer a
ciertos profesores de que yo era de fiar.
—¡Y ESTABA EN UN ERROR! —gritó Harry—. ¡HA ESTADO
AYUDÁNDOLO TODO ESTE TIEMPO!
Señalaba a Black, que se había dirigido hacia la cama adoselada y se había echado
encima, ocultando el rostro con mano temblorosa. Crookshanks saltó a su lado y se
subió en sus rodillas ronroneando. Ron se alejó, arrastrando la pierna.
—No he ayudado a Sirius —dijo Lupin—. Si me dejáis, os lo explicaré. Mirad...
—Separó las varitas de Harry, Ron y Hermione y las lanzó hacia sus respectivos
dueños. Harry cogió la suya asombrado—. Ya veis —prosiguió Lupin, guardándose su
propia varita en el cinto—. Ahora vosotros estáis armados y nosotros no. ¿Queréis
escucharme?
Harry no sabía qué pensar. ¿Sería un truco?
—Si no lo ha estado ayudando —dijo mirando furiosamente a Black—, ¿cómo
sabía que se encontraba aquí?
—Por el mapa —explicó Lupin—. Por el mapa del merodeador. Estaba en mi
despacho examinándolo...
—¿Sabe utilizarlo? —le preguntó Harry con suspicacia.
—Por supuesto —contestó Lupin, haciendo con la mano un ademán de
impaciencia—. Yo colaboré en su elaboración. Yo soy Lunático... Es el apodo que me
pusieron mis amigos en el colegio.
—¿Usted hizo...?
—Lo importante es que esta tarde lo estaba examinando porque tenía la idea de que
tú, Ron y Hermione intentaríais salir furtivamente del castillo para visitar a Hagrid antes
de que su hipogrifo fuera ejecutado. Y estaba en lo cierto, ¿a que sí? —Comenzó a
pasear sin dejar de mirarlos, levantando el polvo con los pies—. Supuse que os
cubriríais con la vieja capa de tu padre, Harry.
—¿Cómo sabe lo de la capa?
—¡La de veces que vi a James desaparecer bajo ella! —dijo Lupin, repitiendo el
ademán de impaciencia—. Que llevéis una capa invisible no os impide aparecer en el
mapa del merodeador. Os vi cruzar los terrenos del colegio y entrar en la cabaña de
Hagrid. Veinte minutos más tarde dejasteis a Hagrid y volvisteis hacia el castillo. Pero
en aquella ocasión os acompañaba alguien.
—¿Qué dice? —interrumpió Harry—. Nada de eso. No nos acompañaba nadie.
—No podía creer lo que veía —prosiguió Lupin, todavía paseando, sin escuchar a
Harry—. Creía que el mapa estaría estropeado. ¿Cómo podía estar con vosotros?
—¡No había nadie con nosotros!
—Y entonces vi otro punto que se os acercaba rápidamente, con la inscripción
«Sirius Black». Vi que chocaba con vosotros, vi que arrastraba a dos de vosotros hasta
el interior del sauce boxeador.
—¡A uno de nosotros! —dijo Ron enfadado.
—No, Ron —dijo Lupin—. A dos.
Dejó de pasearse y miró a Ron.
—¿Me dejas echarle un vistazo a la rata? —dijo con amabilidad.
—¿Qué? —preguntó Ron—. ¿Qué tiene que ver Scabbers en todo esto?
—Todo —respondió Lupin—. ¿Podría echarle un vistazo, por favor?
Ron dudó. Metió la mano en la túnica. Scabbers salió agitándose como loca. Ron
tuvo que agarrarla por la larga cola sin pelo para impedirle escapar. Crookshanks,
todavía en las rodillas de Black, se levantó y dio un suave bufido.
Lupin se acercó más a Ron. Contuvo el aliento mientras examinaba detenidamente
a Scabbers.
—¿Qué? —volvió a preguntar Ron, con cara de asustado y manteniendo a
Scabbers junto a él—. ¿Qué tiene que ver la rata en todo esto?
—No es una rata —graznó de repente Sirius Black.
—¿Qué quiere decir? ¡Claro que es una rata!
—No lo es —dijo Lupin en voz baja—. Es un mago.
—Un animago —aclaró Black— llamado Peter Pettigrew.
18
Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
Era tan absurdo que les costó un rato comprender lo que había dicho. Luego, Ron dijo
lo mismo que Harry pensaba:
—Están ustedes locos.
—¡Absurdo! —dijo Hermione con voz débil.
—¡Peter Pettigrew está muerto! ¡Lo mató hace doce años!
Señaló a Black, cuya cara sufría en ese momento un movimiento espasmódico.
—Tal fue mi intención —explicó, enseñando los dientes amarillos—, pero el
pequeño Peter me venció. ¡Pero esta vez me vengaré!
Y dejó en el suelo a Crookshanks antes de abalanzarse sobre Scabbers; Ron gritó
de dolor cuando Black cayó sobre su pierna rota.
—¡Sirius, NO! —gritó Lupin, corriendo hacia ellos y separando a Black de Ron—.
¡ESPERA! ¡No puedes hacerlo así! ¡Tienen que comprender! ¡Tenemos que
explicárselo!
—Podemos explicarlo después —gruñó Black, intentando desprenderse de Lupin y
dando un zarpazo al aire para atrapar a Scabbers, que gritaba como un cochinillo y
arañaba a Ron en la cara y en el cuello, tratando de escapar.
—¡Tienen derecho... a saberlo... todo! —jadeó Lupin sujetando a Black—. ¡Es la
mascota de Ron! ¡Hay cosas que ni siquiera yo comprendo! ¡Y Harry...! ¡Tienes que
explicarle la verdad a Harry, Sirius!
Black dejó de forcejear; aunque mantuvo los hundidos ojos fijos en Scabbers, a la
que Ron protegía con sus manos arañadas, mordidas y manchadas de sangre.
—De acuerdo, pues —dijo Black, sin apartar la mirada de la rata—. Explícales lo
que quieras, pero date prisa, Remus. Quiero cometer el asesinato por el que fui
encarcelado...
—Están locos los dos —dijo Ron con voz trémula, mirando a Harry y a Hermione,
en busca de apoyo—. Ya he tenido bastante. Me marcho.
Intentó incorporarse sobre su pierna sana, pero Lupin volvió a levantar la varita
apuntando a Scabbers.
—Me vas a escuchar hasta el final, Ron —dijo en voz baja—. Pero sujeta bien a
Peter mientras escuchas.
—¡NO ES PETER, ES SCABBERS! —gritó Ron, obligando a la rata a meterse en
su bolsillo delantero, aunque se resistía demasiado. Ron perdió el equilibrio. Harry lo
cogió y lo tendió en la cama. Sin hacer caso de Black, Harry se volvió hacia Lupin.
—Hubo testigos que vieron morir a Pettigrew —dijo—. Toda una calle llena de
testigos.
—¡No vieron, creyeron ver! —respondió Black con furia, vigilando a Scabbers,
que se debatía en las manos de Ron.
—Todo el mundo creyó que Sirius mató a Peter —confirmó Lupin—. Yo mismo lo
creía hasta que he visto el mapa esta noche. Porque el mapa del merodeador nunca
miente... Peter está vivo. Ron lo tiene entre las manos, Harry.
Harry bajó la mirada hacia Ron, y al encontrarse sus ojos, se entendieron sin
palabras: indudablemente, Black y Lupin estaban locos. Nada de lo que decían tenía
sentido. ¿Cómo iba Scabbers a ser Peter Pettigrew? Azkaban debía de haber trastornado
a Black, después de todo. Pero ¿por qué Lupin le seguía la corriente?
Entonces habló Hermione, con una voz temblorosa que pretendía parecer calmada,
como si quisiera que el profesor Lupin recobrara la sensatez.
—Pero profesor Lupin: Scabbers no puede ser Pettigrew... Sencillamente es
imposible, usted lo sabe.
—¿Por qué no puede serlo? —preguntó Lupin tranquilamente, como si estuvieran
en clase y Hermione se limitara a plantear un problema en un experimento con
grindylows.
—Porque si Peter Pettigrew hubiera sido un animago, la gente lo habría sabido.
Estudiamos a los animagos con la profesora McGonagall. Y yo los estudié en la
enciclopedia cuando preparaba el trabajo. El Ministerio vigila a los magos que pueden
convertirse en animales. Hay un registro que indica en qué animal se convierten y las
señales que tienen. Yo busqué «Profesora McGonagall» en el registro, y vi que en este
siglo sólo ha habido siete animagos. El nombre de Peter Pettigrew no figuraba en la
lista.
Iba a asombrarse Harry de la escrupulosidad con que Hermione hacía los deberes
cuando Lupin se echó a reír.
—¡Bien otra vez, Hermione! —dijo—. Pero el Ministerio ignora la existencia de
otros tres animagos en Hogwarts.
—Si se lo vas a contar; date prisa, Remus —gruñó Black, que seguía vigilando
cada uno de los frenéticos movimientos de Scabbers—. He esperado doce años. No voy
a esperar más.
—De acuerdo, pero tendrás que ayudarme, Sirius —dijo Lupin—. Yo sólo sé cómo
comenzó...
Lupin se detuvo en seco. Había oído un crujido tras él. La puerta de la habitación
acababa de abrirse. Los cinco se volvieron hacia ella. Lupin se acercó y observó el
rellano.
—No hay nadie.
—¡Este lugar está encantado! —dijo Ron.
—No lo está —dijo Lupin, que seguía mirando a la puerta, intrigado—. La Casa de
los Gritos nunca ha estado embrujada. Los gritos y aullidos que oían los del pueblo los
producía yo. —Se apartó el ceniciento pelo de los ojos. Meditó un instante y añadió—:
Con eso empezó todo... cuando me convertí en hombre lobo. Nada de esto habría
sucedido si no me hubieran mordido... y si no hubiera sido yo tan temerario.
Estaba tranquilo pero fatigado. Iba Ron a interrumpirle cuando Hermione, que
observaba a Lupin muy atentamente, se llevó el dedo a la boca.
—¡Chitón!
—Era muy pequeño cuando me mordieron —prosiguió Lupin—. Mis padres lo
intentaron todo, pero en aquellos días no había cura. La poción que me ha estado dando
el profesor Snape es un descubrimiento muy reciente. Me vuelve inofensivo, ¿os dais
cuenta? Si la tomo la semana anterior a la luna llena, conservo mi personalidad al
transformarme... Me encojo en mi despacho, convertido en un lobo inofensivo, y
aguardo a que la luna vuelva a menguar. Sin embargo, antes de que se descubriera la
poción de matalobos, me convertía una vez al mes en un peligroso lobo adulto. Parecía
imposible que pudiera venir a Hogwarts. No era probable que los padres quisieran que
sus hijos estuvieran a mi merced. Pero entonces Dumbledore llegó a director y se hizo
cargo de mi problema. Dijo que mientras tomáramos ciertas precauciones, no había
motivo para que yo no acudiera a clase. —Lupin suspiró y miró a Harry—. Te dije hace
meses que el sauce boxeador lo plantaron el año que llegué a Hogwarts. La verdad es
que lo plantaron porque vine a Hogwarts. Esta casa —Lupin miró a su alrededor
melancólicamente—, el túnel que conduce a ella... se construyeron para que los usara
yo. Una vez al mes me sacaban del castillo furtivamente y me traían a este lugar para
que me transformara. El árbol se puso en la boca del túnel para que nadie se encontrara
conmigo mientras yo fuera peligroso.
Harry no sabía en qué pararía la historia, pero aun así escuchaba con gran interés.
Lo único que se oía, aparte de la voz de Lupin, eran los chillidos asustados de Scabbers.
—En aquella época mis transformaciones eran... eran terribles. Es muy doloroso
convertirse en licántropo. Se me aislaba de los humanos para que no los mordiera, de
forma que me arañaba y mordía a mí mismo. En el pueblo oían los ruidos y los gritos, y
creían que se trataba de espíritus especialmente violentos. Dumbledore alentó los
rumores... Ni siquiera ahora que la casa lleva años en silencio se atreven los del pueblo
a acercarse. Pero aparte de eso, yo era más feliz que nunca. Por primera vez tenía
amigos, tres estupendos amigos: Sirius Black, Peter Pettigrew y tu padre, Harry, James
Potter. Mis tres amigos no podían dejar de darse cuenta de mis desapariciones
mensuales. Yo inventaba historias de todo tipo. Les dije que mi madre estaba enferma y
que tenía que ir a casa a verla... Me aterrorizaba que pudieran abandonarme cuando
descubrieran lo que yo era. Pero al igual que tú, Hermione, averiguaron la verdad. Y no
me abandonaron. Por el contrario, convirtieron mis metamorfosis no sólo en
soportables, sino en los mejores momentos de mi vida. Se hicieron animagos.
—¿Mi padre también? —preguntó Harry atónito.
—Sí, claro —respondió Lupin—. Les costó tres años averiguar cómo hacerlo. Tu
padre y Sirius eran los alumnos más inteligentes del colegio y tuvieron suerte porque la
transformación en animago puede salir fatal. Es la razón por la que el Ministerio vigila
estrechamente a los que lo intentan. Peter necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener
de James y Sirius. Finalmente, en quinto, lo lograron. Cada cual tuvo la posibilidad de
convertirse a voluntad en un animal diferente.
—Pero ¿en qué le benefició a usted eso? —preguntó Hermione con perplejidad.
—No podían hacerme compañía como seres humanos, así que me la hacían como
animales —explicó Lupin—. Un licántropo sólo es peligroso para las personas. Cada
mes abandonaban a hurtadillas el castillo, bajo la capa invisible de James. Peter, como
era el más pequeño, podía deslizarse bajo las ramas del sauce y tocar el nudo que las
deja inmóviles. Entonces pasaban por el túnel y se reunían conmigo. Bajo su influencia
yo me volvía menos peligroso. Mi cuerpo seguía siendo de lobo, pero mi mente parecía
más humana mientras estaba con ellos.
—Date prisa, Remus —gritó Black, que seguía mirando a Scabbers con una
horrible expresión de avidez.
—Ya llego, Sirius, ya llego... Al transformarnos se nos abrían posibilidades
emocionantes. Abandonábamos la Casa de los Gritos y vagábamos de noche por los
terrenos del colegio y por el pueblo. Sirius y James se transformaban en animales tan
grandes que eran capaces de tener a raya a un licántropo. Dudo que ningún alumno de
Hogwarts haya descubierto nunca tantas cosas sobre el colegio como nosotros. Y de esa
manera llegamos a trazar el mapa del merodeador y lo firmamos con nuestros apodos:
Sirius era Canuto, Peter Colagusano y James Cornamenta.
—¿Qué animal...? —comenzó Harry, pero Hermione lo interrumpió:
—¡Aun así, era peligroso! ¡Andar por ahí, en la oscuridad, con un licántropo! ¿Qué
habría ocurrido si les hubiera dado esquinazo a los otros y mordido a alguien?
—Ése es un pensamiento que aún me reconcome —respondió Lupin en tono de
lamentación—. Estuve a punto de hacerlo muchas veces. Luego nos reíamos. Éramos
jóvenes e irreflexivos. Nos dejábamos llevar por nuestras ocurrencias. A menudo me
sentía culpable por haber traicionado la confianza de Dumbledore. Me había admitido
en Hogwarts cuando ningún otro director lo habría hecho, y no se imaginaba que yo
estuviera rompiendo las normas que había establecido para mi propia seguridad y la de
otros. Nunca supo que por mi culpa tres de mis compañeros se convirtieron ilegalmente
en animagos. Pero olvidaba mis remordimientos cada vez que nos sentábamos a planear
la aventura del mes siguiente. Y no he cambiado... —Las facciones de Lupin se habían
tensado y se le notaba en la voz que estaba disgustado consigo mismo—. Todo este
curso he estado pensando si debería decirle a Dumbledore que Sirius es un animago.
Pero no lo he hecho. ¿Por qué? Porque soy demasiado cobarde. Decírselo habría
supuesto confesar que yo traicionaba su confianza mientras estaba en el colegio, habría
supuesto admitir que arrastraba a otros conmigo... y la confianza de Dumbledore ha sido
muy importante para mí. Me dejó entrar en Hogwarts de niño y me ha dado un trabajo
cuando durante toda mi vida adulta me han rehuido y he sido incapaz de encontrar un
empleo remunerado debido a mi condición. Y por eso supe que Sirius entraba en el
colegio utilizando artes oscuras aprendidas de Voldemort y de que su condición de
animago no tenía nada que ver... Así que, de alguna manera, Snape tenía razón en lo que
decía de mí.
—¿Snape? —dijo Black bruscamente, apartando los ojos de Scabbers por primera
vez desde hacía varios minutos, y mirando a Lupin—. ¿Qué pinta Snape?
—Está aquí, Sirius —dijo Lupin con disgusto—. También da clases en Hogwarts.
—Miró a Harry, a Ron y a Hermione—. El profesor Snape era compañero nuestro. —Se
volvió otra vez hacia Black—: Ha intentado por todos los medios impedir que me
dieran el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Le ha estado diciendo
a Dumbledore durante todo el curso que no soy de fiar. Tiene motivos... Sirius le gastó
una broma que casi lo mató, una broma en la que me vi envuelto.
—Le estuvo bien empleado. —Black se rió con una mueca—. Siempre husmeando,
siempre queriendo saber lo que tramábamos... para ver si nos expulsaban.
—Severus estaba muy interesado por averiguar adónde iba yo cada mes —explicó
Lupin a los tres jóvenes—. Estábamos en el mismo curso, ¿sabéis? Y no nos caíamos
bien. En especial, le tenía inquina a James. Creo que era envidia por lo bien que se le
daba el quidditch... De todas formas, Snape me había visto atravesar los terrenos del
colegio con la señora Pomfrey cierta tarde que me llevaba hacia el sauce boxeador para
mi transformación. Sirius pensó que sería divertido contarle a Snape que para entrar
detrás de mí bastaba con apretar el nudo del árbol con un palo largo. Bueno, Snape,
como es lógico, lo hizo. Si hubiera llegado hasta aquí, se habría encontrado con un
licántropo completamente transformado. Pero tu padre, que había oído a Sirius, fue tras
Snape y lo obligó a volver, arriesgando su propia vida, aunque Snape me entrevió al
final del túnel. Dumbledore le prohibió contárselo a nadie, pero desde aquel momento
supo lo que yo era...
—Entonces, por eso lo odia Snape —dijo Harry—. ¿Pensó que estaba usted metido
en la broma?
—Exactamente —admitió una voz fría y burlona que provenía de la pared, a
espaldas de Lupin.
Severus Snape se desprendió de la capa invisible y apuntó a Lupin con la varita.

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