viernes, 25 de enero de 2013

4 Retorno a La Madriguera

A las doce del día siguiente, el baúl de Harry ya estaba lleno de sus cosas del colegio y
de sus posesiones más apreciadas: la capa invisible heredada de su padre, la escoba
voladora que le había regalado Sirius y el mapa encantado de Hogwarts que le habían
dado Fred y George el curso anterior. Había vaciado de todo comestible el espacio
oculto debajo de la tabla suelta de su habitación y repasado dos veces hasta el último
rincón de su dormitorio para no dejarse olvidados ninguna pluma ni ningún libro de
embrujos, y había despegado de la pared el calendario en que marcaba los días que
faltaban para el 1 de septiembre, el día de la vuelta a Hogwarts.
El ambiente en el número 4 de Privet Drive estaba muy tenso. La inminente llegada
a la casa de un grupo de brujos ponía nerviosos e irritables a los Dursley. Tío Vernon se
asustó mucho cuando Harry le informó de que los Weasley llegarían al día siguiente a
las cinco en punto.
—Espero que le hayas dicho a esa gente que se vista adecuadamente —gruñó de
inmediato—. He visto cómo van. Deberían tener la decencia de ponerse ropa normal.
Harry tuvo un presentimiento que le preocupó. Muy raramente había visto a los
padres de Ron vistiendo algo que los Dursley pudieran calificar de «normal». Los hijos
a veces se ponían ropa muggle durante las vacaciones, pero los padres llevaban
generalmente túnicas largas en diversos estados de deterioro. A Harry no le inquietaba
lo que pensaran los vecinos, pero sí lo desagradables que podían resultar los Dursley
con los Weasley si aparecían con el aspecto que aquéllos reprobaban en los brujos.
Tío Vernon se había puesto su mejor traje. Alguien podría interpretarlo como un
gesto de bienvenida, pero Harry sabía que lo había hecho para impresionar e intimidar.
Dudley, por otro lado, parecía algo disminuido, lo cual no se debía a que su dieta
estuviera por fin dando resultado, sino al pánico. La última vez que Dudley se había
encontrado con un mago adulto salió ganando una cola de cerdo que le sobresalía de los
pantalones, y tía Petunia y tío Vernon tuvieron que llevarlo a un hospital privado de
Londres para que se la extirparan. Por eso no era sorprendente que Dudley se pasara
todo el tiempo restregándose la mano nerviosamente por la rabadilla y caminando de
una habitación a otra como los cangrejos, con la idea de no presentar al enemigo el
mismo objetivo.
La comida (queso fresco y apio rallado) transcurrió casi en total silencio. Dudley ni
siquiera protestó por ella. Tía Petunia no probó bocado. Tenía los brazos cruzados, los
labios fruncidos, y se mordía la lengua como masticando la furiosa reprimenda que
hubiera querido echarle a Harry.
—Vendrán en coche, espero —dijo a voces tío Vernon desde el otro lado de la
mesa.
—Ehhh... —Harry no supo qué contestar.
La verdad era que no había pensado en aquel detalle. ¿Cómo irían a buscarlo los
Weasley? Ya no tenían coche, porque el viejo Ford Anglia que habían poseído corría
libre y salvaje por el bosque prohibido de Hogwarts. Sin embargo, el año anterior el
Ministerio de Magia le había prestado un coche al señor Weasley. ¿Haría lo mismo en
aquella ocasión?
—Creo que sí —respondió al final.
El bigote de tío Vernon se alborotó con su resoplido. Normalmente hubiera
preguntado qué coche tenía el señor Weasley, porque solía juzgar a los demás hombres
por el tamaño y precio de su automóvil. Pero, en opinión de Harry, a tío Vernon no le
gustaría el señor Weasley aunque tuviera un Ferrari.
Harry pasó la mayor parte de la tarde en su habitación. No podía soportar la visión
de tía Petunia escudriñando a través de los visillos cada pocos segundos como si
hubieran avisado que andaba suelto un rinoceronte. A las cinco menos cuarto Harry
volvió a bajar y entró en la sala. Tía Petunia colocaba y recolocaba los cojines de
manera compulsiva. Tío Vernon hacía como que leía el periódico, pero no movía los
minúsculos ojos, y Harry supuso que en realidad escuchaba con total atención por si oía
el ruido de un coche. Dudley estaba hundido en un sillón, con las manos de cerdito
puestas debajo de él y agarrándose firmemente la rabadilla. Incapaz de aguantar la
tensión que había en el ambiente, Harry salió de la habitación y se fue al recibidor, a
sentarse en la escalera, con los ojos fijos en el reloj y el corazón latiéndole muy rápido
por la emoción y los nervios.
Pero llegaron las cinco en punto... y pasaron. Tío Vernon, sudando ligeramente
dentro de su traje, abrió la puerta de la calle, escudriñó a un lado y a otro, y volvió a
meter la cabeza en la casa.
—¡Se retrasan! —le gruñó a Harry.
—Ya lo sé —murmuró Harry—. A lo mejor hay problemas de tráfico, yo qué sé.
Las cinco y diez... las cinco y cuarto... Harry ya empezaba a preocuparse. A las
cinco y media oyó a tío Vernon y a tía Petunia rezongando en la sala de estar.
—No tienen consideración.
—Podríamos haber tenido un compromiso.
—Tal vez creen que llegando tarde los invitaremos a cenar.
—Ni soñarlo —dijo tío Vernon. Harry lo oyó ponerse en pie y caminar
nerviosamente por la sala—. Recogerán al chico y se irán. No se entretendrán. Eso... si
es que vienen. A lo mejor se han confundido de día. Me atrevería a decir que la gente de
su clase no le da mucha importancia a la puntualidad. O bien es que en vez de coche
tienen una cafetera que se les ha avena... ¡Ahhhhhhhhhhhhh!
Harry pegó un salto. Del otro lado de la puerta de la sala le llegó el ruido que
hacían los Dursley moviéndose aterrorizados y descontroladamente por la sala. Un
instante después, Dudley entró en el recibidor como una bala, completamente lívido.
—¿Qué pasa? —preguntó Harry—. ¿Qué ocurre? Pero Dudley parecía incapaz de
hablar y, con movimientos de pato y agarrándose todavía las nalgas con las manos,
entró en la cocina. En el interior de la chimenea de los Dursley, que tenía empotrada una
estufa eléctrica que simulaba un falso fuego, se oían golpes y rasguños.
—¿Qué es eso? —preguntó jadeando tía Petunia, que había retrocedido hacia la
pared y miraba aterrorizada la estufa—. ¿Qué es, Vernon?
La duda sólo duró un segundo. Desde dentro de la chimenea cegada se podían oír
voces.
—¡Ay! No, Fred... Vuelve, vuelve. Ha habido algún error. Dile a George que no...
¡Ay! No, George, no hay espacio. Regresa enseguida y dile a Ron...
—A lo mejor Harry nos puede oír, papá... A lo mejor puede ayudarnos a salir...
Se oyó golpear fuerte con los puños al otro lado de la estufa.
—¡Harry! Harry, ¿nos oyes?
Los Dursley rodearon a Harry como un par de lobos hambrientos.
—¿Qué es eso? —gruñó tío Vernon—. ¿Qué pasa?
—Han... han intentado llegar con polvos flu —explicó Harry, conteniendo unas
ganas locas de reírse—. Pueden viajar de una chimenea a otra... pero no se imaginaban
que la chimenea estaría obstruida. Un momento...
Se acercó a la chimenea y gritó a través de las tablas:
—¡Señor Weasley! ¿Me oye?
El martilleo cesó. Alguien, dentro de la chimenea, chistó: «¡Shh!»
—¡Soy Harry, señor Weasley. ..! La chimenea está cegada. No podrán entrar por
aquí.
—¡Maldita sea! —dijo la voz del señor Weasley—. ¿Para qué diablos taparon la
chimenea?
—Tienen una estufa eléctrica —explicó Harry.
—¿De verdad? —preguntó emocionado el señor Weasley—. ¿Has dicho ecléctica?
¿Con enchufe? ¡Santo Dios! ¡Eso tengo que verlo...! Pensemos... ¡Ah, Ron!
La voz de Ron se unió a la de los otros.
—¿Qué hacemos aquí? ¿Algo ha ido mal?
—No, Ron, qué va —dijo sarcásticamente la voz de Fred—. Éste es exactamente el
sitio al que queríamos venir.
—Sí, nos lo estamos pasando en grande —añadió George, cuya voz sonaba
ahogada, como si lo estuvieran aplastando contra la pared.
—Muchachos, muchachos... —dijo vagamente el señor Weasley—. Estoy
intentando pensar qué podemos hacer... Sí... el único modo... Harry, échate atrás.
Harry se retiró hasta el sofá, pero tío Vernon dio un paso hacia delante.
—¡Esperen un momento! —bramó en dirección a la chimenea—. ¿Qué es lo que
pretenden...?
¡BUM!
La estufa eléctrica salió disparada hasta el otro extremo de la sala cuando todas las
tablas que tapaban la chimenea saltaron de golpe y expulsaron al señor Weasley, Fred,
George y Ron entre una nube de escombros y gravilla suelta. Tía Petunia dio un grito y
cayó de espaldas sobre la mesita del café. Tío Vernon la cogió antes de que pegara
contra el suelo, y se quedó con la boca abierta, sin habla, mirando a los Weasley, todos
con el pelo de color rojo vivo, incluyendo a Fred y George, que eran idénticos hasta el
último detalle.
—Así está mejor —dijo el señor Weasley, jadeante, sacudiéndose el polvo de la
larga túnica verde y colocándose bien las gafas—. ¡Ah, ustedes deben de ser los tíos de
Harry!
Alto, delgado y calvo, se dirigió hacia tío Vernon con la mano tendida, pero tío
Vernon retrocedió unos pasos para alejarse de él, arrastrando a tía Petunia e incapaz de
pronunciar una palabra. Tenía su mejor traje cubierto de polvo blanco, así como el
cabello y el bigote, lo que lo hacía parecer treinta años más viejo.
—Eh... bueno... disculpe todo esto —dijo el señor Weasley, bajando la mano y
observando por encima del hombro el estropicio de la chimenea—. Ha sido culpa mía:
no se me ocurrió que podía estar cegada. Hice que conectaran su chimenea a la Red Flu,
¿sabe? Sólo por esta tarde, para que pudiéramos recoger a Harry. Se supone que las
chimeneas de los muggles no deben conectarse... pero tengo un conocido en el Equipo
de Regulación de la Red Flu que me ha hecho el favor. Puedo dejarlo como estaba en un
segundo, no se preocupe. Encenderé un fuego para que regresen los muchachos, y
repararé su chimenea antes de desaparecer yo mismo.
Harry sabía que los Dursley no habían entendido ni una palabra. Seguían mirando
al señor Weasley con la boca abierta, estupefactos. Con dificultad, tía Petunia se alzó y
se ocultó detrás de tío Vernon.
—¡Hola, Harry! —saludó alegremente el señor Weasley—. ¿Tienes listo el baúl?
—Arriba, en la habitación —respondió Harry, devolviéndole la sonrisa.
—Vamos por él —dijo Fred de inmediato. Él y George salieron de la sala
guiñándole un ojo a Harry. Sabían dónde estaba su habitación porque en una ocasión lo
habían ayudado a fugarse de ella en plena noche. A Harry le dio la impresión de que
Fred y George esperaban echarle un vistazo a Dudley, porque les había hablado mucho
de él.
—Bueno —dijo el señor Weasley, balanceando un poco los brazos mientras trataba
de encontrar palabras con las que romper el incómodo silencio—. Tie... tienen ustedes
una casa muy agradable.
Como la sala habitualmente inmaculada se hallaba ahora cubierta de polvo y trozos
de ladrillo, este comentario no agradó demasiado a los Dursley. El rostro de tío Vernon
se tiñó otra vez de rojo, y tía Petunia volvió a quedarse boquiabierta. Pero tanto uno
como otro estaban demasiado asustados para decir nada.
El señor Weasley miró a su alrededor. Le fascinaba todo lo relacionado con los
muggles. Harry lo notó impaciente por ir a examinar la televisión y el vídeo.
—Funcionan por eclectricidad, ¿verdad? —dijo en tono de entendido—. ¡Ah, sí, ya
veo los enchufes! Yo colecciono enchufes —añadió dirigiéndose a tío Vernon—. Y
pilas. Tengo una buena colección de pilas. Mi mujer cree que estoy chiflado, pero ya ve.
Era evidente que tío Vernon era de la misma opinión que la señora Weasley. Se
movió ligeramente hacia la derecha para ponerse delante de tía Petunia, como si pensara
que el señor Weasley podía atacarlos de un momento a otro.
Dudley apareció de repente en la sala. Harry oyó el golpeteo del baúl en los
peldaños y comprendió que el ruido había hecho salir a Dudley de la cocina. Fue
caminando pegado a la pared, vigilando al señor Weasley con ojos desorbitados, e
intentó ocultarse detrás de sus padres. Por desgracia, las dimensiones de tío Vernon, que
bastaban para ocultar a la delgada tía Petunia, de ninguna manera podían hacer lo
mismo con Dudley.
—¡Ah, éste es tu primo!, ¿no, Harry? —dijo el señor Weasley, tratando de entablar
conversación.
—Sí —dijo Harry—, es Dudley.
Él y Ron se miraron y luego apartaron rápidamente la vista. La tentación de echarse
a reír fue casi irresistible. Dudley seguía agarrándose el trasero como si tuviera miedo
de que se le cayera. El señor Weasley, en cambio, parecía sinceramente preocupado por
el peculiar comportamiento de Dudley. Por el tono de voz que empleó al volver a
hablar, Harry comprendió que el señor Weasley suponía a Dudley tan mal de la cabeza
como los Dursley lo suponían a él, con la diferencia de que el señor Weasley sentía
hacia el muchacho más conmiseración que miedo.
—¿Estás pasando unas buenas vacaciones, Dudley? —preguntó cortésmente.
Dudley gimoteó. Harry vio que se agarraba aún con más fuerza el enorme trasero.
Fred y George regresaron a la sala, transportando el baúl escolar de Harry. Miraron
a su alrededor en el momento en que entraron y distinguieron a Dudley. Se les iluminó
la cara con idéntica y maligna sonrisa.
—¡Ah, bien! —dijo el señor Weasley—. Será mejor darse prisa.
Se remangó la túnica y sacó la varita. Harry vio a los Dursley echarse atrás contra
la pared, como si fueran uno solo.
—¡Incendio! —exclamó el señor Weasley, apuntando con su varita al orificio que
había en la pared.
De inmediato apareció una hoguera que crepitó como si llevara horas encendida. El
señor Weasley se sacó del bolsillo un saquito, lo desanudó, cogió un pellizco de polvos
de dentro y lo echó a las llamas, que adquirieron un color verde esmeralda y llegaron
más alto que antes.
—Tú primero, Fred —indicó el señor Weasley.
—Voy —dijo Fred—. ¡Oh, no! Esperad...
A Fred se le cayó del bolsillo una bolsa de caramelos, y su contenido rodó en todas
direcciones: grandes caramelos con envoltorios de vivos colores.
Fred los recogió a toda prisa y los metió de nuevo en los bolsillos; luego se
despidió de los Dursley con un gesto de la mano y avanzó hacia el fuego diciendo: «¡La
Madriguera!» Tía Petunia profirió un leve grito de horror. Se oyó una especie de rugido
en la hoguera, y Fred desapareció.
—Ahora tú, George —dijo el señor Weasley—. Con el baúl.
Harry ayudó a George a llevar el baúl hasta la hoguera, y lo puso de pie para que
pudiera sujetarlo mejor. Luego, gritó «¡La Madriguera!», se volvió a oír el rugido de las
llamas y George desapareció a su vez.
—Te toca, Ron —indicó el señor Weasley.
—Hasta luego —se despidió alegremente Ron. Tras dirigirle a Harry una amplia
sonrisa, entró en la hoguera, gritó «¡La Madriguera!» y desapareció.
Ya sólo quedaban Harry y el señor Weasley.
—Bueno... Pues adiós —les dijo Harry a los Dursley.
Pero ellos no respondieron. Harry avanzó hacia el fuego; pero, justo cuando llegaba
ante él, el señor Weasley lo sujetó con una mano. Observaba atónito a los Dursley.
—Harry les ha dicho adiós —dijo—. ¿No lo han oído?
—No tiene importancia —le susurró Harry al señor Weasley—. De verdad, me da
igual.
Pero el señor Weasley no le quitó la mano del hombro.
—No va a ver a su sobrino hasta el próximo verano —dijo indignado a tío
Vernon—. ¿No piensa despedirse de él?
El rostro de tío Vernon expresó su ira. La idea de que un hombre que había armado
aquel estropicio en su sala de estar le enseñara modales era insoportable. Pero el señor
Weasley seguía teniendo la varita en la mano, y tío Vernon clavó en ella sus diminutos
ojos antes de contestar con tono de odio:
—Adiós.
—Hasta luego —respondió Harry, introduciendo un pie en la hoguera de color
verde, que resultaba de una agradable tibieza. Pero en aquel momento oyó detrás de él
un horrible sonido como de arcadas y a tía Petunia que se ponía a gritar.
Harry se dio la vuelta. Dudley ya no trataba de ocultarse detrás de sus padres, sino
que estaba arrodillado junto a la mesita del café, resoplando y dando arcadas ante una
cosa roja y delgada de treinta centímetros de largo que le salía de la boca. Tras un
instante de perplejidad, Harry comprendió que aquella cosa era la lengua de Dudley... y
vio que delante de él, en el suelo, había un envoltorio de colores brillantes.
Tía Petunia se lanzó al suelo, al lado de Dudley, agarró el extremo de su larga
lengua y trató de arrancársela; como es lógico, Dudley gritó y farfulló más que antes,
intentando que ella desistiera. Tío Vernon daba voces y agitaba los brazos, y el señor
Weasley no tuvo más remedio que gritar para hacerse oír.
—¡No se preocupen, puedo arreglarlo! —chilló, avanzando hacia Dudley con la
mano tendida.
Pero tía Petunia gritó aún más y se arrojó sobre Dudley para servirle de escudo.
—¡No se pongan así! —dijo el señor Weasley, desesperado—. Es un proceso muy
simple. Era el caramelo. Mi hijo Fred... es un bromista redomado. Pero no es más que
un encantamiento aumentador... o al menos eso creo. Déjenme, puedo deshacerlo...
Pero, lejos de tranquilizarse, los Dursley estaban cada vez más aterrorizados: tía
Petunia sollozaba como una histérica y tiraba de la lengua de Dudley dispuesta a
arrancársela; Dudley parecía estar ahogándose bajo la doble presión de su madre y de su
lengua; y tío Vernon, que había perdido completamente el control de sí mismo, cogió
una figura de porcelana del aparador y se la tiró al señor Weasley con todas sus fuerzas.
Éste se agachó, y la figura de porcelana fue a estrellarse contra la descompuesta
chimenea.
—¡Vaya! —exclamó el señor Weasley, enfadado y blandiendo la varita—. ¡Yo
sólo trataba de ayudar!
Aullando como un hipopótamo herido, tío Vernon agarró otra pieza de adorno.
—¡Vete, Harry! ¡Vete ya! —gritó el señor Weasley, apuntando con la varita a tío
Vernon—. ¡Yo lo arreglaré!
Harry no quería perderse la diversión, pero un segundo adorno le pasó rozando la
oreja izquierda, y decidió que sería mejor dejar que el señor Weasley resolviera la
situación. Entró en el fuego dando un paso, sin dejar de mirar por encima del hombro
mientras decía «¡La Madriguera!». Lo último que alcanzó a ver en la sala de estar fue
cómo el señor Weasley esquivaba con la varita el tercer adorno que le arrojaba tío
Vernon mientras tía Petunia chillaba y cubría con su cuerpo a Dudley, cuya lengua,
como una serpiente pitón larga y delgada, se le salía de la boca. Un instante después,
Harry giraba muy rápido, y la sala de estar de los Dursley se perdió de vista entre el
estrépito de llamas de color esmeralda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario