jueves, 24 de enero de 2013

21 El secreto de Hermione

—Asombroso. Verdaderamente asombroso. Fue un milagro que quedaran todos con
vida. No he oído nunca nada parecido. Menos mal que se encontraba usted allí, Snape...
—Gracias, señor ministro.
—Orden de Merlín, de segunda clase, diría yo. ¡Primera, si estuviese en mi mano!
—Muchísimas gracias, señor ministro.
—Tiene ahí una herida bastante fea. Supongo que fue Black.
—En realidad fueron Potter; Weasley y Granger, señor ministro.
—¡No!
—Black los había encantado. Me di cuenta enseguida. A juzgar por su
comportamiento, debió de ser un hechizo para confundir. Me parece que creían que
existía una posibilidad de que fuera inocente. No eran responsables de lo que hacían.
Por otro lado, su intromisión pudo haber permitido que Black escapara... Obviamente,
creyeron que podían atrapar a Black ellos solos. Han salido impunes en tantas ocasiones
anteriores que me temo que se les ha subido a la cabeza... Y naturalmente, el director ha
consentido siempre que Potter goce de una libertad excesiva.
—Bien, Snape. ¿Sabe? Todos hacemos un poco la vista gorda en lo que se refiere a
Potter.
—Ya. Pero ¿es bueno para él que se le conceda un trato tan especial?
Personalmente, intento tratarlo como a cualquier otro. Y cualquier otro sería expulsado,
al menos temporalmente, por exponer a sus amigos a un peligro semejante. Fíjese, señor
ministro: contra todas las normas del colegio... después de todas las precauciones que se
han tomado para protegerlo... Fuera de los límites permitidos, en plena noche, en
compañía de un licántropo y un asesino... y tengo indicios de que también ha visitado
Hogsmeade, pese a la prohibición.
—Bien, bien..., ya veremos, Snape. El muchacho ha sido travieso, sin duda.
Harry escuchaba acostado, con los ojos cerrados. Estaba completamente aturdido.
Las palabras que oía parecían viajar muy despacio hasta su cerebro, de forma que le
costaba un gran esfuerzo entenderlas. Sentía los miembros como si fueran de plomo.
Sus párpados eran demasiado pesados para levantarlos. Quería quedarse allí acostado,
en aquella cómoda cama, para siempre...
—Lo que más me sorprende es el comportamiento de los dementores... ¿Realmente
no sospecha qué pudo ser lo que los hizo retroceder; Snape?
—No, señor ministro. Cuando llegué, volvían a sus posiciones, en las entradas.
—Extraordinario. Y sin embargo, Black, Harry y la chica...
—Todos estaban inconscientes cuando llegué allí. Até y amordacé a Black, hice
aparecer por arte de magia unas camillas y los traje a todos al castillo.
Hubo una pausa. El cerebro de Harry parecía funcionar un poco más aprisa, y al
hacerlo, una sensación punzante se acentuaba en su estómago.
Abrió los ojos.
Todo estaba borroso. Alguien le había quitado las gafas. Se hallaba en la oscura
enfermería. Al final de la sala podía vislumbrar a la señora Pomfrey inclinada sobre una
cama y dándole la espalda. Bajo el brazo de la señora Pomfrey, distinguió el pelo rojo
de Ron.
Harry volvió la cabeza hacia el otro lado. En la cama de la derecha se hallaba
Hermione. La luz de la luna caía sobre su cama. También tenía los ojos abiertos. Parecía
petrificada, y al ver que Harry estaba despierto, se llevó un dedo a los labios. Luego
señaló la puerta de la enfermería. Estaba entreabierta y las voces de Cornelius Fudge y
de Snape entraban por ella desde el corredor.
La señora Pomfrey llegó entonces caminando enérgicamente por la oscura sala
hasta la cama de Harry Se volvió para mirarla. Llevaba el trozo de chocolate más grande
que había visto en su vida. Parecía un pedrusco.
—¡Ah, estás despierto! —dijo con voz animada. Dejó el chocolate en la mesilla de
Harry y empezó a trocearlo con un pequeño martillo.
—¿Cómo está Ron? —preguntaron al mismo tiempo Hermione y Harry.
—Sobrevivirá —dijo la señora Pomfrey con seriedad—. En cuanto a vosotros dos,
permaneceréis aquí hasta que yo esté bien segura de que estáis... ¿Qué haces, Potter?
Harry se había incorporado, se ponía las gafas y cogió su varita.
—Tengo que ver al director —explicó.
—Potter —dijo con dulzura la señora Pomfrey—, todo se ha solucionado. Han
cogido a Black. Lo han encerrado arriba. Los dementores le darán el Beso en cualquier
momento.
—¿QUÉ?
Harry saltó de la cama. Hermione hizo lo mismo. Pero su grito se había oído en el
pasillo de fuera. Un segundo después, entraron en la enfermería Cornelius Fudge y
Snape.
—¿Qué es esto, Harry? —preguntó Fudge, con aspecto agitado—. Tendrías que
estar en la cama... ¿Ha tomado chocolate? —le preguntó nervioso a la señora Pomfrey
—Escuche, señor ministro —dijo Harry—. ¡Sirius Black es inocente! ¡Peter
Pettigrew fingió su propia muerte! ¡Lo hemos visto esta noche! No puede permitir que
los dementores le hagan eso a Sirius, es...
Pero Fudge movía la cabeza en sentido negativo, sonriendo ligeramente.
—Harry, Harry; estás confuso. Has vivido una terrible experiencia. Vuelve a
acostarte. Está todo bajo control.
—¡NADA DE ESO! —gritó Harry—. ¡HAN ATRAPADO AL QUE NO ES!
—Señor ministro, por favor; escuche —rogó Hermione. Se había acercado a Harry
y miraba a Fudge implorante—. Yo también lo vi. Era la rata de Ron. Es un animago.
Pettigrew, quiero decir. Y..
—¿Lo ve, señor ministro? —preguntó Snape—. Los dos tienen confundidas las
ideas. Black ha hecho un buen trabajo con ellos...
—¡NO ESTAMOS CONFUNDIDOS! —gritó Harry.
—¡Señor ministro! ¡Profesor! —dijo enfadada la señora Pomfrey—. He de insistir
en que se vayan. ¡Potter es un paciente y no hay que fatigarlo!
—¡No estoy fatigado, estoy intentando explicarles lo ocurrido! —dijo Harry
furioso—. Si me escuchan...
Pero la señora Pomfrey le introdujo de repente un trozo grande de chocolate en la
boca. Harry se atragantó y la mujer aprovechó la oportunidad para obligarle a volver a
la cama.
—Ahora, por favor; señor ministro... Estos niños necesitan cuidados. Les ruego que
salgan.
Volvió a abrirse la puerta. Era Dumbledore. Harry tragó con dificultad el trozo de
chocolate y volvió a levantarse.
—Profesor Dumbledore, Sirius Black...
—¡Por Dios santo! ¿Es esto una enfermería o qué? Señor director; he de insistir en
que...
—Te pido mil perdones, Poppy, pero necesito cambiar unas palabras con el señor
Potter y la señorita Granger. He estado hablando con Sirius Black.
—Supongo que le ha contado el mismo cuento de hadas que metió en la cabeza de
Potter —espetó Snape—. ¿Algo sobre una rata y sobre que Pettigrew está vivo?
—Eso es efectivamente lo que dice Black —dijo Dumbledore, examinando
detenidamente a Snape por sus gafas de media luna.
—¿Y acaso mi testimonio no cuenta para nada? —gruñó Snape—. Peter Pettigrew
no estaba en la Casa de los Gritos ni vi señal alguna de él por allí.
—¡Eso es porque usted estaba inconsciente, profesor! —dijo con seriedad
Hermione—. No llegó con tiempo para oír...
—¡Señorita Granger! ¡CIERRE LA BOCA!
—Vamos, Snape —dijo Fudge—. La muchacha está trastornada, hay que ser
comprensivos.
—Me gustaría hablar con Harry y con Hermione a solas —dijo Dumbledore
bruscamente—. Cornelius, Severus, Poppy Se lo ruego, déjennos.
—Señor director —farfulló la señora Pomfrey—. Necesitan tratamiento, necesitan
descanso.
—Esto no puede esperar —dijo Dumbledore—. Insisto.
La señora Pomfrey frunció la boca, se fue con paso firme a su despacho, que estaba
al final de la sala, y dio un portazo al cerrar. Fudge consultó la gran saboneta de oro que
le colgaba del chaleco.
—Los dementores deberían de haber llegado ya. Iré a recibirlos. Dumbledore, nos
veremos arriba.
Fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que pasara Snape. Pero Snape no se
movió.
—No creerá una palabra de lo que dice Black, ¿verdad? —susurró con los ojos
fijos en Dumbledore.
—Quiero hablar a solas con Harry y con Hermione —repitió Dumbledore.
Snape avanzó un paso hacia Dumbledore.
—Sirius Black demostró ser capaz de matar cuando tenía dieciséis años —dijo
Snape en voz baja—. No lo habrá olvidado. No habrá olvidado que intentó matarme.
—Mi memoria sigue siendo tan buena como siempre, Severus —respondió
Dumbledore con tranquilidad.
Snape giró sobre los talones y salió con paso militar por la puerta que Fudge
mantenía abierta. La puerta se cerró tras ellos y Dumbledore se volvió hacia Harry y
Hermione. Los dos empezaron a hablar al mismo tiempo.
—Señor profesor; Black dice la verdad: nosotros vimos a Pettigrew
—Escapó cuando el profesor Lupin se convirtió en hombre lobo.
—Es una rata.
—La pata delantera de Pettigrew... quiero decir; el dedo: él mismo se lo cortó.
—Pettigrew atacó a Ron. No fue Sirius.
Pero Dumbledore levantó una mano para detener la avalancha de explicaciones.
—Ahora tenéis que escuchar vosotros y os ruego que no me interrumpáis, porque
tenemos muy poco tiempo —dijo con tranquilidad—. Black no tiene ninguna prueba de
lo que dice, salvo vuestra palabra. Y la palabra de dos brujos de trece años no
convencerá a nadie. Una calle llena de testigos juró haber visto a Sirius matando a
Pettigrew. Yo mismo di testimonio al Ministerio de que Sirius era el guardián secreto de
los Potter.
—El profesor Lupin también puede testificarlo —dijo Harry, incapaz de
mantenerse callado.
—El profesor Lupin se encuentra en estos momentos en la espesura del bosque,
incapaz de contarle nada a nadie. Cuando vuelva a ser humano, ya será demasiado tarde.
Sirius estará más que muerto. Y además, la gente confía tan poco en los licántropos que
su declaración tendrá muy poco peso. Y el hecho de que él y Sirius sean viejos amigos...
—Pero...
—Escúchame, Harry. Es demasiado tarde, ¿lo entiendes? Tienes que comprender
que la versión del profesor Snape es mucho más convincente que la vuestra.
—Él odia a Sirius —dijo Hermione con desesperación—. Por una broma tonta que
le gastó.
—Sirius no ha obrado como un inocente. La agresión contra la señora gorda...,
entrar con un cuchillo en la torre de Gryffindor... Si no encontramos a Pettigrew, vivo o
muerto, no tendremos ninguna posibilidad de cambiar la sentencia.
—Pero usted nos cree.
—Sí, yo sí —respondió en voz baja—. Pero no puedo convencer a los demás ni
desautorizar al ministro de Magia.
Harry miró fijamente el rostro serio de Dumbledore y sintió como si se hundiera el
suelo bajo sus pies. Siempre había tenido la idea de que Dumbledore lo podía arreglar
todo. Creía que podía sacar del sombrero una solución asombrosa. Pero no: su última
esperanza se había esfumado.
—Lo que necesitamos es ganar tiempo —dijo Dumbledore despacio. Sus ojos azul
claro pasaban de Harry a Hermione.
—Pero... —empezó Hermione, poniendo los ojos muy redondos—. ¡AH!
—Ahora prestadme atención —dijo Dumbledore, hablando muy bajo y muy
claro—. Sirius está encerrado en el despacho del profesor Flitwick, en el séptimo piso.
Torre oeste, ventana número trece por la derecha. Si todo va bien, esta noche podréis
salvar más de una vida inocente. Pero recordadlo los dos: no os pueden ver. Señorita
Granger, ya conoces las normas. Sabes lo que está en juego. No deben veros.
Harry no entendía nada. Dumbledore se alejó y al llegar a la puerta se volvió.
—Os voy a cerrar con llave. Son —consultó su reloj— las doce menos cinco.
Señorita Granger; tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.
—¿Buena suerte? —repitió Harry, cuando la puerta se hubo cerrado tras
Dumbledore—. ¿Tres vueltas? ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que tenemos que hacer?
Pero Hermione rebuscaba en el cuello de su túnica y sacó una cadena de oro muy
larga y fina.
—Ven aquí, Harry —dijo perentoriamente—. ¡Rápido!
—Harry, perplejo, se acercó a ella. Hermione estiró la cadena por fuera de la túnica
y Harry pudo ver un pequeño reloj de arena que pendía de ella—. Así. —Puso la cadena
también alrededor del cuello de Harry—. ¿Preparado? —dijo jadeante.
—¿Qué hacemos? —preguntó Harry sin comprender.
Hermione dio tres vueltas al reloj de arena.
La sala oscura desapareció. Harry tuvo la sensación de que volaba muy
rápidamente hacia atrás. A su alrededor veía pasar manchas de formas y colores
borrosos. Notaba palpitaciones en los oídos. Quiso gritar; pero no podía oír su propia
voz.
Sintió el suelo firme bajo sus pies y todo volvió a aclararse. Se hallaba de pie, al
lado de Hermione, en el vacío vestíbulo, y un chorro de luz dorada bañaba el suelo
pavimentado penetrando por las puertas principales, que estaban abiertas. Miró a
Hermione con la cadena clavándosele en el cuello.
—Hermione, ¿qué...?
—¡Ahí dentro! —Hermione cogió a Harry del brazo y lo arrastró por el vestíbulo
hasta la puerta del armario de la limpieza. Lo abrió, empujó a Harry entre los cubos y
las fregonas, entró ella tras él y cerró la puerta.
—¿Qué..., cómo...? Hermione, ¿qué ha pasado?
—Hemos retrocedido en el tiempo —susurró Hermione, quitándole a Harry, a
oscuras, la cadena del cuello—. Tres horas.
Harry se palpó la pierna y se dio un fuerte pellizco. Le dolió mucho, lo que en
principio descartaba la posibilidad de que estuviera soñando.
—Pero...
—¡Chist! ¡Escucha! ¡Alguien viene! ¡Creo que somos nosotros! —Hermione había
pegado el oído a la puerta del armario—. Pasos por el vestíbulo... Sí, creo que somos
nosotros yendo hacia la cabaña de Hagrid.
—¿Quieres decir que estamos aquí en este armario y que también estamos ahí
fuera?
—Sí —respondió Hermione, con el oído aún pegado a la puerta del armario—.
Estoy segura de que somos nosotros. No parecen más de tres personas. Y... vamos
despacio porque vamos ocultos por la capa invisible. —Dejó de hablar; pero siguió
escuchando—. Acabamos de bajar la escalera principal...
Hermione se sentó en un cubo puesto boca abajo. Harry estaba impaciente y quería
que Hermione le respondiera a algunas preguntas.
—¿De dónde has sacado ese reloj de arena?
—Se llama giratiempo —explicó Hermione—. Me lo dio la profesora McGonagall
el día que volvimos de vacaciones. Lo he utilizado durante el curso para poder asistir a
todas las clases. La profesora McGonagall me hizo jurar que no se lo contaría a nadie.
Tuvo que escribir un montón de cartas al Ministerio de Magia para que me dejaran tener
uno. Les dijo que era una estudiante modelo y que no lo utilizaría nunca para otro fin.
Le doy vuelta para volver a disponer de la hora de clase. Gracias a él he podido asistir a
varias clases que tenían lugar al mismo tiempo, ¿te das cuenta? Pero, Harry, me temo
que no entiendo qué es lo que quiere Dumbledore que hagamos. ¿Por qué nos ha dicho
que retrocedamos tres horas? ¿En qué va a ayudar eso a Sirius?
Harry la miró en la oscuridad.
—Quizás ocurriera algo que podemos cambiar ahora —dijo pensativo—. ¿Qué
puede ser? Hace tres horas nos dirigíamos a la cabaña de Hagrid...
—Ya estamos tres horas antes, nos dirigimos a la cabaña —explicó Hermione—.
Acabamos de oírnos salir.
Harry frunció el entrecejo. Estaba estrujándose el cerebro.
—Dumbledore dijo simplemente... dijo simplemente que podíamos salvar más de
una vida inocente... —Y entonces se le ocurrió—: ¡Hermione, vamos a salvar a
Buckbeak!
—Pero... ¿en qué ayudará eso a Sirius?
—Dumbledore nos dijo dónde está la ventana del despacho de Flitwick, donde
tienen encerrado a Sirius con llave. Tenemos que volar con Buckbeak hasta la ventana y
rescatar a Sirius. Sirius puede escapar montado en Buckbeak. ¡Pueden escapar juntos!
Hermione parecía aterrorizada.
—¡Si conseguimos hacerlo sin que nos vean será un milagro!
—Bueno, tenemos que intentarlo, ¿no crees? —dijo Harry. Se levantó y pegó el
oído a la puerta—. No parece que haya nadie. Vamos...
Harry empujó y abrió la puerta del armario. El vestíbulo estaba desierto. Tan en
silencio y tan rápido como pudieron, salieron del armario y bajaron corriendo los
escalones. Las sombras se alargaban. Las copas de los árboles del bosque prohibido
volvían a brillar con un fulgor dorado.
—¡Si alguien se asomara a la ventana..! —chilló Hermione, mirando hacia atrás,
hacia el castillo.
—Huiremos —dijo Harry con determinación—. Nos internaremos en el bosque.
Tendremos que ocultarnos detrás de un árbol o algo así, y estar atentos.
—¡De acuerdo, pero iremos por detrás de los invernaderos! —dijo Hermione, sin
aliento—. ¡Tenemos que apartarnos de la puerta principal de la cabaña de Hagrid o de lo
contrario nos veremos a nosotros mismos! Ya debemos de estar llegando a la cabaña.
Pensando todavía en las intenciones de Hermione, Harry echó a correr delante de
ella. Atravesaron los huertos hasta los invernaderos, se detuvieron un momento detrás
de éstos y reanudaron el camino a toda velocidad, rodeando el sauce boxeador y yendo a
ocultarse en el bosque...
A salvo en la oscuridad de los árboles, Harry se dio la vuelta. Unos segundos más
tarde, llegó Hermione jadeando.
—Bueno —dijo con voz entrecortada—, tenemos que ir a la cabaña sin que se note.
Que no nos vean, Harry
Anduvieron en silencio entre los árboles, por la orilla del bosque. Al vislumbrar la
fachada de la cabaña de Hagrid, oyeron que alguien llamaba a la puerta. Se escondieron
tras un grueso roble y miraron por ambos lados. Hagrid apareció en la puerta
tembloroso y pálido, mirando a todas partes para ver quién había llamado. Y Harry oyó
su propia voz que decía:
—Somos nosotros. Llevamos la capa invisible. Si nos dejas pasar; nos la
quitaremos.
—No deberíais haber venido —susurró Hagrid.
Se hizo a un lado y cerró rápidamente la puerta.
—Esto es lo más raro en que me he metido en mi vida —dijo Harry con
entusiasmo.
—Vamos a adelantarnos un poco —susurró Hermione—. ¡Tenemos que acercarnos
más a Buckbeak!
Avanzaron sigilosamente hasta que vieron al nervioso hipogrifo atado a la valla
que circundaba la plantación de calabazas de Hagrid.
—¿Ahora? —susurró Harry
—¡No! —dijo Hermione—. Si nos lo llevamos ahora, los hombres de la comisión
creerán que Hagrid lo ha liberado. ¡Tenemos que esperar hasta que lo vean atado!
—Eso supone unos sesenta segundos —dijo Harry. Les empezaba a parecer
irrealizable.
En ese momento oyeron romperse una pieza de porcelana.
—Ya se le ha caído a Hagrid la jarra de leche —dijo Hermione—. Dentro de un
momento encontraré a Scabbers.
Efectivamente, minutos después oyeron el chillido de sorpresa de Hermione.
—Hermione —dijo Harry de repente—, ¿y si entráramos en la cabaña y nos
apoderásemos de Pettigrew?
—¡No! —exclamó Hermione con temor—. ¿No lo entiendes? ¡Estamos rompiendo
una de las leyes más importantes de la brujería! ¡Nadie puede cambiar lo ocurrido,
nadie! Ya has oído a Dumbledore... Si nos ven...
—Sólo nos verían Hagrid y nosotros mismos.
—Harry, ¿qué crees que pasaría si te vieras a ti mismo entrando en la cabaña de
Hagrid? —dijo Hermione.
—Creería... creería que me había vuelto loco —dijo Harry—. O que había magia
oscura por medio.
—Exactamente. No lo comprenderías. Incluso puede que te atacaras a ti mismo. La
profesora McGonagall me dijo que han sucedido cosas terribles cuando los brujos se
han inmiscuido con el tiempo. ¡Muchos terminaron matando por error su propio yo,
pasado o futuro!
—Vale —dijo Harry—, sólo era una idea. Yo pensaba nada más que...
Pero Hermione le dio un codazo y señaló hacia el castillo. Harry movió la cabeza
unos centímetros para tener una visión más clara de la puerta central. Dumbledore,
Fudge, el anciano de la comisión y Macnair, el verdugo, bajaban los escalones.
—¡Estamos a punto de salir! —dijo Hermione en voz baja.
Efectivamente, un momento después se abrió la puerta trasera de la cabaña de
Hagrid y Harry se vio a sí mismo con Ron y con Hermione saliendo por ella con
Hagrid. Sin duda era la situación más rara en que se había visto, permanecer detrás del
árbol y verse a sí mismo en el huerto de las calabazas.
—No temas, Buckbeak —dijo Hagrid—. No temas. —Se volvió hacia los tres
amigos—. Venga, marchaos.
—Hagrid, no podemos... Les diremos lo que de verdad sucedió.
—No pueden matarlo...
—¡Marchaos! Ya es bastante horrible y sólo faltaría que además os metierais en un
lío.
Harry vio a Hermione echando la capa invisible sobre los tres en el huerto de
calabazas.
—Marchaos, rápido. No escuchéis.
Llamaron a la puerta principal de la cabaña de Hagrid. El grupo de la ejecución
había llegado. Hagrid dio media vuelta y se metió en la cabaña, dejando entreabierta la
puerta de atrás. Harry vio que la hierba se aplastaba a trechos alrededor de la cabaña y
oyó alejarse tres pares de pies. Él, Ron y Hermione se habían marchado, pero el Harry y
la Hermione que se ocultaban entre los árboles podían ahora escuchar por la puerta
trasera lo que sucedía dentro de la cabaña.
—¿Dónde está la bestia? —preguntó la voz fría de Macnair.
—Fu... fuera contestó Hagrid.
Harry escondió la cabeza cuando Macnair apareció en la ventana de Hagrid para
mirar a Buckbeak. Luego oyó a Fudge.
—Tenemos que leer la sentencia, Hagrid. Lo haré rápido. Y luego tú y Macnair
tendréis que firmar. Macnair, tú también debes escuchar. Es el procedimiento.
El rostro de Macnair desapareció de la ventana. Tendría que ser en ese momento o
nunca.
—Espera aquí —susurró Harry a Hermione—. Yo lo haré.
Mientras Fudge volvía a hablar; Harry salió disparado de detrás del árbol, saltó la
valla del huerto de calabazas y se acercó a Buckbeak.
—«La Comisión para las Criaturas Peligrosas ha decidido que el hipogrifo
Buckbeak, en adelante el condenado, sea ejecutado el día seis de junio a la puesta del
sol...»
Guardándose de parpadear; Harry volvió a mirar fijamente los feroces ojos naranja
de Buckbeak e inclinó la cabeza. Buckbeak dobló las escamosas rodillas y volvió a
enderezarse. Harry soltó la cuerda que ataba a Buckbeak a la valla.
—«... sentenciado a muerte por decapitación, que será llevada a cabo por el
verdugo nombrado por la Comisión, Walden Macnair...»
—Vamos, Buckbeak —murmuró Harry—, ven, vamos a salvarte. Sin hacer ruido,
sin hacer ruido...
—«... por los abajo firmantes.» Firma aquí, Hagrid.
Harry tiró de la cuerda con todas sus fuerzas, pero Buckbeak había clavado en el
suelo las patas delanteras.
—Bueno, acabemos ya —dijo la voz atiplada del anciano de la Comisión en el
interior de la cabaña de Hagrid—. Hagrid, tal vez fuera mejor que te quedaras aquí
dentro.
—No, quiero estar con él... No quiero que esté solo.
Se oyeron pasos dentro de la cabaña.
—Muévete, Buckbeak —susurró Harry
Harry tiró de la cuerda con más fuerza. El hipogrifo echó a andar agitando un poco
las alas con talante irritado. Aún se hallaban a tres metros del bosque y se les podía ver
perfectamente desde la puerta trasera de la cabaña de Hagrid.
—Un momento, Macnair; por favor —dijo la voz de Dumbledore—. Usted también
tiene que firmar. —Los pasos se detuvieron. Buckbeak dio un picotazo al aire y anduvo
algo más aprisa.
La cara pálida de Hermione asomaba por detrás de un árbol.
—¡Harry; date prisa! —dijo.
Harry aún oía la voz de Dumbledore en la cabaña. Dio otro tirón a la cuerda.
Buckbeak se puso a trotar a regañadientes. Llegaron a los árboles...
—¡Rápido, rápido! —gritó Hermione, saliendo como una flecha de detrás del
árbol, asiendo también la cuerda y tirando con Harry para que Buckbeak avanzara más
aprisa. Harry miró por encima del hombro. Ya estaban fuera del alcance de las miradas.
Desde allí no veían el huerto de Hagrid.
—¡Para! —le dijo a Hermione—. Podrían oírnos.
La puerta trasera de la cabaña de Hagrid se había abierto de golpe. Harry Hermione
y Buckbeak se quedaron inmóviles. Incluso el hipogrifo parecía escuchar con atención.
Silencio. Luego...
—¿Dónde está? —dijo la voz atiplada del anciano de la comisión—. ¿Dónde está
la bestia?
—¡Estaba atada aquí! —dijo con furia el verdugo—. Yo la vi. ¡Exactamente aquí!
—¡Qué extraordinario! —dijo Dumbledore. Había en su voz un dejo de desenfado.
—¡Buckbeak! —exclamó Hagrid con voz ronca.
Se oyó un sonido silbante y a continuación el golpe de un hacha. El verdugo,
furioso, la había lanzado contra la valla. Luego se oyó el aullido y en esta ocasión
pudieron oír también las palabras de Hagrid entre sollozos:
—¡Se ha ido!, ¡se ha ido! Alabado sea, ¡ha escapado! Debe de haberse soltado solo.
Buckbeak, qué listo eres.
Buckbeak empezó a tirar de la cuerda, deseoso de volver con Hagrid. Harry y
Hermione la sujetaron con más fuerza, hundiendo los talones en tierra.
—¡Lo han soltado! —gruñía el verdugo—. Deberíamos rastrear los terrenos y el
bosque.
—Macnair; si alguien ha cogido realmente a Buckbeak, ¿crees que se lo habrá
llevado a pie? —le preguntó Dumbledore, que seguía hablando con desenfado—.
Rastrea el cielo, si quieres... Hagrid, no me iría mal un té. O una buena copa de brandy.
—Por... por supuesto, profesor —dijo Hagrid, al que la alegría parecía haber dejado
flojo—. Entre, entre...
Harry y Hermione escuchaban con atención: oyeron pasos, la leve maldición del
verdugo, el golpe de la puerta y de nuevo el silencio.
—¿Y ahora qué? —susurró Harry, mirando a su alrededor.
—Tendremos que quedarnos aquí escondidos —dijo Hermione con miedo—.
Tenemos que esperar a que vuelvan al castillo. Luego aguardaremos a que pase el
peligro y nos acercaremos a la ventana de Sirius volando con Buckbeak. No volverá por
allí hasta dentro de dos horas... Esto va a resultar difícil...
Miró por encima del hombro, a la espesura del bosque. El sol se ponía en aquel
momento.
—Habrá que moverse —dijo Harry, pensando—. Tenemos que ir donde podamos
ver el sauce boxeador o no nos enteraremos de lo que ocurre.
—De acuerdo —dijo Hermione, sujetando la cuerda de Buckbeak aún más firme—.
Pero hemos de seguir ocultos, Harry, recuérdalo.
Se movieron por el borde del bosque, mientras caía la noche, hasta ocultarse tras un
grupo de árboles entre los cuales podían distinguir el sauce.
—¡Ahí está Ron! —dijo Harry de repente.
Una figura oscura corría por el césped y el aire silencioso de la noche les transmitió
el eco de su grito.
—Aléjate de él..., aléjate... Scabbers, ven aquí...
Y entonces vieron a otras dos figuras que salían de la nada. Harry se vio a sí mismo
y a Hermione siguiendo a Ron. Luego vio a Ron lanzándose en picado.
—¡Te he atrapado! Vete, gato asqueroso.
—¡Ahí está Sirius! —dijo Harry. El perrazo había surgido de las raíces del sauce.
Lo vieron derribar a Harry y sujetar a Ron—. Desde aquí parece incluso más horrible,
¿verdad? —añadió mientras el perro arrastraba a Ron hasta meterlo entre las raíces—.
¡Eh, mira! El árbol acaba de pegarme. Y también a ti. ¡Qué situación más rara!
El sauce boxeador crujía y largaba puñetazos con sus ramas más bajas. Podían
verse a sí mismos corriendo de un lado para otro en su intento de alcanzar el tronco. Y
de repente el árbol se quedó quieto.
—Crookshanks ya ha apretado el nudo —explicó Hermione.
—Allá vamos... —murmuró Harry—. Ya hemos entrado.
En cuanto desaparecieron, el árbol volvió a agitarse. Unos segundos después,
oyeron pasos cercanos. Dumbledore, Macnair, Fudge y el anciano de la Comisión se
dirigían al castillo.
—¡En cuanto bajamos por el pasadizo! —dijo Hermione—. ¡Ojalá Dumbledore
hubiera venido con nosotros...!
—Macnair y Fudge habrían venido también —dijo Harry con tristeza—. Te
apuesto lo que quieras a que Fudge habría ordenado a Macnair que matara a Sirius allí
mismo.
Vieron a los cuatro hombres subir por la escalera de entrada del castillo y perderse
de vista. Durante unos minutos el lugar quedó vacío. Luego...
—¡Aquí viene Lupin! —dijo Harry al ver a otra persona que bajaba la escalera y se
dirigía corriendo hacia el sauce. Harry miró al cielo. Las nubes ocultaban la luna.
Vieron que Lupin cogía del suelo una rama rota y apretaba con ella el nudo del
tronco. El árbol dejó de dar golpes y también Lupin desapareció por el hueco que había
entre las raíces.
—¡Ojalá hubiera cogido la capa! —dijo Harry—. Está ahí... —Se volvió a
Hermione—. Si saliera ahora corriendo y me la llevara, no la podría coger Snape.
—¡Harry, no nos deben ver!
—¿Cómo puedes soportarlo? —le preguntó a Hermione con irritación—. ¿Estar
aquí y ver lo que sucede sin hacer nada? —Dudó—. ¡Voy a coger la capa!
—¡Harry, no!
Hermione sujetó a Harry a tiempo por la parte trasera de la túnica. En ese momento
oyeron cantar a alguien. Era Hagrid, que se dirigía hacia el castillo, cantando a voz en
grito y oscilando ligeramente al caminar. Llevaba una botella grande en la mano.
—¿Lo ves? —susurró Hermione—. ¿Ves lo que habría ocurrido? ¡Tenemos que
estar donde nadie nos pueda ver! ¡No, Buckbeak!
El hipogrifo hacia intentos desesperados por ir hacia Hagrid. Harry aferró también
la cuerda para sujetar a Buckbeak. Observaron a Hagrid, que iba haciendo eses hacia el
castillo. Desapareció. Buckbeak cejó en sus intentos de escapar. Abatió la cabeza con
tristeza.
Apenas dos minutos después las puertas del castillo volvieron a abrirse y Snape
apareció corriendo hacia el sauce, en pos de ellos.
Harry cerró fuertemente los puños al ver que Snape se detenía cerca del árbol,
mirando a su alrededor. Cogió la capa y la sostuvo en alto.
—Aparta de ella tus asquerosas manos —murmuró Harry entre dientes.
—¡Chist!
Snape cogió la rama que había usado Lupin para inmovilizar el árbol, apretó el
nudo con ella y, cubriéndose con la capa, se perdió de vista.
—Ya está —dijo Hermione en voz baja—. Ahora ya estamos todos dentro. Y ahora
sólo tenemos que esperar a que volvamos a salir...
Cogió el extremo de la cuerda de Buckbeak y lo amarró firmemente al árbol más
cercano. Luego se sentó en el suelo seco, rodeándose las rodillas con los brazos.
—Harry, hay algo que no comprendo... ¿Por qué no atraparon a Sirius los
dementores? Recuerdo que se aproximaban a él antes de que yo me desmayara.
Harry se sentó también. Explicó lo que había visto. Cómo, en el momento en que el
dementor más cercano acercaba la boca a Sirius, algo grande y plateado llegó galopando
por el lago y ahuyentó a los dementores.
Cuando terminó Harry de explicarlo, Hermione tenía la boca abierta.
—Pero ¿qué era?
—Sólo hay una cosa que puede hacer retroceder a los dementores —dijo Harry—.
Un verdadero patronus, un patronus poderoso.
—Pero ¿quién lo hizo aparecer?
Harry no dijo nada. Volvió a pensar en la persona que había visto en la otra orilla
del lago. Imaginaba quién podía ser... Pero ¿cómo era posible?
—¿No viste qué aspecto tenía? —preguntó Hermione con impaciencia—. ¿Era uno
de los profesores?
—No.
—Pero tuvo que ser un brujo muy poderoso para alejar a todos los dementores... Si
el patronus brillaba tanto, ¿no lo iluminó? ¿No pudiste ver...?
—Sí que lo vi —dijo Harry pensativo—. Aunque tal vez lo imaginase. No pensaba
con claridad. Me desmayé inmediatamente después...
—¿Quién te pareció que era?
—Me pareció —Harry tragó saliva, consciente de lo raro que iba a sonar aquello—,
me pareció mi padre.
Miró a Hermione y vio que estaba con la boca abierta. La muchacha lo miraba con
una mezcla de inquietud y pena.
—Harry, tu padre está..., bueno..., está muerto —dijo en voz baja.
—Lo sé —dijo Harry rápidamente.
—¿Crees que era su fantasma?
—No lo sé. No... Parecía sólido.
—Pero entonces...
—Quizá tuviera alucinaciones —dijo Harry—. Pero a juzgar por lo que vi, se
parecía a él. Tengo fotos suyas... —Hermione seguía mirándolo como preocupada por
su salud mental—. Sé que parece una locura —añadió Harry con determinación. Se
volvió para echar un vistazo a Buckbeak, que metía el pico en la tierra, buscando
lombrices. Pero no miraba realmente al hipogrifo.
Pensaba en su padre y en sus tres amigos de toda la vida. Lunático, Colagusano,
Canuto y Cornamenta... ¿No habrían estado aquella noche los cuatro en los terrenos del
castillo? Colagusano había vuelto a aparecer aquella noche, cuando todo el mundo
pensaba que estaba muerto. ¿Era imposible que su padre hubiera hecho lo mismo?
¿Había visto visiones en el lago? La figura había estado demasiado lejos para
distinguirla bien, y sin embargo, antes de perder el sentido, había estado seguro de lo
que veía.
Las hojas de los árboles susurraban movidas por la brisa. La luna aparecía y
desaparecía tras las nubes. Hermione se sentó de cara al sauce, esperando.
Y entonces, después de una hora...
—¡Ya salen! —exclamó Hermione. Se pusieron en pie. Buckbeak levantó la
cabeza. Vieron a Lupin, Ron y Pettigrew saliendo con dificultad del agujero de las
raíces. Luego salió Hermione. Luego Snape, inconsciente, flotando. A continuación
iban Harry y Black. Todos echaron a andar hacia el castillo. El corazón de Harry
comenzaba a latir muy fuerte. Levantó la vista al cielo. De un momento a otro pasaría la
nube y la luna quedaría al descubierto...
—Harry —musitó Hermione, como si adivinara lo que pensaba él—, tenemos que
quedarnos aquí. No nos deben ver. No podemos hacer nada.
—¿Y vamos a consentir que Pettigrew vuelva a escaparse? —dijo Harry en voz
baja.
—¿Y cómo esperas encontrar una rata en la oscuridad? —le atajó Hermione—. No
podemos hacer nada. Si hemos regresado es sólo para ayudar a Sirius. ¡No debes hacer
nada más!
—Está bien.
La luna salió de detrás de la nube. Vieron las pequeñas siluetas detenerse en medio
del césped. Luego las vieron moverse.
—¡Mira a Lupin! —susurró Hermione—. Se está transformando.
—¡Hermione! —dijo Harry de repente—. ¡Tenemos que hacer algo!
—No podemos. Te lo estoy diciendo todo el tiempo.
—¡No hablo de intervenir! ¡Es que Lupin se va a adentrar en el bosque y vendrá
hacia aquí!
Hermione ahogó un grito.
—¡Rápido! —gimió, apresurándose a desatar a Buckbeak—. ¡Rápido! ¿Dónde
vamos? ¿Dónde nos ocultamos? ¡Los dementores llegarán de un momento a otro!
—¡Volvamos a la cabaña de Hagrid! —dijo Harry—. Ahora está vacía. ¡Vamos!
Corrieron todo lo aprisa que pudieron. Buckbeak iba detrás de ellos a medio galope.
Oyeron aullar al hombre lobo a sus espaldas.
Vieron la cabaña. Harry derrapó al llegar a la puerta. La abrió de un tirón y dejó
pasar a Hermione y a Buckbeak, que entraron como un rayo. Harry entró detrás de ellos
y echó el cerrojo. Fang, el perro jabalinero, ladró muy fuerte.
—¡Silencio, Fang, somos nosotros! —dijo Hermione, avanzando rápidamente
hacia él y acariciándole las orejas para que callara—. ¡Nos hemos salvado por poco!
—dijo a Harry.
—Sí...
Harry miró por la ventana. Desde allí era mucho más difícil ver lo que ocurría.
Buckbeak parecía muy contento de volver a casa de Hagrid. Se echó delante del fuego,
plegó las alas con satisfacción y se dispuso a echar un buen sueñecito.
—Será mejor que salga —dijo Harry pensativo—. Desde aquí no veo lo que ocurre.
No sabremos cuándo llega el momento. —Hermione levantó los ojos para mirarlo.
Tenía expresión de recelo—. No voy a intervenir —añadió Harry de inmediato—. Pero
si no vemos lo que ocurre, ¿cómo sabremos cuál es el momento de rescatar a Sirius?
—Bueno, de acuerdo. Aguardaré aquí con Buckbeak... Pero ten cuidado, Harry.
Ahí fuera hay un licántropo y multitud de dementores.
Harry salió y bordeó la cabaña. Oyó gritos distantes. Aquello quería decir que los
dementores se acercaban a Sirius... El otro Harry y la otra Hermione irían hacia él en
cualquier momento...
Miró hacia el lago, con el corazón redoblando como un tambor. Quienquiera que
hubiese enviado al patronus, haría aparición enseguida.
Durante una fracción de segundo se quedó ante la puerta de la cabaña de Hagrid sin
saber qué hacer. «No deben verte.» Pero no quería que lo vieran, quería ver él. Tenía
que enterarse...
Ya estaban allí los dementores. Surgían de la oscuridad, llegaban de todas partes.
Se deslizaban por las orillas del lago. Se alejaban de Harry hacia la orilla opuesta... No
tendría que acercarse a ellos.
Echó a correr. No pensaba más que en su padre... Si era él, si era él realmente, tenía
que saberlo, tenía que averiguarlo.
Cada vez estaba más cerca del lago, pero no se veía a nadie. En la orilla opuesta
veía leves destellos de plata: eran sus propios intentos de conseguir un patronus.
Había un arbusto en la misma orilla del agua. Harry se agachó detrás de él y miró
por entre las hojas. En la otra orilla los destellos de plata se extinguieron de repente.
Sintió emoción y terror: faltaba muy poco.
—¡Vamos! —murmuró, mirando a su alrededor—. ¿Dónde estás? Vamos, papá.
Pero nadie acudió. Harry levantó la cabeza para mirar el círculo de los dementores
del otro lado del lago. Uno de ellos se bajaba la capucha. Era el momento de que
apareciera el salvador. Pero no veía a nadie.
Y entonces lo comprendió. No había visto a su padre, se había visto a sí mismo.
Harry salió de detrás del arbusto y sacó la varita.
—¡EXPECTO PATRONUM! —exclamó.
Y de la punta de su varita surgió, no una nube informe, sino un animal plateado,
deslumbrante y cegador. Frunció el entrecejo tratando de distinguir lo que era. Parecía
un caballo. Galopaba en silencio, alejándose de él por la superficie negra del lago. Lo
vio bajar la cabeza y cargar contra los dementores... En ese momento galopaba en torno
a las formas negras que estaban tendidas en el suelo, y los dementores retrocedían, se
dispersaban y huían en la oscuridad. Y se fueron.
El patronus dio media vuelta. Volvía hacia Harry a medio galope, cruzando la
calma superficie del agua. No era un caballo. Tampoco un unicornio. Era un ciervo.
Brillaba tanto como la luna... Regresaba hacia él.
Se detuvo en la orilla. Sus pezuñas no dejaban huellas en la orilla. Miraba a Harry
con sus ojos grandes y plateados. Lentamente reclinó la cornamenta. Y Harry
comprendió:
—Cornamenta —susurró.
Pero se desvaneció cuando alargó hacia él las temblorosas yemas de sus dedos.
Harry se quedó así, con la mano extendida. Luego, con un vuelco del corazón, oyó
tras él un ruido de cascos. Se dio la vuelta y vio a Hermione, que se acercaba a toda
prisa, tirando de Buckbeak.
—¿Qué has hecho? —dijo enfadada—. Dijiste que no intervendrías.
—Sólo he salvado nuestra vida... Ven aquí, detrás de este arbusto: te lo explicaré.
Hermione escuchó con la boca abierta el relato de lo ocurrido.
—¿Te ha visto alguien?
—Sí. ¿No me has oído? ¡Me vi a mí mismo, pero creí que era mi padre!
—No puedo creerlo... ¡Hiciste aparecer un patronus capaz de ahuyentar a todos los
dementores! ¡Eso es magia avanzadísima!
—Sabía que lo podía hacer —dijo Harry—, porque ya lo había hecho... ¿No es
absurdo?
—No lo sé... ¡Harry, mira a Snape!
Observaron la otra orilla desde ambos lados del arbusto. Snape había recuperado el
conocimiento. Estaba haciendo aparecer por arte de magia unas camillas y subía a ellas
los cuerpos inconscientes de Harry, Hermione y Black. Una cuarta camilla, que sin duda
llevaba a Ron, flotaba ya a su lado. Luego, apuntándolos con la varita, los llevó hacia el
castillo.
—Bueno, ya es casi el momento —dijo Hermione, nerviosa, mirando el reloj—.
Disponemos de unos 45 minutos antes de que Dumbledore cierre con llave la puerta de
la enfermería. Tenemos que rescatar a Sirius y volver a la enfermería antes de que nadie
note nuestra ausencia.
Aguardaron. Veían reflejarse en el lago el movimiento de las nubes. La brisa
susurraba entre las hojas del arbusto que tenían al lado. Aburrido, Buckbeak había
vuelto a buscar lombrices en la tierra.
—¿Crees que ya estará allí arriba? —preguntó Harry, consultando la hora. Levantó
la mirada hacia el castillo y empezó a contar las ventanas de la derecha de la torre oeste.
—¡Mira! —susurró Hermione—. ¿Quién es? ¡Alguien vuelve a salir del castillo!
Harry miró en la oscuridad. El hombre se apresuraba por los terrenos del colegio
hacia una de las entradas. Algo brillaba en su cinturón.
—¡Macnair! —dijo Harry—. ¡El verdugo! ¡Va a buscar a los dementores!
Hermione puso las manos en el lomo de Buckbeak y Harry la ayudó a montar.
Luego apoyó el pie en una rama baja del arbusto y montó delante de ella. Pasó la cuerda
por el cuello de Buckbeak y la ató también al otro lado, como unas riendas.
—¿Preparada? —susurró a Hermione—. Será mejor que te sujetes a mí.
Espoleó a Buckbeak con los talones.
Buckbeak emprendió el vuelo hacia el oscuro cielo. Harry le presionó los costados
con las rodillas y notó que levantaba las alas. Hermione se sujetaba con fuerza a la
cintura de Harry, que la oía murmurar:
—Ay, ay, qué poco me gusta esto, ay, ay, qué poco me gusta.
Planeaban silenciosamente hacia los pisos más altos del castillo. Harry tiró de la
rienda de la izquierda y Buckbeak viró. Harry trataba de contar las ventanas que pasaban
como relámpagos.
—¡Sooo! —dijo, tirando de las riendas todo lo que pudo.
Buckbeak redujo la velocidad y se detuvieron. Pasando por alto el hecho de que
subían y bajaban casi un metro cada vez que Buckbeak batía las alas, podía decirse que
estaban inmóviles.
—¡Ahí está! —dijo Harry, localizando a Sirius mientras ascendían junto a la
ventana. Sacó la mano y en el momento en que Buckbeak bajaba las alas, golpeó en el
cristal.
Black levantó la mirada. Harry vio que se quedaba boquiabierto. Saltó de la silla,
fue aprisa hacia la ventana y trató de abrirla, pero estaba cerrada con llave.
—¡Échate hacia atrás! —le gritó Hermione, y sacó su varita, sin dejar de sujetarse
con la mano izquierda a la túnica de Harry.
—¡Alohomora!
La ventana se abrió de golpe.
—¿Cómo... cómo... ? —preguntó Black casi sin voz, mirando al hipogrifo.
—Monta, no hay mucho tiempo —dijo Harry, abrazándose al cuello liso y brillante
de Buckbeak, para impedir que se moviera—. Tienes que huir, los dementores están a
punto de llegar. Macnair ha ido a buscarlos.
Black se sujetó al marco de la ventana y asomó la cabeza y los hombros. Fue una
suerte que estuviera tan delgado. En unos segundos pasó una pierna por el lomo de
Buckbeak y montó detrás de Hermione.
—¡Arriba, Buckbeak! —dijo Harry, sacudiendo las riendas—. Arriba, a la torre.
¡Vamos!
El hipogrifo batió las alas y volvió a emprender el vuelo. Navegaron a la altura del
techo de la torre oeste. Buckbeak aterrizó tras las almenas con mucho alboroto, y Harry
y Hermione se bajaron inmediatamente.
—Será mejor que escapes rápido, Sirius —dijo Harry jadeando—. No tardarán en
llegar al despacho de Flitwick. Descubrirán tu huida.
Buckbeak dio una coz en el suelo, sacudiendo la afilada cabeza.
—¿Qué le ocurrió al otro chico? A Ron —preguntó Sirius.
—Se pondrá bien. Está todavía inconsciente, pero la señora Pomfrey dice que se
curará. ¡Rápido, vete!
Pero Black seguía mirando a Harry.
—¿Cómo te lo puedo agradecer?
—¡VETE! —gritaron a un tiempo Harry y Hermione.
Black dio la vuelta a Buckbeak, orientándolo hacia el cielo abierto.
—¡Nos volveremos a ver! —dijo—. ¡Verdaderamente, Harry, te pareces a tu padre!
Presionó los flancos de Buckbeak con los talones. Harry y Hermione se echaron
atrás cuando las enormes alas volvieron a batir. El hipogrifo emprendió el vuelo...
Animal y jinete empequeñecieron conforme Harry los miraba... Luego, una nube pasó
ante la luna... y se perdieron de vista.

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